El Pacto Oculto.

Capítulo 31: La Sombra de Elara.

Narrado por Alfio Lee

El viento helado cortaba mi rostro mientras avanzábamos hacia el escondite de Elara Crowe. Había algo inquietante en el camino, como si la oscuridad misma estuviera observándonos. Nadie habló durante el trayecto. Margaret, sentada a mi lado en el vehículo, parecía perdida en sus pensamientos, sus ojos fijos en el horizonte. Sabía que estaba pensando en los riesgos de lo que estábamos haciendo. La decisión de buscar a Elara había sido difícil, y ahora que estábamos tan cerca, la tensión se sentía más densa que nunca.

Cuando llegamos al lugar indicado, me detuve frente a lo que parecía una mansión en ruinas, escondida en un bosque espeso. Las ventanas estaban cubiertas con tablones, y la fachada estaba desgastada por el tiempo. Sin embargo, había una presencia latente, algo que decía que este lugar no estaba tan abandonado como parecía.

—¿Es aquí? —preguntó Helena, rompiendo el silencio.

—Es aquí, —respondió Margaret con firmeza, aunque pude notar un leve temblor en su voz.

Nos bajamos del vehículo, revisando nuestras armas y asegurándonos de que todos estábamos listos. No sabíamos qué esperar al entrar. Elara Crowe era una incógnita, y aunque Margaret confiaba en que ella podía ayudarnos, yo no compartía su optimismo.

—Recuerden, no hagamos nada que pueda parecer una amenaza, —dije mientras nos acercábamos a la puerta principal—. Necesitamos su ayuda, no su ira.

Margaret asintió, liderando el grupo con una determinación que no dejaba espacio para dudas. Golpeó la puerta con fuerza, el sonido resonando en el aire frío.

Un rostro del pasado

Pasaron unos minutos antes de que la puerta se abriera lentamente, revelando a una mujer de cabello plateado que nos observó con ojos afilados y calculadores. Su porte era elegante, casi majestuoso, a pesar de las circunstancias. Llevaba un abrigo negro largo que parecía fundirse con las sombras a su alrededor.

—Elara Crowe, —dijo Margaret, dando un paso al frente—. Necesitamos hablar.

Elara la observó por un momento, sus ojos pasando de Margaret a mí y luego al resto del equipo. Finalmente, abrió la puerta por completo y dio un paso atrás, invitándonos a entrar.

—Adelante, —dijo, su voz suave pero autoritaria—. Pero si intentan algo estúpido, no saldrán de aquí con vida.

El interior de la mansión era sorprendentemente moderno, en completo contraste con su exterior deteriorado. Monitores brillaban en una pared, mostrando datos y mapas que no reconocí de inmediato. Todo estaba meticulosamente ordenado, como si cada objeto tuviera su lugar exacto.

Elara nos condujo a una sala amplia con un enorme ventanal que daba al bosque. Nos indicó que tomáramos asiento en un sofá de cuero negro, mientras ella se acomodaba en una silla frente a nosotros.

—¿Qué los trae aquí? —preguntó, cruzando las piernas y mirando directamente a Margaret.

Margaret respiró hondo antes de responder.

—Sabemos que trabajaste con Kane en el pasado, que eras parte del consejo de AtlasCorp. Necesitamos tu ayuda para detenerlo.

Elara arqueó una ceja, una pequeña sonrisa jugando en sus labios.

—¿Y por qué crees que estaría interesada en eso?

—Porque tú conoces su verdadera naturaleza, —intervine, mi voz firme—. Sabes de lo que es capaz y lo que hará si nadie lo detiene.

Elara me miró por un momento, evaluándome.

—Es interesante que menciones eso, Alfio Lee, —dijo finalmente—. Después de todo, tú también trabajaste para él, ¿no es así?

El aire en la sala se volvió más denso. Sabía que este momento llegaría, que mi pasado con AtlasCorp sería un tema inevitable.

—Lo hice, —admití, manteniendo la mirada fija en la de ella—. Pero no cometí los mismos errores que tú.

Un destello de algo, tal vez irritación, cruzó por su rostro, pero desapareció tan rápido como llegó.

—Touché, —murmuró, inclinándose hacia adelante—. Pero eso no cambia el hecho de que están en una posición desesperada, y yo no soy alguien que ayuda sin obtener algo a cambio.

El precio de su ayuda

La conversación se volvió tensa mientras Elara nos evaluaba, cuestionando nuestras intenciones y nuestras capacidades. Finalmente, Margaret, cansada de los rodeos, se puso de pie y la enfrentó directamente.

—Dinos lo que quieres, —dijo, su tono cortante—. Si vamos a trabajar juntos, no tenemos tiempo para juegos.

Elara pareció divertida por su actitud, pero también se tomó un momento para responder.

—Quiero acceso a los datos que extrajeron de Umbra Nexus, —dijo, su tono frío—. Todo. Sin restricciones.

—Eso es imposible, —respondió Alex, levantándose del sofá—. Esos datos son nuestra ventaja. No podemos arriesgarnos a entregarlos.

Elara lo ignoró, centrándose en Margaret.

—Tú decides, —dijo—. Si quieres mi ayuda, esa es mi condición.

Margaret se quedó en silencio, claramente sopesando sus opciones. Finalmente, asintió.

—Tendrás acceso a los datos, pero bajo nuestra supervisión, —dijo con firmeza—. No podemos arriesgarnos a que esta información caiga en las manos equivocadas.

Elara pareció considerar su respuesta antes de asentir.

—Muy bien, —dijo—. Tienen un trato.

Las grietas en el equipo

Mientras salíamos de la mansión, el equipo estaba visiblemente dividido. Alex y Helena estaban molestos por el trato que Margaret había hecho, mientras que Ren parecía más neutral, aunque preocupado.

—¿Cómo puedes confiar en ella? —dijo Alex, enfrentando a Margaret mientras caminábamos hacia el vehículo—. Le estamos dando todo lo que necesitamos para ganar.

—No es una cuestión de confianza, Alex, —respondió Margaret, claramente frustrada—. Es una cuestión de supervivencia.

El ambiente era tenso mientras discutían, y aunque entendía la frustración de Alex, sabía que Margaret había tomado la decisión correcta. No teníamos otra opción, y Elara era nuestra mejor oportunidad de detener a Kane.




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