El Pacto Oculto.

Capítulo 34: La Última Jugada.

Narrado por Alfio Lee

El aire era pesado en la sala de operaciones improvisada, cargado de tensión y una mezcla de emociones que nadie se atrevía a verbalizar. El holograma de la instalación subterránea de AtlasCorp flotaba frente a nosotros, proyectado en azul brillante sobre la mesa. La estructura era un laberinto de pasillos, cámaras de seguridad y puntos de control, todos diseñados para proteger el corazón del Proyecto Umbra Omega.

Este era el momento que habíamos estado esperando, o tal vez temiendo. Después de todo, sabíamos que esta misión no garantizaba un final feliz. Cada uno de nosotros había aceptado la posibilidad de que no saliéramos vivos de esto. Pero al mismo tiempo, todos entendíamos que no podíamos detenernos.

Margaret estaba de pie al frente, con los brazos cruzados, observando el holograma como si pudiera encontrar la clave del éxito en él. Su determinación era contagiosa, pero yo conocía bien a Margaret. Había algo más en su mirada, una sombra que no podía ignorar.

—Entramos por aquí, —dijo, señalando un punto en el holograma que marcaba una entrada secundaria—. Es menos segura, pero nos llevará directamente a los niveles inferiores donde está el núcleo de Umbra Omega.

El equipo asintió, aunque sus rostros mostraban dudas. Nadie habló, pero podía sentir el miedo que se acumulaba en el ambiente. Incluso yo, que había estado en más misiones de las que podía contar, sentía el peso de lo que estábamos a punto de enfrentar.

—¿Cuánto tiempo tenemos antes de que Kane active el sistema? —pregunté, rompiendo el silencio.

—Horas, quizás menos, —respondió Margaret sin mirarme.

No era una respuesta que inspirara confianza, pero era lo mejor que teníamos.

El camino al abismo

El trayecto hacia la instalación fue silencioso. Margaret estaba al volante del primer vehículo, y yo la seguía en el segundo con Alex y Helena a mi lado. Miré por la ventana, tratando de memorizar cada detalle del paisaje desolado que nos rodeaba. Tal vez era una forma de distraerme de los pensamientos que no dejaban de martillar en mi cabeza.

—¿Qué pasa si esto es una trampa? —preguntó Alex desde el asiento trasero, su voz baja pero cargada de preocupación.

—Entonces, pelearemos, —respondí sin dudar.

No era la respuesta que Alex quería, pero tampoco había una mejor. Todos sabíamos que era posible que Elara nos hubiera vendido, pero no teníamos otra opción.

Cuando llegamos al perímetro de la instalación, el paisaje cambió abruptamente. Las ruinas de antiguas estructuras industriales se alzaban como esqueletos de acero contra el horizonte. El lugar tenía un aire de abandono, pero sabíamos que las apariencias engañaban.

—Todos listos, —dijo Margaret por el comunicador.

Sus palabras eran una orden, pero también un recordatorio de que no podíamos permitirnos vacilar.

Infiltración

La entrada secundaria estaba protegida por un sistema de seguridad avanzado, pero Helena logró desactivarlo en cuestión de minutos. Nos movimos con rapidez y en silencio, siguiendo el mapa que habíamos estudiado hasta el cansancio.

Dentro, el ambiente era frío y opresivo. Las paredes de metal reflectante y las luces fluorescentes hacían que todo se sintiera irreal. Sabíamos que las cámaras nos observaban, pero hasta ahora, no habíamos activado ninguna alarma.

—¿Cuánto más? —susurró Alex.

—Estamos cerca, —respondió Margaret, aunque su tono sugería que estaba tan nerviosa como el resto de nosotros.

Finalmente, llegamos al núcleo de la instalación: una sala enorme llena de servidores, consolas y un dispositivo masivo que ocupaba el centro. Sabíamos que ese era Umbra Omega, la máquina que Kane planeaba usar para cambiarlo todo.

—Helena, ¿puedes desactivarlo? —preguntó Margaret.

Helena asintió y se dirigió hacia una de las consolas, pero antes de que pudiera comenzar, una alarma ensordecedora llenó el aire.

—¡Nos encontraron! —gritó Alex, levantando su arma.

La batalla

La sala se llenó de caos en segundos. Soldados de AtlasCorp comenzaron a entrar por las puertas, y el sonido de los disparos resonó por todo el espacio. Sabía que este momento llegaría, pero eso no lo hacía más fácil.

Me moví hacia una de las consolas, tratando de proteger a Helena mientras trabajaba. Margaret y Alex estaban cubriendo las entradas, disparando con precisión letal. El entrenamiento que habíamos hecho durante meses estaba dando frutos, pero los números estaban en nuestra contra.

—¡Necesito más tiempo! —gritó Helena mientras sus dedos volaban sobre el teclado.

—¡Hazlo rápido! —respondí, derribando a un soldado que se acercaba demasiado.

Decisiones difíciles

La batalla se prolongó más de lo que habíamos anticipado, y nuestras fuerzas estaban disminuyendo. Finalmente, Helena gritó:

—¡Listo! He desactivado el sistema principal, pero hay un problema. No puedo destruir el núcleo sin activar una sobrecarga que nos matará a todos.

Las palabras cayeron como una bomba. Margaret me miró, y en sus ojos vi la misma pregunta que todos estábamos pensando.

—¿Hay otra opción? —pregunté, aunque sabía la respuesta.

—No, —respondió Helena.

Margaret respiró hondo y asintió.

—Entonces, uno de nosotros tiene que quedarse.

El silencio que siguió fue peor que la batalla. Todos sabíamos lo que significaba.

—Yo lo haré, —dije, antes de que alguien más pudiera ofrecerse.

Margaret me miró, y por un momento, pensé que iba a protestar. Pero no lo hizo. En lugar de eso, asintió y me puso una mano en el hombro.

—Gracias, Alfio, —dijo en voz baja.

El sacrificio

El equipo comenzó a evacuar mientras yo me quedaba atrás. Helena me explicó rápidamente cómo activar la sobrecarga, y luego se fue, lanzándome una última mirada llena de pesar.




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