El Pacto Oculto.

Capítulo 38: Sombras del Pasado.

Narrado por Margaret Smit

Las brasas de la destrucción aún ardían en mi mente mientras observaba por la ventana del vehículo. El humo del complejo destruido se alzaba hacia el cielo como un recordatorio tangible de lo que habíamos hecho. De lo que habíamos sacrificado. Alfio, sentado a mi lado, no decía nada, pero podía sentir su mirada ocasional sobre mí, como si intentara medir el alcance de mis pensamientos.

Estaba agotada, pero el cansancio no era solo físico. Era un peso en mi pecho, una acumulación de decisiones y pérdidas que parecía presionar con más fuerza a cada kilómetro que nos alejábamos del complejo. Habíamos ganado una batalla, pero la guerra estaba lejos de terminar.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Alfio finalmente, rompiendo el silencio que había dominado el vehículo.

Lo miré de reojo. Su preocupación era evidente, pero también sabía que no tenía tiempo para debilidades.

—Estoy bien, —respondí, aunque ambos sabíamos que era una mentira.

No era el momento para admitir lo contrario.

El peso del liderazgo

Llegamos al refugio poco después del atardecer, un lugar seguro que habíamos preparado semanas atrás. Mientras los demás descargaban el equipo y aseguraban la zona, me quedé en el vehículo un momento más, tratando de ordenar mis pensamientos.

Alfio fue el único que se dio cuenta.

—Margaret, necesitamos hablar, —dijo, acercándose a la ventana del conductor.

Suspiré y salí del auto, sabiendo que no podía evitar la conversación.

—¿Sobre qué?

—Sobre esto, —dijo, señalando hacia la dirección del complejo que habíamos destruido—. Sobre cómo vamos a seguir adelante.

—Seguimos adelante como siempre, —respondí, cruzando los brazos.

—No es tan simple, —insistió Alfio. Su tono no era acusador, pero sí firme—. El equipo te sigue porque creen en ti, pero todos estamos al límite. Necesitamos algo más que órdenes.

Su sinceridad me tomó por sorpresa, pero no lo demostré.

—Alfio, no tengo tiempo para dudas ahora mismo, —dije, intentando terminar la conversación antes de que fuera demasiado lejos.

—No es una duda, Margaret, —respondió, su voz más suave ahora—. Es un recordatorio de que no tienes que cargar con todo sola.

Sus palabras golpearon más profundo de lo que esperaba, pero no podía permitirme caer en esa vulnerabilidad. Asentí brevemente y volví al refugio sin responderle.

Un mensaje encriptado

Horas después, mientras revisaba los documentos que habíamos recuperado, descubrí algo que no había notado antes. Entre los archivos de datos, había un mensaje encriptado dirigido específicamente a mí. Mi corazón se aceleró mientras descifraba el código.

“Margaret, si estás leyendo esto, significa que todavía tienes tiempo para detenerlo. Kane no es el único enemigo. Dentro de AtlasCorp hay quienes están de tu lado. Busca a G. Él tiene las respuestas que necesitas.”

El mensaje no estaba firmado, pero reconocí el estilo de escritura. Era de alguien que había conocido años atrás, antes de que esta pesadilla comenzara.

—¿Qué encontraste? —preguntó Alfio, entrando en la habitación sin previo aviso.

Cerré rápidamente la laptop, pero no lo suficientemente rápido como para evitar que notara mi reacción.

—Nada que valga la pena, —dije, intentando sonar casual.

Él me miró con sospecha, pero no presionó.

—Necesitas descansar, Margaret. No puedes seguir adelante si te colapsas.

—No puedo descansar, Alfio. No mientras Kane siga ahí fuera.

—Entonces deja que te ayude, —dijo, su tono más suave ahora.

Por un momento, consideré contarle sobre el mensaje. Pero algo me detuvo. No era desconfianza, sino una necesidad de protegerlo. Si este “G” era quien yo pensaba, la información que tenía era peligrosa, y no quería arrastrar a Alfio aún más profundamente en mi caos personal.

—Te lo haré saber si necesito ayuda, —respondí finalmente.

Él asintió, pero su expresión me dijo que no estaba convencido.

Una reunión inesperada

Al día siguiente, mientras el equipo revisaba los recursos que habíamos recuperado, tomé una decisión. Necesitaba encontrar a “G” por mi cuenta, antes de que fuera demasiado tarde.

—Voy a salir por unas horas, —anuncié, tratando de sonar casual.

—¿Sola? —preguntó Alex, claramente alarmado.

—Necesito espacio para pensar, —mentí—. No estaré lejos.

Alfio me miró fijamente, pero no dijo nada. Sabía que sospechaba que estaba ocultando algo, pero también sabía que no me detendría.

Conduje durante horas hasta llegar a un pequeño pueblo en las afueras de la ciudad. Allí, en una cafetería destartalada, lo vi. “G” estaba sentado en una esquina, su rostro parcialmente oculto por una gorra y gafas de sol.

—Margaret, —dijo cuando me acerqué, su tono igual de críptico que siempre.

—Dime lo que sabes, —exigí, sentándome frente a él sin ceremonias.

—Sabes que Kane no trabaja solo, —respondió, sacando un sobre de su chaqueta y entregándomelo—. Hay otros dentro de AtlasCorp que quieren su caída, pero también tienen sus propios planes.

Abrí el sobre y encontré fotografías, documentos y un mapa de una instalación que no reconocía.

—¿Qué es esto? —pregunté, señalando el mapa.

—El corazón del proyecto Umbra Omega. Si quieres detener a Kane, este es el lugar al que debes ir.

De vuelta al refugio

Regresé al refugio con más preguntas que respuestas. Alfio me estaba esperando en la entrada, su expresión una mezcla de alivio e irritación.

—¿Dónde estabas? —preguntó.

—Haciendo lo que debía hacer, —respondí, pasando junto a él para entrar.

—Margaret, no puedes seguir excluyéndonos, —dijo, siguiéndome hasta la sala.

—No te estoy excluyendo, Alfio, —respondí, girándome para enfrentarlo—. Pero hay cosas que no puedo compartir aún.




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