Narrado por Margaret Smit
El mundo parecía haber detenido su curso por un instante. El resplandor de la explosión todavía bailaba detrás de mis párpados cerrados, una mancha ardiente que no desaparecía ni cuando me alejaba de los escombros. Sentía mis piernas temblar bajo mi propio peso, pero me obligué a mantenerme firme. Habíamos salido de allí, todos nosotros, aunque apenas lo logramos.
Alfio estaba a mi lado, con el rostro cubierto de hollín y un corte en la ceja que goteaba lentamente. Se apoyó en una roca cercana, intentando recuperar el aliento. Alex y los demás estaban unos pasos más atrás, organizándose y comprobando si alguno había sufrido heridas más graves. Por un momento, solo hubo silencio.
Pero no era un silencio de paz. Era el tipo de silencio que precede a las preguntas, las dudas y, sobre todo, la sensación de vacío que llega después de cumplir un objetivo que parecía inalcanzable.
—¿Está hecho? —preguntó Alfio finalmente, con la voz ronca.
—Sí, —respondí, aunque la palabra se sintió hueca en mi boca—. Lo logramos.
Habíamos destruido el núcleo de AtlasCorp, el corazón del Proyecto Umbra Omega, y con él, a Kane. Pero, ¿qué significaba eso realmente? Habíamos eliminado a un hombre, a una estructura corrupta, pero las cicatrices que habían dejado eran profundas, tanto en nosotros como en el mundo.
Los costos invisibles
Mientras el equipo se reorganizaba, me aparté unos metros. Necesitaba un momento para mí misma, para procesar lo que acababa de suceder. La explosión había destruido todo rastro físico de la instalación, pero no podía evitar sentir que algo había quedado atrás, algo que no podíamos ver ni tocar, pero que nos seguiría.
Mi mente volvía una y otra vez a las palabras de Kane antes de su muerte. Había hablado con una certeza escalofriante, como si supiera algo que nosotros no. ¿Habíamos caído en otra de sus trampas?
Sentí una mano en mi hombro, y me volví para encontrar a Alfio mirándome con preocupación.
—¿Estás bien? —preguntó.
—No lo sé, —admití, sin intentar ocultar mi vulnerabilidad. Con él, nunca había necesidad de fingir—. Siento que todo esto no ha terminado, no realmente.
Él asintió lentamente, como si compartiera mi sentimiento.
—Kane tenía un don para sembrar dudas, —dijo—. Pero no podemos dejar que sus palabras nos controlen. Hicimos lo que teníamos que hacer.
—¿Y si no fue suficiente? —pregunté, incapaz de contener mi incertidumbre.
Alfio no respondió de inmediato. En lugar de eso, me tomó de la mano y me guió de regreso hacia el resto del equipo.
El peso de la victoria
De vuelta con el grupo, Alex estaba revisando los datos que había logrado descargar antes de la destrucción del complejo. Aunque sabíamos que la mayoría de la información había sido borrada junto con los servidores, había logrado rescatar fragmentos, y todos esperábamos que fueran suficientes para entender la magnitud de lo que habíamos enfrentado.
—Esto es lo que tenemos, —dijo, mostrando la pantalla de su tablet—. No es mucho, pero podría darnos una idea de lo que Kane estaba planeando realmente.
Me acerqué para mirar, y lo que vi me hizo estremecer. Los archivos hablaban de algo llamado “Umbra Ex Machina”. No había detalles, solo un nombre, pero era suficiente para encender una chispa de inquietud en mi interior.
—¿Otro proyecto? —pregunté, aunque ya conocía la respuesta.
—No estoy seguro, —respondió Alex—. Pero si Kane lo mencionó, debe haber sido importante.
El equipo intercambió miradas preocupadas. Pensábamos que Umbra Omega era el final, pero ahora parecía que apenas habíamos arañado la superficie.
—No podemos quedarnos aquí, —dijo Alfio, rompiendo el silencio—. Necesitamos reagruparnos y analizar esto con calma.
Todos asintieron, aunque nadie parecía realmente dispuesto a moverse. El cansancio físico y emocional nos estaba alcanzando.
Una conversación pendiente
Esa noche, mientras el equipo dormía en un refugio improvisado, no pude conciliar el sueño. Mi mente estaba llena de pensamientos, preguntas y, sobre todo, una sensación de inquietud que no podía sacudirme.
Salí al aire fresco, esperando que el frío me despejara un poco. No me sorprendió encontrar a Alfio ya afuera, sentado en una roca con la mirada fija en el cielo estrellado.
—¿Otra noche sin dormir? —pregunté, acercándome a él.
—Parece que es mi nuevo estado natural, —respondió con una media sonrisa.
Me senté a su lado, dejando que el silencio hablara por nosotros durante un rato. Finalmente, decidí abordar lo que realmente me preocupaba.
—¿Crees que podemos con esto? —pregunté.
Él me miró, y en sus ojos vi el mismo cansancio que sentía en mi interior.
—No lo sé, Margaret, —admitió—. Pero tampoco creo que tengamos otra opción. Hemos llegado demasiado lejos para rendirnos ahora.
Asentí, aunque su respuesta no me dio la tranquilidad que buscaba.
—A veces me pregunto si estamos luchando contra algo que nunca podremos destruir, —dije en voz baja—. Como si estuviéramos atrapados en un ciclo interminable.
—Puede que tengas razón, —dijo Alfio—. Pero incluso si es así, cada paso que damos, cada pequeña victoria, importa. No podemos cambiar el mundo de una sola vez, pero podemos hacerlo pedazo a pedazo.
Sus palabras resonaron en mí, aunque no disiparon del todo mis dudas.
Una promesa silenciosa
Antes de regresar al refugio, me volví hacia Alfio y lo miré directamente a los ojos.
—No sé qué venga después, —dije—. Pero quiero que sepas que, pase lo que pase, estoy contigo.
Él tomó mi mano y la sostuvo con firmeza.
—Lo sé, Margaret. Y yo estoy contigo.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí una pequeña chispa de esperanza. No era suficiente para disipar la oscuridad que nos rodeaba, pero era un comienzo. Y, a veces, un comienzo es todo lo que necesitamos.