El Pacto Oculto.

Capítulo 41: La Sombra Detrás del Velo.

Narrado por Margaret Smit

El amanecer teñía el cielo de un rosa pálido, pero no traía consuelo. Habíamos avanzado hacia una zona más segura, pero la seguridad era un término relativo en nuestro mundo. Mientras nos alejábamos de las ruinas del complejo principal de AtlasCorp, cada paso me recordaba cuánto habíamos perdido y cuán lejos aún estábamos de ganar algo real.

El equipo estaba agotado. Sus rostros reflejaban una mezcla de alivio por haber sobrevivido y la desesperación de saber que lo peor podría estar por venir. Alfio caminaba a mi lado, su silueta parecía más rígida de lo habitual, como si cargara un peso invisible que no podía compartir con nadie.

Habíamos compartido un breve momento de esperanza la noche anterior, pero ahora, a plena luz del día, la realidad era una presencia implacable que no podíamos ignorar. El nombre “Umbra Ex Machina” giraba en mi cabeza como un eco constante, una advertencia que no podía dejar de lado. ¿Qué era? ¿Y por qué sentía que Kane había planeado todo para que lo encontráramos?

Fragmentos de confianza

—¿Cómo estás? —preguntó Alfio de repente, sacándome de mis pensamientos.

Lo miré, sorprendida. Era raro que él hiciera preguntas tan directas sobre cómo me sentía, especialmente en momentos como este.

—Estoy aquí, —respondí, con más sinceridad de la que pretendía.

Él asintió, como si entendiera todo lo que esas dos palabras contenían.

—Estamos aquí, —corrigió. Su mirada se encontró con la mía, y por un breve instante, sentí un destello de calma.

Seguimos caminando en silencio, pero sus palabras se quedaron conmigo. No estaba sola en esto. Por más aterradora que fuera la incertidumbre, la verdad era que tenía a estas personas a mi lado, y eso significaba algo.

Una revelación inesperada

Cuando nos detuvimos para descansar, Alex se acercó con su tablet en la mano. Sus ojos estaban inyectados de sangre, probablemente por las horas que había pasado intentando descifrar los fragmentos de datos que había recuperado.

—Creo que encontré algo, —dijo, con voz tensa.

Nos reunimos alrededor de él mientras mostraba un archivo parcialmente reconstruido. Era un diagrama, aunque estaba incompleto. Mostraba algo que parecía una red de conexiones, con nodos marcados como “Umbra”. Pero lo más inquietante era el centro, etiquetado como “Machina”.

—Esto no era solo un proyecto, —explicó Alex, señalando los nodos—. Era un sistema. Y parece que Kane no era el único que lo manejaba.

El silencio cayó sobre nosotros como un peso.

—¿Qué quieres decir con que no era el único? —preguntó Alfio, con una dureza inusual en su voz.

—Hay referencias a un consejo, —continuó Alex—. Personas que estaban por encima de Kane. Si esto es cierto, entonces él no era más que una pieza en un juego mucho más grande.

Sentí que el suelo se desmoronaba bajo mis pies. Habíamos puesto todo en acabar con Kane, con destruir Umbra Omega, y ahora resultaba que ni siquiera habíamos tocado el verdadero poder detrás de AtlasCorp.

—¿Sabemos quiénes son? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.

Alex negó con la cabeza.

—No todavía. Pero si seguimos investigando estos datos, podría haber algo más.

La grieta en el equipo

El descubrimiento puso al equipo en una tensión aún mayor. Algunos querían retroceder, reagruparse y planear con más calma. Otros, liderados por Alfio, querían seguir adelante, aprovechar el impulso antes de que AtlasCorp pudiera recuperarse.

La discusión se intensificó rápidamente.

—No podemos detenernos ahora, —dijo Alfio, su voz cortante—. Si esperamos, ellos también lo harán, y perderemos cualquier ventaja que tengamos.

—¿Ventaja? —respondió Alex, visiblemente molesto—. Apenas estamos vivos. Si seguimos empujando así, no habrá nadie para terminar esta pelea.

Observé en silencio mientras el equipo se dividía. Las palabras de Alex tenían sentido, pero también entendía el punto de Alfio. Cada minuto que pasábamos sin actuar era un minuto que AtlasCorp podía usar para reorganizarse.

Finalmente, intervine.

—Necesitamos un plan, —dije, tratando de calmar los ánimos—. No podemos avanzar a ciegas, pero tampoco podemos quedarnos quietos.

Ambos hombres me miraron, y por un momento, pensé que ninguno iba a ceder. Pero finalmente, Alfio asintió.

—De acuerdo. Un plan. Pero no podemos tardar demasiado.

El rastro de Umbra Ex Machina

Esa noche, mientras el equipo discutía estrategias, me senté con Alex para revisar los datos. Había algo en esos diagramas que me inquietaba profundamente, como si estuvieran tratando de decirme algo que aún no podía comprender.

—Esto no tiene sentido, —murmuré, pasando los ojos por los nodos una y otra vez—. ¿Por qué dejarían esta información aquí?

Alex me miró, confundido.

—¿Qué quieres decir?

—Kane sabía que encontraríamos esto, —expliqué—. Si realmente hay un consejo detrás de todo esto, entonces ¿por qué nos dejarían un mapa directo hacia ellos?

Alex frunció el ceño, y por un momento, el miedo cruzó su rostro.

—¿Crees que es una trampa?

—No lo sé, —admití—. Pero no podemos descartar esa posibilidad.

El silencio cayó entre nosotros mientras procesábamos lo que eso significaba.

Un juramento silencioso

Más tarde, mientras el equipo dormía, me acerqué a Alfio. Estaba sentado de nuevo bajo el cielo estrellado, con la mirada perdida en el horizonte.

—¿No puedes dormir? —pregunté, sentándome a su lado.

—No, —respondió. Su voz estaba cansada, pero aún tenía esa determinación inquebrantable que siempre admiré en él.

—Esto es más grande de lo que pensábamos, —dije, sin rodeos—. Y creo que ambos sabemos que no estamos preparados para enfrentarlo.




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