El Pacto Oculto.

Capítulo 42: La Decisión Final.

Narrado por Margaret Smit

El aire era denso dentro del refugio, saturado por la tensión que nunca parecía disiparse del todo. Aunque el sol se había alzado unas horas antes, el ambiente se sentía más opresivo que la noche anterior. Todos los rostros a mi alrededor estaban marcados por el cansancio y algo más profundo: la duda.

Habíamos llegado al punto donde todo debía resolverse. Cada conversación, cada decisión que habíamos tomado hasta ese momento nos había conducido aquí. Era un abismo, y lo único que podíamos hacer era decidir si saltar juntos o retroceder.

Me senté en un rincón, sosteniendo una taza de café frío entre las manos. Alfio estaba al otro lado de la sala, revisando mapas y datos junto con Alex. Su energía habitual parecía haber disminuido, y una sombra oscura se aferraba a su semblante. Él sabía, al igual que yo, que esta era probablemente nuestra última oportunidad.

Un plan en marcha

—Necesitamos atacar directamente, —dijo Alfio, su voz cortando el silencio como un cuchillo.

Todos levantaron la vista. No era una sugerencia, era un mandato.

—No tiene sentido seguir evitando a AtlasCorp. Han dejado claro que no van a detenerse hasta eliminarnos, —continuó.

—¿Y qué propones? —preguntó Alex, su tono cargado de escepticismo.

—Vamos por ellos, directo al corazón de Umbra Ex Machina.

El silencio que siguió fue casi ensordecedor. Nadie se atrevía a hablar, porque todos sabíamos lo que implicaba. Atacar directamente significaba exponernos completamente. Era la jugada final.

—¿Y si esto es justo lo que quieren? —pregunté, rompiendo finalmente el silencio.

Todos se giraron hacia mí.

—Kane nos dejó ese rastro deliberadamente. Nos empujó hacia esta dirección, y aún no sabemos por qué. ¿No creen que estamos entrando exactamente en su juego?

—Tal vez, —dijo Alfio, clavando su mirada en la mía—. Pero quedarse quietos también es jugar su juego. Prefiero morir luchando que esperar a que ellos vengan a por nosotros.

Sentí una punzada en el pecho al escuchar sus palabras. No porque no estuviera de acuerdo, sino porque sabía que tenía razón.

El voto

Alfio dejó que sus palabras se asentaran antes de proponer lo inevitable.

—Esto no es una decisión que pueda tomar solo. Necesitamos votar.

El equipo intercambió miradas. Éramos pocos, pero cada voto importaba.

—¿Estamos todos de acuerdo? —preguntó Alfio, mirando a cada uno de nosotros.

Uno por uno, todos asentimos. Incluso Alex, aunque su expresión seguía siendo de duda.

Cuando llegó mi turno, sentí el peso de la mirada de Alfio sobre mí.

—Estoy dentro, —dije, con una firmeza que no sentía del todo.

Alfio asintió, pero no dijo nada. Su mirada hablaba por él. Sabía que yo aún tenía dudas, pero también sabía que no lo dejaría enfrentarlo solo.

Preparativos

Pasamos el resto del día preparando todo lo que necesitaríamos. El equipo trabajaba en un silencio casi reverencial, como si estuviéramos preparando nuestros propios funerales.

Revisé mi equipo una y otra vez, asegurándome de que todo estuviera en orden. Era una forma de distraerme de los pensamientos que giraban en mi cabeza como un torbellino.

No podía evitar pensar en cómo había llegado hasta aquí. Solo unos meses atrás, mi vida era completamente diferente. Una existencia monótona y segura, sin la más mínima idea de lo que se escondía detrás de las fachadas corporativas. Ahora, estaba a punto de enfrentarme a una de las organizaciones más poderosas del mundo.

—¿Estás lista? —preguntó Alfio, acercándose a mí mientras revisaba mi arma.

—Nunca lo estaré, pero eso no importa, ¿verdad? —respondí, intentando sonreír.

Alfio soltó una risa breve, casi amarga.

—No, no importa.

Por un momento, nos quedamos en silencio. Era un momento cargado de significados no dichos, de emociones que ninguno de los dos sabía cómo expresar.

—Margaret, pase lo que pase… gracias, —dijo finalmente.

Lo miré, sorprendida por su sinceridad.

—¿Gracias por qué?

—Por no rendirte. Por seguir aquí.

No sabía qué responder, así que simplemente asentí.

El viaje

La noche cayó rápidamente, y con ella llegó el momento de partir. El lugar al que nos dirigíamos estaba a varias horas de distancia, pero el tiempo pareció pasar en un abrir y cerrar de ojos.

El vehículo avanzaba en silencio, solo interrumpido por las conversaciones susurradas entre los miembros del equipo. Yo miraba por la ventana, intentando mantener mi mente en blanco.

Finalmente, llegamos a nuestro destino. El complejo estaba enterrado en el corazón de una región montañosa, rodeado por una densa vegetación que lo hacía casi invisible. Pero sabíamos que estaba allí. Las señales en nuestros dispositivos no dejaban lugar a dudas.

El enfrentamiento

El plan era simple, al menos en teoría. Dividirnos en dos equipos para entrar desde diferentes puntos y converger en el centro, donde se suponía que estaría el núcleo de Umbra Ex Machina.

—Buena suerte, —me dijo Alfio antes de separarnos.

—Igualmente, —respondí, intentando ignorar el nudo en mi estómago.

Mi equipo avanzó lentamente a través del terreno, utilizando cada sombra como cobertura. La adrenalina corría por mis venas, manteniéndome alerta a cada sonido, cada movimiento en la oscuridad.

Cuando finalmente llegamos a la entrada, Alex comenzó a trabajar en el sistema de seguridad. Parecía un trabajo interminable, pero finalmente logró abrir las puertas.

El interior del complejo era un laberinto de pasillos iluminados por una luz tenue y parpadeante. Avanzábamos con cautela, conscientes de que en cualquier momento podríamos encontrarnos con resistencia.

El descubrimiento




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