Narrado por Margaret Smit
Cuando abrí los ojos, lo primero que sentí fue un zumbido en mi cabeza. Era un sonido persistente, como el eco de una maquinaria en funcionamiento. Me tomó unos segundos recordar dónde estaba y por qué. El núcleo de Umbra Ex Machina, la figura conectada a la red, el enfrentamiento… y luego todo se volvió confuso.
Me levanté con esfuerzo, notando el peso de mi cuerpo. La habitación donde me encontraba era pequeña, apenas iluminada por la tenue luz azul de un panel en la pared. Mis brazos estaban llenos de moretones, y un corte en mi frente escocía con cada movimiento. A mi alrededor, había un silencio inquietante, roto únicamente por mi respiración agitada.
“¿Dónde están los demás?” pensé, obligándome a ponerme de pie. Lo último que recordaba era el caos en la sala central. Alex intentando hackear el sistema, Alfio gritando órdenes… y luego todo se desvaneció.
La soledad de la incertidumbre
La puerta frente a mí estaba cerrada, pero no parecía bloqueada. Con cautela, la empujé, y rechinó al abrirse. El pasillo al otro lado era largo y estrecho, iluminado por las mismas luces azules. Avancé lentamente, con los músculos tensos, esperando encontrarme con algún guardia o algo peor.
Mi mente estaba en constante movimiento. ¿Qué significaba todo esto? ¿Cómo había llegado aquí? Pero sobre todo, ¿qué era esa figura que vimos en el núcleo? Había algo profundamente perturbador en su mirada, como si no fuera completamente humana.
Mientras avanzaba, empecé a escuchar voces. Al principio eran apenas murmullos, pero poco a poco se hicieron más claras. Me acerqué sigilosamente, escondiéndome detrás de una esquina mientras observaba la fuente del sonido.
Era Alfio. Estaba de pie frente a una consola, hablando con alguien a través de un comunicador.
—No podemos permitir que se active, ¿entiendes? Si lo hacen, no habrá vuelta atrás, —decía con urgencia.
Mi corazón dio un vuelco al escuchar su voz. Quise salir corriendo hacia él, pero algo me detuvo. Había algo en su tono, en su postura, que me hizo dudar.
—¿Y Margaret? —preguntó la voz del otro lado.
Alfio guardó silencio por un momento antes de responder.
—Está viva. Al menos eso creo.
No supe cómo interpretar sus palabras. Parte de mí quería creer que estaba preocupado, pero había algo en su voz que sonaba distante, casi frío.
El reencuentro
Decidí que ya era suficiente. Di un paso adelante, dejando que Alfio me viera.
—¿Margaret? —dijo, sorprendido, mientras giraba hacia mí.
—¿Qué está pasando aquí, Alfio? —pregunté directamente, sin perder tiempo.
Su expresión cambió, como si estuviera luchando por encontrar las palabras adecuadas.
—Me alegra verte bien, —dijo finalmente. Pero su tono no coincidía con sus palabras.
—¿Eso es todo lo que tienes que decir? —insistí, dando un paso más cerca de él.
—No es tan simple, Margaret. No entiendes lo que está en juego aquí.
—Entonces explícame, porque hasta ahora todo lo que veo es que estamos en el corazón del infierno, enfrentándonos a algo que ni siquiera comprendemos del todo.
Alfio suspiró, pasando una mano por su cabello desordenado.
—El núcleo… no es solo una máquina. Es un híbrido, una fusión entre humano y tecnología. Esa figura que viste es la clave para todo lo que AtlasCorp ha estado haciendo.
—¿Una fusión? —repetí, incrédula.
—Sí. Es la culminación del Proyecto Umbra. Han encontrado la forma de integrar la conciencia humana con un sistema de inteligencia artificial. Pero el precio… —Alfio hizo una pausa, como si le costara continuar—. El precio es la humanidad misma.
El dilema moral
Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo al escuchar sus palabras. Todo lo que habíamos descubierto hasta ese momento tenía sentido ahora, pero la realidad era mucho más aterradora de lo que podía haber imaginado.
—Entonces, ¿qué hacemos? —pregunté, aunque ya sabía la respuesta.
—Debemos destruirlo, —respondió Alfio sin dudar.
—¿Y la persona conectada a la máquina?
Alfio desvió la mirada.
—No podemos salvarlos, Margaret.
Sus palabras me golpearon como un puñetazo.
—¿Cómo puedes decir eso? —dije, sintiendo que la ira comenzaba a crecer dentro de mí.
—Porque es la verdad, —respondió con frialdad—. Si intentamos salvarlos, pondremos en peligro todo el plan.
Quise gritarle, decirle que estaba equivocado, pero en el fondo sabía que tenía razón. Aun así, no podía aceptar que esa fuera la única opción.
Una decisión que tomar
Mientras discutíamos, el sistema de seguridad del complejo comenzó a activarse. Las luces parpadearon, y una alarma ensordecedora llenó el aire.
—No hay tiempo, —dijo Alfio, corriendo hacia la consola para desactivar las alarmas.
Yo me quedé paralizada, luchando con mis propios pensamientos. ¿Realmente íbamos a destruir todo, incluso a esa persona, sin intentar salvarlos?
—Margaret, ¡muévete! —gritó Alfio, sacándome de mi trance.
Corrí hacia él, ayudándole a ingresar los comandos en la consola. Pero mientras lo hacía, mi mente seguía buscando una alternativa. Había algo que me estaba perdiendo, algo que no habíamos considerado.
De repente, una idea se formó en mi mente.
—Alfio, ¿y si usamos el sistema para desconectarlos en lugar de destruir todo? —pregunté.
Él me miró como si estuviera loca.
—Eso es un riesgo enorme. Podríamos fallar y activar el núcleo por completo.
—Pero también podríamos salvarlos, —insistí—. No podemos simplemente rendirnos.
Por un momento, Alfio pareció considerar mi propuesta. Finalmente, asintió.
—De acuerdo. Pero si algo sale mal, será tu responsabilidad.
—Lo acepto.
El desenlace