Narrado por Margaret Smit
El aire estaba impregnado de un silencio espeso, como si el mundo contuviera la respiración en espera de nuestro próximo movimiento. Desde que habíamos salido de las entrañas del núcleo, mi mente no dejaba de correr en círculos. Los pasos que resonaban a nuestro alrededor parecían un eco constante de las decisiones que habíamos tomado. Pero no había tiempo para dudar; la máquina de AtlasCorp seguía funcionando, y nosotros éramos una piedra más en su engranaje, intentando romperla desde dentro.
Caminábamos por un corredor estrecho, uno de esos pasillos secundarios que la mayoría de los empleados de AtlasCorp ni siquiera sabrían que existía. Había grietas en las paredes, cables expuestos y una humedad que hacía que el aire se sintiera pesado. Alex iba al frente, con una determinación que a veces envidiaba. Alfio cerraba la marcha, sosteniendo el dispositivo que proyectaba un mapa holográfico rudimentario. Yo estaba en medio, intentando equilibrar la ansiedad que crecía en mi pecho.
—¿Qué tan lejos estamos del punto de reunión? —pregunté, rompiendo el silencio que me resultaba cada vez más opresivo.
—A unos quince minutos si no encontramos problemas —respondió Alfio, su tono calculado como siempre.
—Eso significa que encontraremos problemas en cinco —interrumpió Alex sin voltear la cabeza.
No pude evitar soltar una risa nerviosa. Era su forma de lidiar con el estrés, y aunque a veces su humor sarcástico era insoportable, en ese momento lo agradecí.
La carga de lo desconocido
Mientras avanzábamos, mi mente volvía una y otra vez al rostro que había visto en el núcleo. Aquellos ojos me habían transmitido algo que no podía describir. ¿Miedo? ¿Suplica? ¿Reproche? Había algo profundamente humano en esa figura, a pesar de estar atrapada en una maquinaria que parecía diseñada para borrar cualquier rastro de humanidad.
—Margaret —llamó Alfio suavemente, sacándome de mis pensamientos—. ¿Estás bien?
Asentí, aunque no estaba segura de que fuera cierto.
—Estoy bien. Solo… no puedo dejar de pensar en la figura del núcleo.
Alfio me miró con una mezcla de comprensión y cautela.
—No podemos distraernos con eso ahora. Hay demasiadas cosas en juego.
—Lo sé —respondí, aunque una parte de mí no podía dejarlo ir. Había algo ahí, algo que necesitaba entender.
La sombra de una traición
Llegamos a una intersección donde Alfio se detuvo para consultar el mapa. Fue entonces cuando lo escuché: un ruido sutil, apenas perceptible, pero suficiente para que mi cuerpo se tensara.
—¿Lo escucharon? —pregunté en voz baja, mirando a mis compañeros.
Alex asintió, levantando una mano para indicarnos que nos detuviéramos. El sonido se hizo más claro: pasos, suaves pero decididos.
—Tenemos compañía —dijo Alex, sacando su arma improvisada.
Nos escondimos en las sombras, esperando a que las figuras aparecieran. No pasó mucho tiempo antes de que dos hombres surgieran del pasillo principal. No llevaban uniformes de AtlasCorp, pero tampoco parecían aliados.
—¿Quiénes son? —murmuré, más para mí misma que para los demás.
Uno de ellos, un hombre alto con cabello desordenado y una cicatriz que cruzaba su mejilla izquierda, levantó las manos en señal de paz.
—No estamos aquí para luchar —dijo, su voz calmada pero firme—. Queremos ayudar.
Sus palabras nos tomaron por sorpresa. Alex intercambió una mirada con Alfio, y yo sentí cómo mi corazón latía con fuerza.
—¿Por qué deberíamos confiar en ustedes? —preguntó Alfio, dando un paso adelante.
El hombre bajó lentamente las manos y dio un paso hacia nosotros.
—Porque sabemos lo que están haciendo, y porque AtlasCorp nos ha quitado tanto como a ustedes.
Su compañera, una mujer de mirada penetrante y complexión delgada, dio un paso al frente.
—Podemos llevarlos al laboratorio principal, —dijo—. Pero necesitamos su ayuda para entrar.
El peso de las decisiones
No tenía idea de qué pensar. Sus palabras parecían sinceras, pero había algo en ellos que no terminaba de convencerme. Sin embargo, no estábamos en posición de rechazar ayuda.
—Está bien, —dije finalmente, antes de que Alfio o Alex pudieran responder—. Pero si intentan algo, no dudaremos en defendernos.
El hombre asintió, su expresión seria.
—Entendido. Mi nombre es Marcus, y ella es Lena.
Sus nombres no significaban nada para mí, pero algo en su mirada me decía que estaban diciendo la verdad, o al menos parte de ella.
La fragilidad de la confianza
Mientras avanzábamos juntos, no pude evitar sentir una tensión creciente en el grupo. La desconfianza era palpable, como una barrera invisible que nos mantenía separados.
—¿Qué los llevó a traicionar a AtlasCorp? —pregunté, rompiendo el silencio.
Lena fue la que respondió.
Porque descubrimos lo que realmente estaban haciendo. Experimentaban con personas, destruyendo vidas por el bien de su “progreso”. No podíamos ser parte de eso.
Su tono era amargo, y pude ver el dolor reflejado en sus ojos. Sus palabras resonaron en mí, porque eran un eco de lo que había sentido cuando descubrí la verdad sobre AtlasCorp.
Un paso hacia el abismo
Llegamos a una sala más amplia, con paredes cubiertas de paneles que brillaban débilmente. Marcus se detuvo y giró hacia nosotros.
—El laboratorio principal está detrás de esa puerta, —dijo, señalando una entrada al final de la sala—. Pero está protegida por un sistema de seguridad que no podemos desactivar solos.
Alfio sacó su dispositivo y comenzó a trabajar en el sistema, mientras Alex y yo manteníamos la vigilancia.
—Esto podría llevar un tiempo, —dijo Alfio, su voz calmada a pesar de la situación.
Miré a Lena y Marcus, intentando descifrar sus verdaderas intenciones. Quería creer que estaban de nuestro lado, pero la paranoia era difícil de ignorar.