Narrado por Margaret Smit
La oscuridad parecía envolverlo todo, sofocante y densa, como si el aire mismo se hubiera vuelto pesado. Caminábamos por los pasillos estrechos del complejo subterráneo de AtlasCorp, donde cada paso resonaba con un eco ominoso. La luz parpadeante de las lámparas en el techo apenas iluminaba los rostros tensos de Alfio y Alex. A pesar del miedo que me invadía, apreté los dientes y seguí adelante. No podía permitirme flaquear ahora.
Tenía que ser fuerte.
Llevábamos horas recorriendo los pasadizos laberínticos, buscando la sala de comunicaciones. Sabíamos que allí podríamos enviar las pruebas de los horrores que habíamos descubierto: las grabaciones, los datos de los experimentos y las identidades de quienes los dirigían. Teníamos que sacarlo a la luz. No había marcha atrás.
—Falta poco, —susurró Alfio, consultando su dispositivo—. La sala de comunicaciones está cerca.
Sentí un leve alivio, pero no duró mucho. Un ruido metálico retumbó a lo lejos, como si algo —o alguien— hubiera golpeado un conducto.
—¿Escucharon eso? —preguntó Alex, deteniéndose.
Sí, lo había escuchado. Un sonido sordo, pesado. No era el crujir de la infraestructura ni el eco de nuestros pasos. Era algo más.
Algo que se movía.
—Apaguen las linternas, —ordenó Alfio en voz baja.
La oscuridad nos envolvió por completo. Me aferré al brazo de Alfio, conteniendo la respiración. El silencio se volvió opresivo, roto solo por un leve zumbido… y entonces, el sonido de pasos.
Pesados. Lentos.
Cada pisada retumbaba en las paredes, acercándose.
—No estamos solos, —susurré, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda.
La presencia en las sombras
No podía ver nada, pero sabía que algo nos acechaba. No era un guardia ni un simple sistema de seguridad. Esto era diferente. Lo sentía en los huesos.
—Tenemos que movernos, —dijo Alfio, apenas audible—. Lentamente. Sin hacer ruido.
Nos deslizamos por el pasillo, cada paso calculado, conteniendo la respiración. A lo lejos, el sonido de los pasos se detuvo. El silencio era aún peor.
Y entonces, un sonido agudo.
Un chillido mecánico, como si el metal se retorciera.
Giré la cabeza lentamente. A lo lejos, entre las sombras, distinguí algo. Una figura alta, demasiado alta para ser humana, con extremidades alargadas y movimientos antinaturales. Su cuerpo parecía fusionado con piezas metálicas, como si hubiera sido reconstruido a partir de restos de máquinas.
—¿Qué demonios es eso…? —murmuró Alex.
Alfio no respondió. Sus ojos estaban clavados en la criatura, su expresión tensa.
No era un guardia. No era un robot de seguridad.
Era una de sus creaciones.
El enfrentamiento inevitable
La criatura comenzó a moverse, lentamente al principio, pero luego con rapidez inhumana.
—¡Corre! —gritó Alfio.
Corrimos por el pasillo, esquivando cables y escombros, mientras la criatura nos perseguía. Sus pasos metálicos retumbaban como truenos a nuestras espaldas.
Giramos por un pasillo lateral, pero la criatura era rápida. No podíamos superarla.
—¡Por aquí! —señaló Alfio, abriendo una compuerta lateral.
Entramos de golpe, cerrando la puerta tras nosotros. El silencio fue inmediato. Solo nuestros jadeos llenaban el aire.
Estábamos en una sala de almacenamiento, repleta de cajas y contenedores. La oscuridad era casi total.
—No aguantará mucho esa puerta, —susurré, con el corazón latiéndome en los oídos.
Alfio revisó rápidamente el lugar.
—Tenemos que encontrar una salida.
Pero antes de que pudiéramos movernos, un estruendo sacudió la puerta. La criatura golpeaba con fuerza, abollando el metal.
—¡Aquí! —gritó Alex, señalando un conducto de ventilación.
Sin pensarlo, Alfio quitó la rejilla y comenzó a trepar. Alex fue detrás, y yo lo seguí. Apenas me deslicé dentro, la puerta cedió.
La criatura entró con un chillido metálico, sus ojos brillando con un fulgor antinatural.
Pero ya estábamos fuera de su alcance.
La sala de comunicaciones
Avanzamos por los conductos hasta llegar a una rejilla que daba a una sala iluminada. Era la sala de comunicaciones. Consolas y pantallas parpadeaban, mostrando códigos y datos.
—Este es el lugar, —susurró Alfio, empujando la rejilla.
Saltamos al suelo y nos dirigimos a los paneles. Alfio comenzó a conectar los dispositivos que habíamos traído.
—¿Podremos enviar todo esto? —pregunté.
—Lo intentaremos.
Mientras Alfio trabajaba, yo revisé las grabaciones. Vi imágenes de los experimentos, de las víctimas, de las reuniones secretas de AtlasCorp. Sabía que esto era suficiente para destruirlos.
Pero el tiempo jugaba en nuestra contra.—Apresúrate, Alfio, —dije, mirando nerviosa hacia la puerta.
La criatura aún podía estar buscándonos.
La transmisión
Finalmente, Alfio levantó la cabeza.
—Está listo. Solo falta presionar este botón.
Tomé aire y lo presioné.
La transmisión comenzó.
Imágenes, videos, documentos. Todo comenzó a transmitirse a múltiples medios, servidores y redes seguras. No podrían detenerlo.
Pero en ese momento, la puerta se abrió de golpe.
La criatura estaba allí.
Sus ojos brillaban con furia.
Sin pensarlo, Alfio tomó un arma de pulso y disparó. La criatura se sacudió, pero siguió avanzando.
—¡Corran! —gritó Alfio.
Nos lanzamos por la puerta trasera de la sala, corriendo a través de los pasillos. El estruendo de la criatura nos perseguía.
Pero ya habíamos ganado.
La verdad estaba afuera.
AtlasCorp había caído.
Un nuevo amanecer
Horas después, emergimos a la superficie. El sol comenzaba a salir, tiñendo el cielo de tonos anaranjados.
A nuestro alrededor, las sirenas de la policía y los helicópteros llenaban el aire. La transmisión había funcionado. El mundo sabía la verdad.