El Pacto Oculto.

Capítulo 50: La Última Llave.

Narrado por Margaret Smit

El amanecer se alzaba sobre las ruinas de AtlasCorp, tiñendo el horizonte de tonos anaranjados y rojizos, como si el cielo mismo ardiera por todo lo que habíamos hecho. Me encontraba de pie sobre lo que alguna vez fue la entrada principal del complejo. Bajo mis pies, los escombros crujían, recordándome que lo imposible se había hecho realidad: la caída de la corporación más poderosa del mundo.

Pero no sentía alivio.

No aún.

El mensaje de mi madre seguía resonando en mi mente, cada palabra grabada como fuego en mi memoria. Sabía que esto no había terminado. AtlasCorp era una hidra; le habíamos cortado una cabeza, pero muchas más podían surgir de las sombras.

—Margaret, —la voz de Alfio me sacó de mis pensamientos. Lo vi acercarse con una expresión tensa—. Encontramos algo. Debes verlo.

Sin preguntar, lo seguí. Caminamos entre columnas derrumbadas y pasillos que ya no conducían a ningún lugar. Finalmente, llegamos a lo que parecía una cámara oculta. Alex y Leah ya estaban allí, iluminando con linternas una pesada compuerta metálica, intacta a pesar de la destrucción.

—No está en los planos —susurró Alex—. Esto fue construido para mantenerse oculto.

Un escalofrío me recorrió la espalda. Sin dudarlo, avancé hacia la compuerta y pasé la mano por la superficie metálica. Apenas perceptible, encontré un símbolo grabado: un círculo con una línea vertical atravesándolo.

Lo reconocí al instante.

Era el símbolo del Proyecto Umbra.

—Está cerrada desde adentro, —dijo Leah, examinando los mecanismos—. No podremos forzarla sin destruir todo lo que hay detrás.

—No podemos darnos ese lujo, —dije, pensativa.

Alfio me observó en silencio, esperando mi decisión. Sabía que esta puerta guardaba algo más que archivos o tecnología. Era el último secreto de AtlasCorp.

Y tenía que descubrirlo.

La combinación

Recordé el dispositivo que había encontrado con el mensaje de mi madre. Lo saqué del bolsillo y lo giré entre mis manos, buscando algo más que solo palabras. Un compartimiento oculto, tal vez. Y allí estaba: una pequeña ranura.

Sin pensarlo, lo inserté en el panel de la puerta. Un zumbido mecánico llenó el aire.

—Autenticación reconocida. Dra. Evelyn Smit.

La voz automatizada me hizo contener la respiración.

La compuerta emitió un chasquido sordo antes de abrirse lentamente, revelando una sala oscura. El aire era denso, cargado de un olor metálico y a humedad.

—Vamos.

Entramos con cautela. La sala era amplia, rodeada de pantallas apagadas y cápsulas de contención vacías. En el centro, había una única terminal encendida. Su luz parpadeante era la única fuente de claridad.

Me acerqué lentamente. La pantalla mostraba una única línea de texto:

“Proyecto Umbra Omega: Activación pendiente.”

Sentí que el suelo se desvanecía bajo mis pies.

—Omega… —susurró Alfio, leyendo sobre mi hombro.

—¿Qué es esto? —preguntó Leah, tensa.

Tomé asiento frente a la terminal e ingresé el código que mi madre había dejado en el mensaje. La pantalla respondió de inmediato, desplegando documentos, grabaciones y datos clasificados.

Uno de los archivos estaba marcado como CONFIDENCIAL: Última fase.

Lo abrí.

La verdad final

Una imagen se proyectó frente a nosotros. Era un video.

Aparecía mi madre, más joven, vestida con un uniforme de laboratorio. Su rostro reflejaba agotamiento y miedo.

—Si estás viendo esto, significa que AtlasCorp ha caído. Pero su legado aún vive… dentro de ti.

Mi garganta se cerró.

—Umbra Omega fue diseñado para transferir conciencia. Crear un puente entre mentes humanas y sistemas de control. Era el siguiente paso en la evolución, o eso creían. Pero no era evolución… era esclavitud.

Alex dio un paso atrás, horrorizado.

—Usaron mi investigación para crear un prototipo. Lo implantaron en alguien cercano a mí. No tuve elección. La única manera de detenerlo era ocultar la llave dentro de ti, Margaret.

Me quedé paralizada.

—Tienes algo dentro. Un fragmento del proyecto. Por eso siempre te buscaron. No era solo por mí… era por ti.

El video se cortó abruptamente.

Sentí que el aire me faltaba.

Alfio me sostuvo por los hombros.

—Margaret, ¿qué significa eso?

Mis manos temblaban.

—Significa… que yo soy la última llave.

La elección

El terminal mostraba dos opciones:

ACTIVAR DESTRUIR

Sabía que al activar el proyecto, podría controlar los sistemas restantes de AtlasCorp, evitar que alguien más los usara. Pero también significaba aceptar ese fragmento dentro de mí.

Si lo destruía, eliminaría todo rastro, pero también perderíamos acceso a información valiosa.

—No tienes que decidirlo sola, —dijo Alfio, firme.

Los miré a todos. Cada uno de ellos había luchado conmigo, había arriesgado su vida.

Pero esta decisión era mía.

Mi madre había dejado esto en mis manos.

Tomé aire profundamente y posé los dedos sobre el teclado.

Con voz firme, susurré:

Destruir.

Presioné la tecla.

La pantalla titiló y comenzó a mostrar una cuenta regresiva. Las luces de la sala parpadearon. Todo el sistema colapsaba.

Alfio me miró, asintiendo.

Salimos de la cámara mientras las paredes temblaban. La estructura comenzaba a desmoronarse.

—¡Rápido! —gritó Leah.

Corrimos hasta la salida, la luz del amanecer nos guiaba hacia la superficie.

Detrás de nosotros, el último secreto de AtlasCorp se desvanecía en el olvido.

Renacer

Al llegar al exterior, me detuve para observar cómo la tierra se tragaba lo que quedaba del proyecto.

Era el final.




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