El zumbido constante del sistema de ventilación era el único sonido que rompía el silencio mientras caminábamos por los pasillos de la instalación. A pesar de la luz artificial parpadeante, que apenas alcanzaba para iluminar el camino, sentía que todo a mi alrededor estaba impregnado de sombras, tanto físicas como metafóricas. Mi mente giraba en círculos, atrapada entre lo que acababa de descubrir y las palabras de Alfio.
“Tú no eres ese sujeto en la cápsula.”
Podría haberme aferrado a esa frase como a un salvavidas, pero algo dentro de mí no podía aceptar esa verdad tan fácilmente. Las imágenes seguían frescas en mi cabeza: mi cuerpo flotando, inerte, conectado a máquinas que parecían extraer no solo energía, sino la esencia misma de una persona. ¿Cómo podía Alfio estar tan seguro de que yo no era eso? ¿Qué sabía él que yo no?
—Margaret, tenemos que movernos —dijo Alfio en voz baja, rompiendo mi línea de pensamientos.
Su figura avanzaba delante de mí, con una seguridad que siempre parecía genuina, pero que ahora cuestionaba. Durante tanto tiempo había confiado en Alfio sin dudar, creyendo que estábamos juntos en esta lucha, en esta misión para detener a AtlasCorp. Pero después de lo que vi, no podía evitar preguntarme: ¿cuánto me había ocultado realmente?
Lo seguí en silencio, tratando de procesar todo lo que sabía hasta ahora. En mi pecho sentía una mezcla de rabia, frustración y algo más profundo, algo que no quería admitir: miedo. No miedo a AtlasCorp, no miedo a lo que podrían hacerme. Era miedo a mí misma, a lo que podría descubrir sobre quién —o qué— era en realidad.
Llegamos a un cruce de pasillos, y Alfio levantó una mano para detenerme. Su mirada recorrió cada rincón, buscando cualquier señal de peligro. A pesar de mi confusión y mis dudas hacia él, no podía negar que Alfio era increíblemente eficiente en lo que hacía. Era un hombre acostumbrado a caminar en la delgada línea entre la vida y la muerte, y lo hacía con una calma que a veces me aterraba.
—Está despejado. Sígueme —dijo finalmente.
Cruzamos el pasillo y llegamos a una puerta metálica marcada con un símbolo que ya conocía demasiado bien: el logotipo de AtlasCorp. Bajo el emblema había un texto en letras rojas que decía “Nivel Omega. Acceso restringido.”
—Aquí es donde está el núcleo central —dijo Alfio mientras sacaba un dispositivo de su mochila.
—¿Qué es exactamente lo que buscamos? —pregunté, tratando de mantener mi voz firme.
Alfio no respondió de inmediato. Estaba concentrado en conectar el dispositivo a la consola junto a la puerta. Su silencio solo alimentó mi frustración.
—Alfio, necesito respuestas —insistí, dando un paso hacia él—. No puedo seguir avanzando a ciegas.
Finalmente, levantó la mirada hacia mí. Había algo en su expresión que no había visto antes: una mezcla de culpa y resignación.
—Buscamos los archivos que detallan los protocolos finales de Umbra Omega —dijo con calma—. Si los conseguimos, podremos destruir por completo el proyecto.
—¿Y si esos protocolos están relacionados conmigo? —pregunté, sintiendo cómo mi voz temblaba ligeramente.
Alfio apretó la mandíbula, como si no quisiera responder. Pero después de un momento, suspiró y dijo:
—Es una posibilidad. Pero no podemos detenernos ahora, Margaret. Necesitamos esa información.
No respondí. En lugar de eso, observé cómo la puerta se abría con un siseo, revelando una habitación iluminada por un tenue resplandor azul. El aire era aún más pesado aquí, cargado de una energía que parecía vibrar en cada molécula.
Entramos juntos, y lo primero que vi fue una enorme consola central rodeada de pantallas holográficas. En el centro de la habitación había una cápsula similar a la que había visto en el video, aunque esta estaba vacía. Pero incluso vacía, me provocaba un escalofrío.
—Esto es —murmuré, sin encontrar las palabras adecuadas para describir lo que sentía.
—El corazón de Umbra Omega —dijo Alfio, acercándose a la consola.
Mientras él trabajaba, me acerqué a la cápsula. La superficie era fría al tacto, y pude ver pequeños conectores en el interior, diseñados para acoplarse al cuerpo humano. Por un momento, me imaginé a mí misma dentro de esa cápsula, y el pensamiento casi me hizo retroceder.
—Margaret, ven aquí —dijo Alfio, llamando mi atención.
Me acerqué a la consola, donde múltiples archivos estaban siendo descargados al dispositivo de Alfio. Pero lo que realmente llamó mi atención fue una serie de imágenes que aparecían en una de las pantallas. Eran esquemas detallados de un cerebro humano conectado a lo que parecía ser una red neuronal artificial.
—Esto no es solo un proyecto de control —dije, señalando las imágenes—. Están tratando de crear algo… algo que trascienda lo humano.
Alfio asintió, pero no dijo nada. Su silencio solo confirmó mis sospechas.
—¿Y qué pasa si ya lo lograron? —pregunté en voz baja—. ¿Qué pasa si yo soy la prueba de que tuvieron éxito?
—Margaret, tú eres más que lo que AtlasCorp intentó hacer contigo —dijo Alfio, girándose hacia mí—. No importa cómo empezaste. Lo que importa es lo que elijas ser ahora.
Sus palabras eran fuertes, casi reconfortantes. Pero aún así, no podían borrar la incertidumbre que sentía. Mientras observaba las pantallas, solo una cosa estaba clara: necesitábamos destruir este lugar, junto con todo lo que representaba.
—Descarga todo lo que puedas y vámonos de aquí —dije finalmente—. Este lugar tiene que desaparecer.
Alfio asintió y aceleró su trabajo. Mientras tanto, me preparé para lo inevitable. Sabía que destruir Umbra Omega no sería el final. Era solo otro paso en un camino lleno de sombras. Pero si había algo que podía hacer, era enfrentar esas sombras con la misma determinación que había tenido desde el principio.
Y así, con cada paso que daba, me acercaba un poco más a la verdad. Una verdad que, aunque aterradora, estaba dispuesta a enfrentar. Porque al final, no importaba quién o qué era yo. Lo que importaba era lo que elegía hacer con lo que me habían convertido. Y yo había elegido luchar.