Narrado por Alfio Lee
El zumbido del transporte resonaba en mis oídos mientras miraba por la pequeña ventana, observando cómo el paisaje se deslizaba bajo nosotros. No era la primera vez que nos enfrentábamos a una misión suicida, pero algo en esta se sentía diferente. Quizás era el hecho de que cada paso que dábamos nos acercaba más a la última pieza del Proyecto Umbra Omega, o tal vez era porque sabía que, si fallábamos, las consecuencias serían irreparables.
Margaret estaba sentada al frente, revisando una y otra vez los datos que Alex nos había proporcionado. Su rostro estaba tenso, con esa mezcla de determinación y duda que la había definido desde que esto comenzó. Me pregunté si ella sabía cuánto peso llevaba sobre sus hombros, cuánto confiábamos en ella, incluso cuando no confiaba en sí misma.
Yo, por mi parte, estaba cansado. Cansado de la guerra, de las mentiras, de las pérdidas. Pero cada vez que pensaba en rendirme, recordaba por qué seguía aquí: Margaret. Ella era la razón por la que aún me levantaba cada mañana, por la que me lanzaba de cabeza al peligro una y otra vez. No se lo había dicho, por supuesto. No tenía sentido cargarla con algo más. Ya tenía suficiente con lo que llevaba.
—Llegaremos al perímetro en diez minutos —anunció Leah desde el frente, rompiendo el silencio.
—Revisen sus armas y equipos —ordenó Margaret, sin levantar la vista de la pantalla holográfica—. No podemos permitirnos errores.
El grupo comenzó a moverse, revisando municiones y ajustando chalecos tácticos. Yo me uní a ellos, aunque mi mente estaba en otro lugar. Alex estaba sentado al fondo, con esa expresión que me ponía de los nervios. Había algo en él que nunca había terminado de confiar, y ahora, con las credenciales que nos había proporcionado, esa desconfianza solo había crecido.
—¿Algo en mente, Alfio? —preguntó Alex, notando mi mirada.
—Solo asegúrate de que esto no nos explote en la cara —respondí, seco. No tenía paciencia para sus juegos.
Alex sonrió, esa sonrisa irritante que parecía decir que sabía algo que los demás no. Pero antes de que pudiera responder, Margaret se levantó y se acercó a nosotros.
—Basta, ambos —dijo, con un tono que no admitía discusión—. Nos necesitamos mutuamente para esto. Dejen sus problemas personales para después.
Alex asintió con falsa sumisión, mientras yo simplemente asentí. No era el momento para discutir. Teníamos un trabajo que hacer.
El perímetro de las instalaciones de Umbra Omega era aún más imponente de lo que había imaginado. Las torres de vigilancia y los enjambres de drones patrullaban el área, y las paredes de acero negro parecían absorber la poca luz que quedaba en el cielo. Era una fortaleza, diseñada para mantener fuera a cualquiera que se atreviera a acercarse. Pero no teníamos elección.
Leah trabajó rápido, desactivando los sensores del primer nivel con una precisión impresionante. Margaret nos guiaba con gestos rápidos y silenciosos, cada uno de nosotros siguiendo su ejemplo. Llegamos a la entrada principal sin ser detectados, gracias a los datos de Alex y la habilidad de Leah.
—Listos para entrar —dijo Leah, su voz apenas un susurro.
Margaret asintió y nos hizo una seña para avanzar. La puerta se abrió con un leve zumbido, revelando un pasillo oscuro y estrecho que conducía al corazón de las instalaciones.
—Manténganse alertas —dije en voz baja, llevando mi arma lista mientras avanzábamos en formación.
Dentro, la tensión era palpable. Cada paso resonaba en las paredes metálicas, y el silencio era interrumpido solo por el zumbido ocasional de los sistemas de seguridad. Avanzamos lentamente, siguiendo las instrucciones de Margaret y los datos que Alex había proporcionado.
—El núcleo principal está a dos niveles hacia abajo —dijo Alex, mirando un pequeño dispositivo que había traído consigo—. Pero necesitaremos acceder a la sala de control primero para desactivar las defensas internas.
—Entonces vamos a la sala de control —respondió Margaret, sin dudar.
El camino hasta la sala de control estuvo sorprendentemente despejado, lo que solo aumentó mi desconfianza. Algo no estaba bien. Cuando llegamos, Leah se puso a trabajar en el terminal principal mientras Alex vigilaba la puerta.
—Esto no tiene sentido —dije, rompiendo el silencio—. ¿Dónde están los guardias? ¿Por qué no hay resistencia?
—Quizás simplemente no esperaban que llegáramos tan lejos —sugirió Alex, pero su tono era demasiado despreocupado para mi gusto.
—O tal vez nos están esperando más adelante —añadió Margaret, su mirada fija en los monitores que Leah había activado.
—Listo —anunció Leah, con una nota de triunfo en su voz—. Las defensas internas están desactivadas. Pero no durará mucho. Tenemos que movernos.
Margaret asintió y nos hizo una seña para avanzar. Pero antes de que pudiéramos salir de la sala, el sonido de un sistema activándose llenó el aire. Las puertas se cerraron de golpe, y las luces comenzaron a parpadear.
—¿Qué diablos…? —comencé, pero Alex me interrumpió.
—¡Es una trampa! —gritó, mirando frenéticamente su dispositivo—. Alguien activó un protocolo de emergencia.
—¿Tú no activaste esto? —exigió Margaret, acercándose a él.
—¡No! —respondió Alex, su tono lleno de urgencia—. Esto no estaba en los datos. ¡Tenemos que salir de aquí, ahora!
Mi desconfianza hacia Alex alcanzó su punto máximo, pero no había tiempo para discutir. Margaret tomó el control de la situación, ordenándonos que encontráramos una salida. Leah logró hackear los sistemas lo suficiente como para abrir una puerta lateral, y nos lanzamos al pasillo justo cuando un grupo de drones apareció detrás de nosotros.
Corrimos por los pasillos, esquivando disparos y buscando cobertura cuando era posible. Los drones eran rápidos, pero gracias a la precisión de Leah y Margaret, logramos derribar a varios de ellos mientras avanzábamos. Finalmente, llegamos a un área segura, donde nos detuvimos para recuperar el aliento.