Narrado por Alfio Lee
El eco de nuestras pisadas resonaba en los pasillos metálicos, una constante amenaza que hacía hervir mi sangre con la mezcla de adrenalina y precaución. Llevaba años en esto, pero algo sobre este lugar me ponía los nervios de punta. No eran los drones, ni las trampas mortales que sabíamos que estaban a cada esquina. No. Era el silencio.
El tipo de silencio que no es natural.
—¿Cuánto falta para llegar al núcleo? —pregunté, manteniendo mi voz baja, aunque el eco la hacía parecer un susurro ensordecedor.
Margaret, siempre al frente, revisó rápidamente el dispositivo que Alex había programado para guiarnos. Su mandíbula estaba apretada, el ceño fruncido. Ella no respondía a la presión, pero yo podía leerla como un libro abierto. Estaba al límite.
—Unos doscientos metros —dijo finalmente, su voz firme, pero con una pizca de tensión.
Dos metros o doscientos no hacían mucha diferencia. La sensación de que algo iba terriblemente mal no me dejaba en paz. Miré a Alex, quien se había mantenido un paso detrás del grupo, su mirada dividida entre el dispositivo que sostenía y las sombras que nos rodeaban. Nunca había confiado en él, y después de todo lo que había pasado en las últimas horas, esa desconfianza era como una espina incrustada en mi mente.
—¿Seguro que estos planos son correctos? —le dije, sin molestarse en disimular mi escepticismo.
Alex levantó la vista un momento, arqueando una ceja.
—Tan correctos como cualquier cosa que venga de AtlasCorp —respondió con un encogimiento de hombros—. Si tienes una mejor opción, soy todo oídos.
—Basta, Alfio —intervino Margaret, cortándome antes de que pudiera replicar—. No tenemos tiempo para esto. Si queremos salir vivos de aquí, necesitamos trabajar juntos. Punto.
Ella tenía razón, por supuesto. Pero eso no hacía que me gustara menos la idea de confiar en Alex.
El pasillo finalmente se abrió a una gran sala circular, con un diseño tan aséptico y brillante que parecía salido de una película de ciencia ficción. Paneles holográficos flotaban alrededor de una estructura central que pulsaba con una luz azul intermitente. Era el núcleo. Sabía que ese artefacto contenía la clave para desmantelar el Proyecto Umbra Omega de una vez por todas o activarlo.
Margaret avanzó con paso firme hacia la consola principal, mientras Leah se quedó atrás para asegurarse de que las puertas estuvieran aseguradas. Yo me mantuve cerca, mis ojos fijos en Alex, quien parecía estar demasiado interesado en los detalles de la sala.
—No me gusta esto —dije, acercándome a Margaret mientras ella comenzaba a trabajar en la consola—. Es demasiado fácil.
—Nada de esto ha sido fácil, Alfio —respondió ella, sin apartar la vista de los datos que parpadeaban frente a ella.
—No lo entiendes. Es como si nos estuvieran dejando llegar hasta aquí —insistí, mi tono más bajo, casi un susurro—. Esto no es normal.
Ella se detuvo por un momento, su mirada encontrándose con la mía. Había algo en sus ojos, una chispa de duda que no podía ignorar. Pero entonces negó con la cabeza y volvió a enfocarse en la consola.
—No tenemos otra opción —dijo finalmente—. Si esto es una trampa, tendremos que encontrar la manera de salir de ella. Pero no voy a retroceder ahora.
No pude discutir con eso. No porque no tuviera argumentos, sino porque sabía que nada de lo que dijera cambiaría su decisión.
Margaret trabajó rápido, sus dedos volando sobre los controles holográficos mientras Leah y yo manteníamos la guardia. Alex se había acercado al núcleo, examinándolo con una mirada que me ponía de los nervios.
—No toques nada —le advertí, mi voz baja, pero cargada de amenaza.
—Tranquilo, Alfio. No todos somos impulsivos como tú —respondió con esa sonrisa irritante que siempre parecía tener.
Estaba a punto de replicar cuando un zumbido ensordecedor llenó la sala. Las luces parpadearon, y el núcleo comenzó a pulsar con mayor intensidad. Margaret maldijo por lo bajo, sus manos moviéndose aún más rápido.
—¿Qué está pasando? —pregunté, apretando mi arma con fuerza.
—Alguien está intentando bloquearme —respondió Margaret, su tono lleno de frustración—. Necesito más tiempo.
—No lo tienes —dijo Leah desde la entrada, apuntando hacia los drones que comenzaban a aparecer por los pasillos.
—¡Leah, cúbrelos! —grité, moviéndome para apoyarla.
Los drones eran rápidos y letales, pero Leah y yo éramos más rápidos. Cada disparo era preciso, calculado. Pero por cada uno que derribábamos, otros dos aparecían. Era una cuestión de tiempo antes de que nos abrumaran.
—¡Margaret, necesitamos movernos! —grité, retrocediendo hacia la consola mientras seguíamos disparando.
—¡Casi termino! —respondió ella, su voz tensa.
Alex estaba junto a ella ahora, murmurando algo que no podía escuchar. Me acerqué, mi mirada fija en él.
—¿Qué estás haciendo? —exigí, apuntándolo con mi arma.
—¡Alfio, no tenemos tiempo para tus paranoias! —gritó Margaret, mirándome furiosa—. ¡Déjame concentrarme!
—Esto es una trampa, Margaret. Lo sabes tan bien como yo —respondí, mi mirada dividida entre ella y Alex—. Y él está involucrado.
—¡Por Dios, Alfio! —gritó Alex—. ¡Estoy tratando de ayudarte!
Antes de que pudiera responder, una explosión sacudió la sala. Uno de los drones había conseguido atravesar nuestras defensas, lanzando un proyectil que había impactado cerca de Leah. Ella estaba herida, pero seguía luchando, negándose a ceder.
—¡Margaret, ya! —grité, sabiendo que no podíamos mantener esta posición por mucho más tiempo.
Finalmente, Margaret levantó la vista de la consola, su rostro pálido pero decidido.
—Está hecho —dijo, alejándose del núcleo.
El zumbido del núcleo comenzó a disminuir, y la luz azul que pulsaba lentamente se desvaneció. Pero no había tiempo para celebrar. Los drones seguían viniendo, y cada vez eran más.