El Pacto Oculto.

Capítulo 56: El Rastro de las Sombras.

Narrado por Alfio Lee

Los motores del transporte resonaban en el aire mientras atravesábamos un terreno accidentado y desolado. Los pulsos de adrenalina aún recorrían mi cuerpo, pero lo que me mantenía despierto no era el reciente enfrentamiento con los drones. Era lo que no se había dicho. Margaret estaba sentada al frente, revisando sus datos en silencio, mientras Alex ocupaba un asiento al final, con una expresión imperturbable. No podía apartar los ojos de él. Algo en su actitud me resultaba insoportablemente calculador.

Mi instinto me había salvado en más ocasiones de las que podía contar. Era lo único en lo que realmente confiaba. Y ahora me gritaba que había algo profundamente mal con Alex.

—¿Qué sigue? —pregunté en voz alta, rompiendo el incómodo silencio.

Margaret levantó la vista de su dispositivo y me miró con el ceño fruncido.

—Primero, encontrar un lugar seguro donde podamos reagruparnos. Luego, analizar los datos que extraje del núcleo —respondió. Su tono era firme, pero había algo más detrás de sus palabras. Fatiga. Tal vez dudas.

—Eso si no nos persiguen antes de llegar a cualquier lado —añadió Leah desde el asiento del copiloto. Sus heridas estaban vendadas, pero su rostro seguía pálido. Aun así, su voz mantenía esa chispa de determinación que siempre admiraba en ella.

—No nos seguirán por ahora —dijo Alex, inclinándose hacia adelante desde su asiento trasero. Su tono era calmado, casi despreocupado, lo que solo hizo que me hirviera la sangre.

—¿Por qué estás tan seguro de eso? —espeté, girándome hacia él.

Alex me miró directamente, sin rastro de emoción en sus ojos.

—Porque desactivamos el núcleo. Su capacidad de rastreo está limitada hasta que logren reiniciarlo. Eso nos da una ventaja temporal.

—¿Temporal? —bufé—. ¿Y qué pasa si esa “ventaja temporal” no es suficiente? ¿Si los datos que Margaret extrajo no contienen nada útil?

—¡Alfio! —interrumpió Margaret, su voz afilada como una hoja—. Ya basta. Estamos todos agotados, pero lo último que necesitamos ahora es empezar a cuestionarnos unos a otros.

La miré, sintiendo cómo la tensión en mi pecho aumentaba. Sabía que tenía razón, pero eso no calmaba la inquietud que se revolvía en mi interior. No podía sacudirme la sensación de que Alex sabía más de lo que estaba diciendo.

—No estoy cuestionando al equipo —respondí, tratando de moderar mi tono, aunque no lo conseguí del todo—. Estoy cuestionando a él.

Alex soltó una risa seca y sacudió la cabeza.

—Siempre tan desconfiado, Alfio. No sé si tomármelo como un cumplido o una ofensa.

Me incliné hacia él, ignorando las miradas de Margaret y Leah.

—¿Y deberías? Porque hasta ahora no has dado ninguna razón para confiar en ti.

Margaret suspiró con frustración y se levantó de su asiento, colocándose entre nosotros.

—¡Ya basta, los dos! —exclamó—. Tenemos problemas mucho más grandes que nuestras diferencias personales. Si no podemos trabajar juntos, no tenemos ninguna posibilidad de ganar esto.

Sus palabras me detuvieron, pero no pude evitar mirar a Alex una última vez antes de sentarme de nuevo.

Después de un par de horas de viaje, encontramos un refugio improvisado en un almacén abandonado. Era un edificio en ruinas, con paredes cubiertas de grafitis y techos parcialmente derrumbados. No era ideal, pero al menos nos ofrecía algo de protección contra los elementos y cualquier posible vigilancia.

Mientras Margaret y Leah se encargaban de revisar las provisiones y asegurar el perímetro, me quedé vigilando a Alex. Estaba sentado en un rincón, revisando algo en su dispositivo. Mi instinto me decía que no lo perdiera de vista, y esta vez estaba decidido a escuchar esa voz.

Me acerqué a él, tratando de parecer casual.

—¿Qué haces? —pregunté.

Alex levantó la vista, su expresión neutral.

—Asegurándome de que los sistemas de AtlasCorp no nos hayan detectado todavía. ¿Algo más que quieras saber?

Su tono desafiante casi me hizo perder la calma.

—Sí —respondí, cruzándome de brazos—. Quiero saber cómo es que siempre pareces tener una respuesta para todo.

Alex sonrió, pero no era una sonrisa amigable. Era la sonrisa de alguien que sabía algo que los demás no sabían.

—Es simple, Alfio. Porque pienso antes de actuar. Quizá deberías intentarlo alguna vez.

Avancé un paso hacia él, pero antes de que pudiera responder, Margaret apareció detrás de mí.

—¿Qué parte de “dejen de pelear” no entendieron? —dijo, con una mezcla de exasperación y cansancio.

Me aparté de Alex, pero no sin lanzarle una última mirada de advertencia.

La noche cayó, y el almacén se llenó de sombras. Mientras los demás dormían, me ofrecí para tomar el primer turno de guardia. No confiaba en Alex para nada relacionado con nuestra seguridad, y además necesitaba tiempo para pensar.

Las palabras de Margaret seguían resonando en mi cabeza. Tal vez estaba dejando que mi desconfianza en Alex nublara mi juicio, pero no podía evitarlo. Había algo en él que simplemente no cuadraba.

Mientras patrullaba el perímetro, escuché un ruido suave detrás de mí. Me giré, mi arma lista, pero solo era Margaret. Estaba envuelta en su chaqueta, sus ojos oscuros reflejando la poca luz que se filtraba a través de las grietas en las paredes.

—Deberías descansar —dijo, cruzándose de brazos—. Necesitamos que estés en plena forma para lo que venga.

Negué con la cabeza.

—No puedo. No mientras Alex esté aquí.

Ella suspiró y se acercó, bajando la voz para no despertar a los demás.

—Sé que no confías en él, Alfio. Y entiendo por qué. Pero en este momento, necesitamos toda la ayuda que podamos conseguir. Incluso la suya.

—¿Y si nos traiciona? —pregunté, mirándola fijamente—. ¿Y si todo esto ha sido una trampa desde el principio?

Margaret guardó silencio por un momento, sus ojos buscando los míos. Luego negó con la cabeza.




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