El Pacto Oculto.

Capítulo 58:La sombra del Pasado.

Narrado por Alfio Lee

La tensión en el aire era palpable. El mensaje en la consola parpadeaba en un tono intermitente, como si estuviera marcando cada segundo que nos quedaba. Pero lo que realmente no dejaba de ocupar mi mente era Alex. Había algo en su postura, en la forma en que me miraba con una mezcla de desafío y resignación, que me hacía pensar que sabía mucho más de lo que estaba dispuesto a admitir.

Mantenía el arma firme en mi mano, apuntándole mientras las palabras que acababa de decir resonaban en mi cabeza. “Estoy buscando una manera de detener esto de una vez por todas.” Sonaban como una confesión, pero también como una excusa. Y yo no era tan ingenuo como para confiar en alguien que había demostrado ser demasiado bueno manipulando las circunstancias a su favor.

—Habla, Alex —dije, con la voz cargada de la rabia contenida que llevaba semanas acumulando—. Si tienes algo que decir, dilo ahora. No tengo paciencia para tus juegos.

—¿Mis juegos? —replicó, soltando una risa amarga mientras bajaba las manos lentamente—. Alfio, no tienes idea de lo que estás enfrentando. Crees que todo es blanco o negro, pero en este tablero, cada pieza está diseñada para traicionarte.

Di un paso hacia él, acortando la distancia entre nosotros. La energía que emanaba del reactor hacía que el aire se sintiera más denso, como si nos envolviera en una burbuja donde solo existíamos nosotros dos y el destino de lo que estábamos a punto de desencadenar.

—¿Y tú? —lo increpé—. ¿En qué parte del tablero te colocas? Porque, hasta donde yo sé, tú eres la pieza más peligrosa aquí.

Alex suspiró, como si estuviera cansado de tener que explicar algo que consideraba evidente. Dio un paso hacia atrás, acercándose peligrosamente a la consola.

—No lo entiendes, ¿verdad? —dijo, con una expresión que era mitad burla y mitad pesar—. AtlasCorp no es solo una corporación. Es una red, una conciencia colectiva que se alimenta de cada decisión, de cada sacrificio que hacemos. Y yo… yo fui parte de eso.

Sus palabras me golpearon como un balde de agua fría. Por fin, la verdad comenzaba a emerger, pero no me relajé.

—¿Qué significa eso? —pregunté, sin bajar el arma.

—Significa que fui uno de los diseñadores originales del Proyecto Umbra Omega —confesó, sus ojos clavados en los míos con una intensidad que me puso los pelos de punta—. Yo ayudé a crear esta maldita cosa. Y ahora estoy tratando de deshacer lo que hice.

Mi mente luchaba por procesar lo que acababa de escuchar. Había sospechado de él desde el principio, pero esto era mucho más grande de lo que había imaginado. Alex no era solo un infiltrado o un oportunista; era una parte integral del monstruo al que habíamos estado intentando destruir.

—¿Y por qué debería creerte? —pregunté, mi voz firme aunque mi interior era un torbellino de emociones.

—Porque no me queda nada más —respondió, y por primera vez, vi algo parecido a vulnerabilidad en su rostro—. Perdí todo, Alfio. Mi familia, mi reputación… todo fue destruido cuando intenté salir de AtlasCorp. No estoy aquí para redimirme. Estoy aquí porque, si no hago esto, todo lo que queda de mí desaparecerá con ellos.

Lo observé durante lo que parecieron minutos interminables, intentando descifrar si sus palabras eran una verdad incómoda o una mentira elaborada. Finalmente, bajé el arma, aunque mantuve el dedo cerca del gatillo.

—Está bien —dije, mi tono lleno de escepticismo—. Entonces demuéstralo. Si realmente estás tratando de detener esto, dime qué hacemos aquí.

Alex se giró hacia la consola, sus dedos volando sobre el teclado mientras comenzaba a manipular los comandos. Las luces del reactor parpadearon y un zumbido bajo llenó la habitación.

—Esta instalación contiene una de las claves redundantes que Margaret mencionó —explicó—. Si la destruyo ahora, reduciremos significativamente las posibilidades de que AtlasCorp pueda reactivar Umbra Omega. Pero…

—¿Pero qué? —lo presioné.

—Si destruyo esta clave, el sistema central se dará cuenta y activará un protocolo de emergencia —continuó, con el rostro tenso—. Eso significa que las otras claves entrarán en un estado de alerta. AtlasCorp sabrá exactamente dónde están y podría llegar a ellas antes que nosotros.

Fruncí el ceño, intentando analizar la situación. Era una decisión imposible: destruir esta clave ahora y arriesgarnos a perder el control sobre las demás, o dejarla intacta y darle a AtlasCorp una oportunidad más para usarla contra nosotros.

—¿Qué haría Margaret en esta situación? —pregunté, más para mí mismo que para Alex.

Él se detuvo y me miró, como si la pregunta lo hubiera tomado por sorpresa.

—Margaret siempre opta por la lógica —dijo, con un atisbo de admiración en su voz—. Pero a veces, la lógica no es suficiente.

Me acerqué a la consola, observando los datos que parpadeaban en la pantalla. Todo mi cuerpo estaba tenso, consciente de que cualquier decisión que tomara aquí podría cambiar el curso de nuestra misión.

—Hazlo —dije finalmente, con voz firme—. Destruye la clave.

Alex me miró, sorprendido por mi decisión.

—¿Estás seguro?

—No. Pero no tenemos tiempo para dudar.

El proceso fue rápido, pero no menos doloroso. A medida que Alex introducía los comandos finales, el reactor comenzó a emitir un sonido agudo, como un grito mecánico. Las luces parpadearon violentamente y la consola mostró un último mensaje antes de apagarse por completo:

“Clave destruida. Protocolo de emergencia activado.”

La habitación quedó en silencio, excepto por nuestras respiraciones agitadas. Miré a Alex, esperando alguna señal de que habíamos hecho lo correcto.

—Esto es solo el comienzo —dijo, con una expresión sombría—. Ahora vendrán por nosotros con todo lo que tienen.

Asentí, sabiendo que tenía razón. Pero también sabía que no podíamos detenernos.




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