Narrado por Alfio Lee
El rugido de la nave atravesaba el silencio del espacio. Sentía el peso de mis propias decisiones en cada vibración de los motores. Alex estaba sentado frente a mí, revisando los datos en su consola portátil. Sus dedos se movían rápidamente, pero su mirada estaba fija, como si intentara convencerse de algo mientras procesaba la información. No podía evitar mirarlo con desconfianza. Después de todo, había confesado ser una pieza clave en la creación del Proyecto Umbra Omega, y ahora, de alguna manera, esperaba que confiáramos en él.
Margaret estaba en la cabina, pilotando la nave con Leah. Alex y yo nos encontrábamos en el compartimento trasero, y aunque había pasado apenas una hora desde que destruimos la clave del sistema, el aire entre nosotros estaba tan tenso que podría haberse cortado con un cuchillo.
—Lo que hicimos fue un error, ¿sabes? —dije finalmente, rompiendo el incómodo silencio. Mi tono era firme, pero no agresivo. Quería que supiera que, aunque había seguido su plan, todavía dudaba de él.
Alex levantó la vista de su consola, sus ojos cansados pero decididos. Se tomó unos segundos antes de responder, como si estuviera eligiendo cuidadosamente sus palabras.
—Si no lo hacíamos, ellos ya habrían encontrado esta clave y estaríamos en una posición peor —respondió con calma. Su voz no tenía rastro de arrepentimiento, lo que solo sirvió para encender aún más mi frustración.
Me incliné hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. Quería gritarle, exigirle respuestas, pero sabía que no era el momento. A pesar de todo, no podía ignorar que tenía algo de razón. Sin embargo, la forma en que aceptaba sus propias decisiones, como si fueran la única opción posible, me irritaba profundamente.
—¿Y qué hay de las otras claves? —pregunté, tratando de mantener la compostura—. Ahora están en estado de alerta. ¿Tienes un plan para eso también o solo estás improvisando?
Alex cerró los ojos por un momento y soltó un suspiro. Parecía más agotado de lo que estaba dispuesto a admitir.
—El plan es adaptarnos —respondió, abriendo los ojos para mirarme directamente—. Esto no es un juego de ajedrez, Alfio. No hay movimientos perfectos, solo decisiones que nos mantengan con vida lo suficiente como para llegar al siguiente paso.
Esa respuesta no me satisfizo. No quería adaptarme; quería soluciones. Quería algo que nos asegurara que no estábamos dando pasos hacia un precipicio invisible. Pero antes de que pudiera continuar presionándolo, Margaret entró en el compartimento.
—Estamos recibiendo una transmisión encriptada —dijo, con el rostro tenso—. Podría ser AtlasCorp o algún aliado. Alex, necesito que la descifres.
Sin decir una palabra, Alex tomó su consola y siguió a Margaret hacia la cabina. Yo me quedé atrás, mi mente girando con pensamientos contradictorios. Quería confiar en él, pero cada vez que lo hacía, algo en mi interior me gritaba que no bajara la guardia. Sus secretos habían puesto a nuestro equipo en peligro antes, y aunque parecía dispuesto a redimirse, no podía olvidar lo que había confesado. Había ayudado a crear al monstruo que ahora nos estaba cazando.
Cuando finalmente decidí unirme a ellos en la cabina, Alex ya estaba trabajando en la transmisión. La pantalla mostraba una serie de códigos que parecían moverse demasiado rápido para que alguien pudiera interpretarlos, pero Alex los manejaba con una precisión que me recordó por qué había sido tan valioso para AtlasCorp.
Margaret estaba de pie detrás de él, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Su mirada alternaba entre la pantalla y Alex, como si intentara descifrarlo tanto a él como a los códigos frente a nosotros.
—¿Qué tienes? —pregunté, entrando en la cabina y tomando asiento en uno de los paneles laterales.
Alex no levantó la vista, pero respondió rápidamente.
—Es un mensaje fragmentado. Parece que proviene de una de las estaciones secundarias de AtlasCorp. Podría ser una trampa, pero también podría ser una oportunidad para adelantarnos a ellos.
Margaret se giró hacia mí, buscando mi opinión. Por un momento, nuestras miradas se cruzaron, y vi la misma duda y frustración que sentía yo. Sabía que ambos queríamos confiar en Alex, pero también sabíamos que no podíamos permitirnos más errores.
—¿Qué sugieres? —le pregunté directamente a Alex.
—Si logramos descifrar el mensaje por completo, podríamos obtener la ubicación de una de las claves restantes —explicó, sus dedos todavía trabajando en la consola—. Pero necesitaré tiempo, y si alguien intercepta nuestra señal, estaremos expuestos.
—Siempre hay un riesgo, ¿verdad? —dije, mi tono cargado de sarcasmo. Pero sabía que no teníamos otra opción. Si había una posibilidad de adelantarnos a AtlasCorp, teníamos que tomarla.
Margaret asintió, aparentemente llegando a la misma conclusión.
—Hazlo, pero no te tomes más tiempo del necesario. Si detecto alguna señal de que estamos siendo rastreados, cortaremos la transmisión.
Alex asintió, y por un momento, la cabina quedó en silencio, excepto por el sonido de los teclados y los sistemas de la nave. Me quedé observando a Margaret, notando el cansancio en sus ojos. Estaba soportando mucho más de lo que cualquier persona debería, pero seguía adelante, liderándonos incluso cuando el peso de sus propias dudas la estaba consumiendo.
Pasaron varios minutos antes de que Alex finalmente hablara.
—Lo tengo —dijo, su voz más firme que antes—. La transmisión contiene coordenadas de una instalación en el cinturón de asteroides. Parece que es un punto de almacenamiento para varias piezas del proyecto, incluidas las claves restantes.
—¿Es confiable? —preguntó Margaret, todavía cautelosa.
Alex asintió lentamente.
—Tanto como puede serlo cualquier cosa en este momento. Pero si es una trampa, está muy bien diseñada.
Margaret se giró hacia mí, esperando mi opinión. Por un momento, me quedé en silencio, analizando nuestras opciones. Finalmente, asentí.