El Pacto Oculto.

Capítulo 60: Sombras en el Cinturón de Asteroides.

Narrado por Alfio Lee

El cinturón de asteroides se extendía frente a nosotros como un campo interminable de rocas flotantes, iluminado por la débil luz de una estrella distante. Desde la ventana principal de la nave, los asteroides parecían inmóviles, pero sabía que sus movimientos eran impredecibles, como si la gravedad misma estuviera jugando con ellos. Había algo hipnótico y aterrador en ese caos silencioso, y la sensación de que podíamos quedar atrapados en él no me abandonaba.

Margaret pilotaba la nave con una precisión que solo ella podía lograr. Sus manos firmes manipulaban los controles mientras esquivábamos fragmentos de roca que parecían surgir de la nada. Leah estaba a su lado, monitoreando los sensores en busca de cualquier señal de actividad. Alex y yo estábamos en el compartimento trasero, revisando los detalles de las coordenadas que habíamos descifrado. Había demasiadas incógnitas en esta misión, y eso no me dejaba en paz.

—Estamos a quince minutos de las coordenadas —dijo Margaret por el comunicador, su voz clara pero tensa—. ¿Qué tan seguros estamos de que esto no es una trampa?

Alex levantó la vista de su consola y me miró, como si esperara que yo respondiera. Me crucé de brazos, dejando que el silencio hablara por mí. La verdad era que no teníamos forma de saberlo. Este podría ser el movimiento más inteligente que habíamos hecho o el error que acabaría con todos nosotros. Finalmente, Alex habló.

—La transmisión parecía legítima, pero no puedo garantizar que no haya sido interceptada. —Se encogió de hombros, como si eso fuera suficiente explicación.

—Siempre tienes una respuesta conveniente, ¿verdad? —espeté, sintiendo cómo mi frustración se acumulaba de nuevo. Alex no respondió, pero el destello de incomodidad en su mirada me dio una pequeña satisfacción.

Me acerqué a la ventana lateral y miré hacia el infinito vacío del espacio. Había estado en muchas misiones arriesgadas antes, pero esta tenía un peso diferente. Quizás era porque, por primera vez, no tenía un plan claro. Todo dependía de una serie de suposiciones, y eso me ponía al límite.

Cuando finalmente llegamos a las coordenadas, la instalación apareció en nuestras pantallas como una estructura monolítica incrustada en un asteroide masivo. Era oscura y desprovista de cualquier tipo de iluminación exterior, lo que hacía difícil distinguir sus contornos exactos. Parecía un fantasma de algún tiempo olvidado, un recordatorio silencioso de lo que AtlasCorp había construido en las sombras.

—No detecto actividad energética en el exterior —informó Leah—, pero eso no significa que esté abandonada. Podrían tener sistemas ocultos o inactivos que se activarán en cuanto nos acerquemos.

—Eso es reconfortante —murmuré, mientras me ajustaba el cinturón de seguridad.

Margaret giró la cabeza hacia Alex, que estaba concentrado en la pantalla de su consola.

—¿Puedes conectarte con su sistema desde aquí? —preguntó.

Alex negó con la cabeza.

—No sin exponer nuestra ubicación exacta. Necesito estar dentro de la instalación para acceder a sus redes.

Margaret asintió lentamente y luego miró a Leah.

—Prepárate para activar las contramedidas si detectas algo. Alfio, tú y Alex vendrán conmigo. No quiero que nadie se quede atrás en esta nave sin apoyo.

No me sorprendió que Margaret quisiera que Alex estuviera bajo vigilancia constante. Aunque yo mismo no confiaba completamente en él, no podía evitar preguntarme si estábamos subestimando su capacidad para salir de situaciones complicadas. Si algo salía mal, tenía la sensación de que Alex sería el primero en encontrar una manera de salvarse, incluso si eso significaba sacrificarnos a nosotros.

El interior de la instalación era frío y opresivo, con paredes metálicas que reflejaban la luz de nuestras linternas de manera irregular. Los pasillos eran estrechos y claustrofóbicos, y cada paso que dábamos resonaba como un eco interminable. Era como si la instalación misma nos estuviera vigilando, esperando el momento adecuado para atacar.

Alex lideraba el camino, con su consola portátil conectada a los paneles de control que encontrábamos a lo largo de los pasillos. Su habilidad para navegar por los sistemas era impresionante, pero también desconcertante. Había algo inquietante en la facilidad con la que podía acceder a la tecnología de AtlasCorp, como si todavía formara parte de ellos en algún nivel.

—El servidor principal debería estar a unos cien metros de aquí —dijo Alex, sin apartar la vista de su pantalla—. Si conseguimos llegar sin activar ninguna alarma, podré descargar la información que necesitamos.

Margaret asintió, pero no dijo nada. Su mano descansaba cerca de su pistola, lista para actuar en cualquier momento. Yo hacía lo mismo, manteniéndome alerta mientras avanzábamos. Sabía que este lugar tenía trampas ocultas; solo era cuestión de tiempo antes de que se revelaran.

Llegamos a una sala circular que parecía ser el corazón de la instalación. En el centro había un servidor masivo, rodeado de pantallas que parpadeaban con datos incomprensibles. Alex se acercó rápidamente y comenzó a conectar su consola, mientras Margaret y yo inspeccionábamos el área en busca de cualquier señal de peligro.

—Esto no me gusta —dije en voz baja, observando las sombras en las esquinas de la sala—. Es demasiado fácil.

—Concuerdo —respondió Margaret, con la mirada fija en Alex—. Pero no tenemos opción.

Alex trabajó en silencio durante unos minutos antes de levantar la cabeza.

—Estoy dentro del sistema. Hay registros de las otras claves, pero… —Se detuvo, su rostro tensándose mientras leía los datos—. Hay algo más aquí. Parece que han estado rastreándonos desde hace semanas.

Mi corazón se detuvo por un momento. Eso significaba que sabían exactamente dónde estábamos.

—¿Qué tan comprometidos estamos? —pregunté, acercándome a él.




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