El Pacto Oculto.

Capítulo 65:El Espejismo de la Libertad.

Narrado por Margaret

El eco de las palabras de Alex aún resonaba en mi mente como un disparo en la oscuridad.

“Tú eres la llave.”

No. No podía ser verdad. No podía ser parte de lo que tanto había luchado por destruir.

Pero en lo profundo de mi mente, la verdad ya estaba echando raíces. Lo había sentido desde hacía tiempo: la conexión inexplicable con las redes de AtlasCorp, los destellos de información que aparecían en mi mente como si siempre hubieran estado ahí.

Yo era Umbra Omega.

—¡Estás mintiendo! —escupí, mi voz temblando entre furia y desesperación.

Alfio, aún con el arma apuntando a Alex, se tensó. Lo conocía lo suficiente para saber que estaba debatiéndose entre creerle o vaciarle el cargador en el pecho.

—Demuéstralo —gruñó Alfio, su dedo aferrado al gatillo.

Alex levantó ambas manos, con una calma inquietante.

—Margaret ya lo sabe —dijo, su mirada fija en mí—. No necesita pruebas.

Cerré los ojos por un instante. Busqué en mi mente algo, cualquier cosa que desmintiera sus palabras. Pero cuanto más lo negaba, más claro se hacía.

AtlasCorp no solo había experimentado con control mental.

Habían implantado el núcleo del sistema en mí.

Y sin siquiera saberlo, había estado funcionando dentro de mí todo este tiempo.

¿Cómo…? —susurré, sintiéndome mareada.

—Desde el principio —dijo Alex—. Cuando escapaste de AtlasCorp, no saliste sola. Saliste con el sistema dentro de ti. Te usaron como recipiente sin que lo supieras, ocultaron los datos dentro de tu subconsciente. Y ahora que estás aquí, el sistema se está reactivando.

Di un paso atrás, sintiendo que mi respiración se volvía errática.

—Eso no puede ser cierto.

—¿Por qué crees que siempre estuviste un paso adelante? ¿Por qué sentías la red de AtlasCorp incluso cuando no estabas conectada? —Alex avanzó un paso—. No era intuición, Margaret. Era el sistema dentro de ti.

La habitación pareció volverse más fría. Miré a Alfio, esperando encontrar en sus ojos alguna señal de que todo esto era una locura. Pero en su lugar, solo encontré incertidumbre.

—Entonces —su voz sonó grave—, ¿qué significa esto?

Alex bajó la mirada por un momento, como si midiera sus palabras.

—Significa que si Margaret activa el Protocolo Fénix, no solo destruirá AtlasCorp… sino que podría destruirse a sí misma en el proceso.

El silencio que cayó entre nosotros fue absoluto.

Mis manos temblaban mientras miraba la consola frente a mí. La clave estaba lista para insertarse. Un simple comando y AtlasCorp caería. Pero si lo hacía…

—¿Qué me pasará si activo el protocolo? —pregunté, con la garganta seca.

Alex no respondió de inmediato.

—El sistema dentro de ti está vinculado al núcleo de Umbra Omega. Si activas el protocolo… podrías quedar atrapada dentro del código. Tu conciencia podría fusionarse con la red, convirtiéndote en parte de lo que intentas destruir.

Una parte de mí ya lo sabía. Desde el momento en que había visto el código fluyendo en la pantalla, había sentido cómo algo dentro de mí respondía a ello.

Alfio sacudió la cabeza.

—No hay manera de que permitamos eso. Debe haber otra forma.

—No la hay —dije, sin apartar la vista de la consola.

Porque lo entendía ahora.

AtlasCorp había diseñado Umbra Omega para ser indestructible. Para que, incluso si el sistema colapsaba, siempre hubiera un medio de reconstrucción. Y yo era ese medio.

Si no lo detenía ahora, se reiniciaría en otro lugar. Quizás no hoy, quizás no mañana, pero eventualmente volvería. Y el sacrificio de todos los que habían luchado contra AtlasCorp habría sido en vano.

—Margaret… —Alfio pronunció mi nombre con una mezcla de advertencia y súplica—. No hagas esto.

—No hay otra opción —susurré.

Mis dedos se movieron sobre la consola.

Alex me observaba sin moverse. Sabía lo que estaba a punto de hacer y, por primera vez, parecía que no tenía respuestas.

Alfio se acercó, su mano rozando la mía, intentando detenerme.

—No voy a dejar que te pierdas en esto —dijo, su voz tensa—. No de nuevo.

Mi corazón se encogió.

—Alfio… —Mi voz tembló, pero no aparté la mirada del terminal—. Tienes que dejarme hacer esto.

Él negó con la cabeza.

—Voy a sacarte de aquí. No importa qué tenga que hacer.

—No puedes salvarme de esto.

—Mírame, Margaret. —Su mano tomó mi rostro, obligándome a verlo—. Tú eres más que esto. No eres solo un código, no eres solo un experimento de AtlasCorp. Eres real.

Algo en su voz hizo que mis dedos se detuvieran sobre el teclado.

Pero antes de que pudiera responder, la habitación entera se sacudió.

Las alarmas comenzaron a sonar.

—Nos encontraron —gruñó Alfio, girándose con su arma lista.

Las puertas se abrieron de golpe, y soldados de AtlasCorp entraron disparando.

Nos lanzamos hacia el suelo, buscando cobertura. Sentí el calor de los disparos pasar a centímetros de mi cabeza. Alex sacó su arma y comenzó a devolver el fuego, pero estábamos en desventaja.

—¡Margaret! —gritó Alfio—. ¡Ahora es tu oportunidad!

Mi mente gritaba que corriera, que buscara otra salida. Pero mis pies permanecieron firmes frente a la consola.

No podía seguir huyendo.

Tomé aire y tecleé la secuencia final.

La pantalla parpadeó.

“Activando Protocolo Fénix…”

El suelo tembló con una fuerza violenta. Las luces comenzaron a parpadear, y los soldados que nos atacaban se detuvieron, confundidos.

AtlasCorp estaba colapsando.

—¡Margaret, vámonos! —gritó Alfio, tomándome del brazo.

Pero antes de que pudiera moverme, un dolor agudo atravesó mi cabeza.

—¡Margaret! —La voz de Alfio se desvanecía.

Caí de rodillas. Mi visión se nubló.

Sentí cómo algo dentro de mí se encendía, como un millón de voces susurrando al unísono.




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