Narrado por Margaret
El silencio era lo primero que percibí cuando desperté. Un vacío absoluto, como si el universo entero se hubiera detenido.
Parpadeé, sintiendo la pesadez en mis párpados, como si llevara siglos dormida. Mis sentidos regresaban lentamente: el aroma metálico del aire filtrado, el frío que se aferraba a mi piel, el leve zumbido de una máquina cercana.
Intenté moverme, pero mi cuerpo se sentía ajeno, torpe, como si no me perteneciera.
¿Dónde estaba?
—Margaret…
Su voz.
Mi corazón reaccionó antes que mi mente.
Giré la cabeza y lo vi. Alfio estaba sentado junto a mí, con el rostro cansado y la mirada clavada en mí como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier momento.
—Estás despierta… —exhaló, como si hubiera contenido la respiración durante días.
Quise responder, pero mi garganta estaba seca.
Él se apresuró a inclinarse hacia adelante, ayudándome a incorporarme con cuidado. Una punzada de dolor recorrió mi espalda, pero lo ignoré.
—¿Dónde…? —conseguí murmurar.
—En un refugio en las afueras del sistema Solaris —respondió—. Leah y yo te sacamos antes de que todo colapsara.
Mi mente aún estaba nublada, pero la realidad comenzó a abrirse paso entre los recuerdos borrosos. La base en Xeryon. La activación del Protocolo Fénix. El dolor desgarrador en mi cabeza cuando Umbra Omega intentó arrastrarme con él.
Mi respiración se aceleró.
—AtlasCorp… ¿qué pasó?
Alfio pasó una mano por su rostro, visiblemente agotado.
—Se acabó. La red colapsó después de que activaste el protocolo. Umbra Omega desapareció. Todas sus instalaciones, sus sistemas… todo quedó inoperativo. AtlasCorp ha caído.
Las palabras deberían haberme dado alivio, pero en su lugar, solo sentí un profundo vacío.
—¿Y Alex? —pregunté con voz baja.
Alfio endureció la mandíbula.
—No lo sabemos. Cuando la base colapsó, lo último que vi fue a Alex intentando acceder a los controles manualmente. No logramos sacarlo a tiempo.
Un nudo se formó en mi estómago.
No estaba segura de cómo sentirme respecto a él. Alex había sido tantas cosas: un aliado, un enemigo, un enigma que nunca logré descifrar del todo. Y ahora, era otra sombra más en el pasado.
Cerré los ojos por un momento, tratando de ordenar mis pensamientos.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Cuatro días.
Exhalé lentamente.
Cuatro días desde que el mundo cambió.
Después de algunas horas, finalmente pude ponerme de pie. Mi cuerpo aún estaba débil, pero me negaba a quedarme en esa cama un segundo más.
Leah estaba en la sala común cuando Alfio me ayudó a salir de la habitación. Su rostro se iluminó al verme despierta, y antes de que pudiera decir algo, me envolvió en un abrazo repentino.
—Por un momento pensé que no despertarías —dijo, su voz con un deje de emoción contenida.
—Lo siento —susurré, sintiendo una extraña culpa.
Leah se separó y me miró con el ceño fruncido.
—¿Por qué demonios te disculpas? —soltó, cruzándose de brazos—. Tú nos diste una oportunidad de vivir sin AtlasCorp respirándonos en la nuca. Sin ti, esto no habría sido posible.
No supe qué responder.
Porque aunque AtlasCorp hubiera caído, algo dentro de mí no estaba en paz.
El eco de Umbra Omega seguía en mi mente. No de la misma manera en que lo había sentido antes, no como un susurro controlador. Pero algo… algo había quedado.
Y eso me aterraba.
Pasaron los días, y poco a poco mi fuerza regresó. Pero algo en mí había cambiado.A veces despertaba en mitad de la noche con fragmentos de código flotando en mi cabeza, como si aún estuviera conectada a algo invisible. Otras veces, podía sentir destellos de información que no debería conocer, como si mi mente aún tuviera acceso a sistemas que ya no existían.
No le dije nada a Alfio ni a Leah.
No quería preocuparlos.
O quizás, no quería admitir lo que realmente temía. Que una parte de mí nunca escapó del todo.
Una tarde, Alfio me encontró en la azotea del refugio, observando el cielo estrellado.
—Sabía que estarías aquí —dijo, acercándose.
—No podía dormir.
Él se apoyó en la baranda junto a mí. Permanecimos en silencio por un rato, dejando que el viento frío nos envolviera.
—He notado que algo te preocupa —dijo finalmente. No respondí.
—Margaret. —Su voz era firme, pero no exigente—. No tienes que cargar con esto sola.
Mantuve mi mirada fija en el horizonte.
—¿Y si no se ha ido del todo?
Él se tensó ligeramente.
—¿A qué te refieres? —Bajé la mirada.
—Sigo sintiéndolo. No de la misma manera que antes, pero… hay algo en mi cabeza. Fragmentos. Datos. Es como si una parte de Umbra Omega aún estuviera dentro de mí.
Alfio no respondió de inmediato.
—¿Crees que sea peligroso?
Lo miré.
—No lo sé.
Un silencio tenso se instaló entre nosotros.
Finalmente, Alfio suspiró y se pasó una mano por el cabello.
—Si hay algo que quedó entonces encontraremos la manera de enfrentarlo. Juntos.
Sentí un nudo en la garganta.
—No quiero convertirme en eso otra vez, Alfio.
Él tomó mi mano, entrelazando nuestros dedos con suavidad.
—No lo harás. Porque no eres un sistema. No eres Umbra Omega. —Apretó levemente mi mano—. Eres Margaret. Y mientras yo esté aquí, nunca dejaré que olvides eso.
Mi corazón latió con fuerza.
Alfio siempre había sido mi ancla en esta guerra. Y aunque sabía que no podía simplemente ignorar lo que pasaba dentro de mí, en ese momento, decidí permitirme creer en sus palabras.
Por primera vez en mucho tiempo, sentí que tenía algo más que solo una misión.
Sentí que tenía un futuro. Días después, dejamos el refugio.
El universo estaba cambiando. Con la caída de AtlasCorp, nuevos jugadores entraban en escena, algunos tratando de llenar el vacío de poder, otros buscando construir algo nuevo.