Narrado por Margaret
El universo seguía girando, pero yo me sentía atrapada en un limbo.
El refugio en Solaris había sido nuestro escondite seguro, pero ahora ya no lo era. La caída de AtlasCorp había dejado un vacío de poder que diferentes facciones intentaban llenar. Mercenarios, antiguos agentes de la corporación, oportunistas. Todos querían su pedazo del legado destruido.
Y nosotros estábamos en medio de todo.
Alfio y Leah habían pasado las últimas horas preparando la nave para despegar. Yo, en cambio, no podía sacudirme la sensación de que algo estaba a punto de salir mal.
El eco de Umbra Omega aún rondaba mi mente. No de la forma en que lo había sentido antes, como un sistema que intentaba consumir mi voluntad, sino como un espectro de lo que una vez fui. Como una sombra que aún no se disipaba del todo.
Me miré en el reflejo de una ventana del refugio. Mis ojos se veían diferentes. Había algo en ellos, una profundidad que antes no estaba ahí. Algo que no sabía si era mío o si era lo que quedaba del sistema.
Alfio apareció detrás de mí, apoyándose en el marco de la puerta.
—Todo está listo. Nos vamos en diez minutos.
Asentí, pero no me moví.
Él cruzó los brazos y me estudió con atención.
—Aún no estás segura, ¿verdad?
No tenía sentido mentirle.
—No —admití—. No lo estoy.
Alfio suspiró y se acercó a mí.
—Margaret, si piensas que todavía hay algo de Umbra Omega dentro de ti, lo enfrentaremos juntos. No tienes que cargar con esto sola.
Me giré para mirarlo.
—¿Y si no es algo que pueda simplemente desaparecer? —pregunté en voz baja.
Él me sostuvo la mirada.
—Entonces aprenderemos a vivir con ello.
Cuando finalmente dejamos el refugio, la sensación de inquietud solo creció.
El espacio alrededor del sistema Solaris estaba más vigilado de lo normal. Se notaba que algo estaba ocurriendo. Leah, desde los controles de la nave, detectó varias transmisiones encriptadas que se enviaban entre las diferentes estaciones espaciales cercanas.
—No me gusta esto —dijo, sus dedos volando sobre la pantalla—. Están buscando algo. O a alguien.
Sabía la respuesta antes de que lo dijera.
Nos estaban buscando a nosotros.
—AtlasCorp puede haber caído, pero sus seguidores no —murmuró Alfio, mirando la pantalla con el ceño fruncido—. Apostaría lo que sea a que alguien está tratando de reconstruir lo que destruimos.
Leah giró en su asiento, con el rostro tenso.
—Tenemos tres opciones. Podemos escondernos y esperar a que las cosas se calmen. Podemos buscar aliados y prepararnos para pelear… o podemos desaparecer de una vez por todas.
Las palabras se quedaron flotando en el aire.
Desaparecer.
Era tentador. Irnos lejos, a un sistema donde nadie conociera nuestros nombres. Intentar vivir una vida normal, aunque fuera una mentira.
Pero sabíamos que eso no era una opción real.
AtlasCorp había muerto, pero su legado seguía vivo en la mente de quienes querían recuperar su poder.
Y en mí.
—No podemos ignorarlo —dije finalmente—. Si alguien está intentando reactivar lo que destruimos, tenemos que detenerlos antes de que sea demasiado tarde.
Alfio asintió lentamente.
—Sabía que ibas a decir eso.
Leah suspiró.
—Entonces más vale que nos preparemos.
Nuestro destino nos llevó a un pequeño asentamiento en un planeta sin nombre. Un punto de reunión para ex soldados de AtlasCorp, mercenarios y rebeldes que buscaban respuestas tras la caída del régimen corporativo.
Apenas pusimos un pie en el suelo, supimos que la tensión era alta.
El lugar estaba lleno de gente armada, algunos con símbolos que reconocí de antiguas divisiones de AtlasCorp. Otros parecían sobrevivientes, personas que habían sido esclavizadas por el sistema y que ahora intentaban encontrar un propósito en este nuevo mundo.
Nos acercamos a la única estructura que parecía funcionar como una base de operaciones. Un bar modesto con paredes reforzadas y luces tenues.
Cuando entramos, todas las miradas se clavaron en nosotros.
Era obvio que éramos forasteros. Y en un lugar como este, ser un forastero no era seguro.
Alfio y Leah se quedaron a mi lado, alertas.
Me acerqué a la barra, donde un hombre con una cicatriz en la mejilla limpiaba un vaso con aire despreocupado.
—Buscamos información —dije.
El hombre no levantó la vista.
—Todos la buscan, pero no todos pueden pagar el precio.
Saqué un pequeño chip de datos y lo puse sobre la barra.
—Esto contiene coordenadas de una de las últimas bases de AtlasCorp. A cambio, quiero saber quién está tratando de reconstruir el sistema.
El hombre dejó el vaso y tomó el chip, examinándolo con interés.
Después de un largo silencio, finalmente habló.
—Hay un rumor circulando —dijo en voz baja—. Dicen que alguien está reclutando antiguos agentes de AtlasCorp. Que están tratando de reunir lo que queda del sistema.
—¿Quién?
El hombre me miró directamente a los ojos.
—No lo sé. Pero sí sé dónde encontrar a alguien que podría saberlo.
Se inclinó hacia adelante y susurró:
—Búsquenlo en la estación de Exo-9.
Sentí un escalofrío recorrerme la espalda.
Exo-9.
Había oído ese nombre antes.
Era una estación remota utilizada por AtlasCorp para experimentos de alto riesgo. Había sido sellada años atrás después de un accidente que nunca fue explicado del todo.
Si alguien estaba operando desde allí, significaba que lo que sea que estuviera pasando, era más grande de lo que imaginábamos.
De vuelta en la nave, Alfio cerró la compuerta y se volvió hacia mí con el ceño fruncido.
—Esto se siente como una trampa.
Leah asintió.
—Si están tratando de reconstruir AtlasCorp, lo último que querrían es que apareciéramos en su puerta.
—Lo sé —respondí—. Pero no tenemos opción.