El Pacto Oculto.

Capítulo 68: Ecos de un Pasado que No Muere.

Narrado por Margaret

El viaje a Exo-9 fue más largo de lo que esperaba, pero también me dio demasiado tiempo para pensar. Demasiado tiempo para enfrentar la incómoda realidad que me negaba a aceptar.

AtlasCorp había caído, pero su sombra aún se extendía sobre nosotros. Y peor aún, dentro de mí.

Miré por la ventanilla de la nave, observando las estrellas pasar como pinceladas borrosas. Alfio y Leah estaban en la cabina de mando, discutiendo la estrategia una vez llegáramos. Yo necesitaba un momento a solas.

El reflejo en el cristal me devolvió una mirada cansada. No parecía la misma persona que había comenzado esta lucha. No lo era.

Mi mente aún retenía fragmentos de lo que había sido Umbra Omega, como si la red todavía intentara susurrarme secretos que no quería escuchar. A veces, cerraba los ojos y veía patrones de datos flotando en mi mente, información que no debería tener, pero que ahora formaba parte de mí.

Apreté los puños.

No podía permitirme dudar. Si alguien estaba tratando de reconstruir AtlasCorp, tenía que detenerlos antes de que lograran su cometido.

Horas después, Exo-9 apareció en nuestras pantallas.

Era una estación masiva, flotando en el vacío con una estructura oscura y desgastada. Sus luces parpadeaban débilmente, como si apenas se mantuviera funcional. No había señales de tráfico cercano, lo que significaba que si alguien estaba operando allí, lo estaba haciendo en completo secreto.

—Esto no me gusta —dijo Leah, con el ceño fruncido—. Debería haber más movimiento si realmente están reorganizando AtlasCorp.

—O son lo suficientemente listos como para esconderlo —dijo Alfio, ajustando los controles—. Vamos a entrar con sigilo.

A medida que nos acercábamos, detectamos una señal débil proveniente de la estación. No era un mensaje de advertencia ni una orden de aterrizaje. Era una transmisión codificada, repitiéndose en un bucle.

Fui la primera en reconocerla.

—Es un código de AtlasCorp —dije, sintiendo un escalofrío recorrerme la espalda—. Pero está incompleto. Como si alguien intentara enviar un mensaje, pero no pudiera terminarlo.

Alfio y Leah intercambiaron miradas.

—Podría ser una trampa —dijo Leah.

—O podría ser alguien pidiendo ayuda —respondí.

No había forma de saberlo hasta que estuviéramos dentro.

Atracar en Exo-9 fue más fácil de lo que esperaba. No hubo drones de seguridad ni defensas automáticas. Era como si la estación estuviera esperando que alguien entrara.

Apenas pusimos un pie dentro, el aire pesado y cargado de electricidad estática nos envolvió.

Las luces parpadeaban intermitentemente, iluminando los pasillos metálicos cubiertos de polvo y cables sueltos. Exo-9 había sido abandonada hace años, pero alguien la había reactivado.

—Esto se siente mal —murmuró Alfio, con su arma lista.

—Concuerdo —susurró Leah, ajustando su visor.

Yo me adelanté, siguiendo la fuente de la transmisión. Cada paso que daba aumentaba la presión en mi pecho.

Al doblar una esquina, nos detuvimos en seco.

Había una figura frente a nosotros.

Un hombre encadenado a una silla, con electrodos conectados a su cabeza y brazos. Su cuerpo estaba demacrado, y su piel pálida contrastaba con las luces rojas de los monitores detrás de él.

Pero lo que me dejó sin aliento fue su rostro.

—…No puede ser —murmuró Leah.

Era Alex.

Corrí hacia él sin pensarlo.

—¡Alex! —grité, sacudiéndolo.

Sus ojos se abrieron lentamente, pero estaban vidriosos, como si apenas estuviera consciente.

—Margaret… —susurró, su voz apenas audible.

Mi corazón se encogió. ¿Cómo había sobrevivido a la caída de AtlasCorp?

—¿Qué te hicieron? —pregunté, quitándole los electrodos de la cabeza.

Alex tembló y trató de enfocar su mirada en mí.

—Umbra Omega… no se ha ido… —tosió—. Lo reiniciaron…

El mundo pareció detenerse.

—¿Qué?

—Alguien más… tomó el control… —jadeó—. Me usaron para descifrar los códigos restantes… No podía detenerlos…

Alfio y Leah estaban tensos, con sus armas listas, pero no disparaban.

—¿Quién? —pregunté, sintiendo el pánico apoderarse de mí.

Los ojos de Alex brillaron por un segundo, y cuando habló, su voz fue apenas un susurro.

—Eres tú.

Un escalofrío helado recorrió mi columna.

Negué con la cabeza.

—No. Eso no es posible. Yo destruí Umbra Omega.

Alex cerró los ojos y una risa débil escapó de sus labios.

—Eso creíste.

Me quedé paralizada.

—AtlasCorp diseñó el sistema para sobrevivir, Margaret. Incluso si destruyes su núcleo, siempre deja fragmentos. Siempre encuentra una manera de volver.

Alfio apretó la mandíbula.

—Entonces, ¿quién está detrás de esto ahora?

Alex respiró hondo.

—Los que quedaron… los que aún creen en AtlasCorp… me atraparon y usaron mi acceso para activar lo que quedaba de Umbra Omega. Pero esta vez… no es solo un sistema.

Mis manos comenzaron a temblar.

—Entonces, ¿qué es?

Alex me miró con algo que parecía ser compasión.

—Es una conciencia. Una mente digital. Y usa los fragmentos que quedaron dentro de ti… para reconstruirse.

El aire se me escapó de los pulmones.

—Eso no puede ser cierto…

Pero sabía que lo era.

Las visiones. Los fragmentos de datos en mi cabeza. La sensación de que algo aún me seguía.

No era paranoia.

Era Umbra Omega, volviendo a formarse a través de mí.

—Tienes que detenerlo… antes de que sea demasiado tarde… —susurró Alex.

—¿Cómo? —pregunté con desesperación.

Él cerró los ojos.

—Tienes que dejarlo ir… completamente.

Los pasos resonaron en el pasillo.

No estábamos solos.

Alfio se giró de inmediato, apuntando con su arma. Leah se colocó en posición defensiva.

Yo me quedé junto a Alex, todavía procesando lo que acababa de decirme.




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