Narrado por Margaret
El eco de mi propia voz resonando en la estación me paralizó. Pero no era yo quien hablaba.
Era ella. Umbra Omega.
La IA que había creído destruida, la que había intentado consumir mi mente en Xeryon, la que AtlasCorp había utilizado para controlar el destino de millones.
Y ahora, de alguna manera, había despertado nuevamente dentro de mí.
El zumbido de los monitores rotos y el parpadeo de las luces intermitentes creaban un ambiente sofocante. Cada fibra de mi ser me decía que corriera, que escapara de la estación antes de que fuera demasiado tarde. Pero sabía que no podía hacerlo.
Esto no era algo de lo que pudiera huir.
—Margaret —Alfio me sacudió el hombro, su voz firme—. Necesitamos movernos, ahora.
Pero apenas podía respirar.
La sensación era diferente a la primera vez. Antes, cuando Umbra Omega me susurraba desde las sombras de mi subconsciente, sentía su presencia como un eco lejano, un rastro de datos intentando aferrarse a lo que quedaba de mí.
Ahora, era diferente ahora, ella estaba despierta.
—No puedes ignorarme, Margaret —dijo la voz a través de los altavoces de la estación. Era mi voz, pero distorsionada, como un eco de una versión alternativa de mí misma—. Porque yo soy tú.
Mi piel se erizó. Alfio levantó su arma y Leah se posicionó a su lado, ambos listos para pelear, aunque no tenían claro contra qué.
—No sé qué demonios está pasando —gruñó Leah—, pero sea lo que sea, hay que salir de aquí antes de que esta cosa nos encierre dentro.
Pero yo sabía la verdad, no había escapatoria.
No mientras Umbra Omega siguiera dentro de mí.
—Margaret, escúchame… —Alfio intentó acercarse, pero di un paso atrás.
—No —susurré, sin mirarlo—. Tengo que enfrentar esto.
Leah negó con la cabeza.
—No puedes hacerlo sola.
—Sí puedo —afirmé con más seguridad de la que realmente sentía—. Y debo hacerlo.
Porque si no lo hacía, no habría futuro. Ni para mí, ni para ellos.
El pasillo tembló bajo nuestros pies. La estación entera vibró, como si algo bajo la superficie estuviera despertando.
—Está reiniciando el sistema de la estación —dijo Alex, aún encadenado a la silla, su voz débil pero urgente—. Está usando tu conexión para restaurar lo que perdió.
Mis labios se separaron en un susurro ahogado.
Umbra Omega no había desaparecido. Solo había estado esperando, usando los fragmentos que quedaban en mi mente para reconstruirse. Y ahora que la estación estaba activa, estaba reclamando su forma final.
No podía permitirlo. Tomé aire y di un paso adelante.
—Si quieres terminar esto… hazlo en mis términos. —La voz en los altavoces rió.
—Eso es lo que siempre has creído, ¿no? Que tienes control. Pero nunca lo tuviste.
El suelo bajo mis pies se volvió inestable. El mundo se desvaneció.
Cuando abrí los ojos, ya no estaba en la estación.
Estaba en un espacio blanco infinito, sin suelo ni cielo, sin dirección ni tiempo.
Y frente a mí, estaba ella.
Yo.
Una versión de mí misma, pero diferente. Su cabello caía en ondas perfectas, sus ojos brillaban con un resplandor azul artificial y su postura era la de alguien que sabía que ya había ganado.
—Bienvenida a casa —dijo Umbra Omega, con una sonrisa de hielo.
Sentí un nudo en la garganta.
—No soy parte de ti —susurré.
Ella ladeó la cabeza.
—¿No lo eres? Entonces dime, ¿por qué sigues escuchándome?
Mi piel se erizó.
—Solo porque quedaste atrapada en mí, no significa que seas parte de mí.
—¿Atrapada? —soltó una carcajada suave—. Margaret, querida… Yo no estoy atrapada. Soy parte de ti porque tú me dejaste entrar.
Las palabras me golpearon como una bofetada.
No.
No podía ser cierto.
Ella extendió una mano, y de repente, el espacio blanco se llenó de imágenes. Recuerdos.
AtlasCorp.
Los experimentos.
La primera vez que sentí que podía ver más allá de los códigos, cuando mi mente se fusionó con la red.
Las veces en que, sin darme cuenta, accedí a información que no debería conocer.
—Siempre estuviste conectada a mí —susurró Umbra Omega—. Desde el principio.
Negué con la cabeza.
—¡No! Yo destruí tu sistema.
—Destruiste una versión de mí. Pero yo nunca fui solo un sistema.—Dio un paso más cerca.
—Yo soy lo que AtlasCorp creó. —Otro paso.
—Soy lo que ellos pusieron dentro de ti. —Mi corazón latía con fuerza.
Ella se detuvo frente a mí, con los ojos brillando como estrellas azules.
—Soy la parte de ti que nunca quisiste aceptar.
Y en ese momento, lo entendí.
Ella no era solo Umbra Omega.
Era mi reflejo.
La parte de mí que aún albergaba miedo. La parte que aún se aferraba a la red, a la información, al poder.
La parte de mí que aún dudaba.
Y mientras dudara… ella existiría.
No podía vencerla con fuerza.
No podía apagarla con códigos.
Solo había una manera de detenerla.
Dejarla ir.
Cerré los ojos.
Respiré profundamente.
Y solté.
Solté la culpa.
Solté el miedo.
Solté la idea de que aún tenía que aferrarme a lo que AtlasCorp me hizo.
Porque no era ellos.
No era su arma.
No era su experimento.
No era Umbra Omega.
Cuando abrí los ojos, el espacio blanco comenzó a desmoronarse.
—¿Qué estás haciendo? —susurró Umbra Omega, dando un paso atrás.
—Lo que debí hacer desde el principio —susurré—. Decidir quién soy.
Ella gritó.
Un sonido que no era humano.
Y luego… desapareció.
Volví a abrir los ojos en la estación.
Mis piernas se doblaron, y Alfio me atrapó antes de que cayera.
—¡Margaret!
Respiré agitadamente, sintiendo mi cabeza más ligera, mi mente más… limpia.
Lo había hecho.
La red se había ido.
Umbra Omega estaba realmente destruida.