El Palacio Del Infierno.

.Parte XII; Libranos Del Mal.

No podía seguir de esa manera aquella situación. Se estaba convirtiendo en algo repetitivo; Lo intentaba y entonces era sometida y destruida, y eso sucedería una y otra vez, entonces nunca llegaría al punto de salida. Tenía que pelear pero con perspicacia y cautela, como una estratégica guerra, hacer bajar la guardia al enemigo para que estos crean que han ganado y en el último momento soltar la bomba, pero estaba tan errada que no podía pensar en el más allá. 

— Rengo se quedará los escritos — Dije de repente sin dejar de mirar al piso. Suspire — Y haremos creer a la horda que sigo sin recuerdos. 

 

Trinidad trono la boca con el ceño fruncido sin dejar de mirarme — ¿La que? 

— La horda. 

—¿Qué es eso? 

Tomé una bocanada de aire — Es un grupo de personas que se unen para llevar a cabo algún mal. Desde ahora,  Soledad Saavedra, Tomás Palacios y Germán Vera conformarán una horda. Tú, yo y Rengo otra. Es tiempo de actuar. Tendré que fingir que aún sigo sin lucidez, así bajará la guardia de Soledad, y tendré un poco de libertad. Mientras tanto tendré que averiguar qué sucedió con mi hermana, necesito saber si esta bien,  y tú vas a encargarte de  investigar de Don Gilberto. 

Asintió aterrada, tomé sus manos — No te preocupes, todo va a estar bien, Trinidad. 

— Te creo — Contesto asustadiza. 

— Tenemos que salir de este holocausto, y hacerle saber allá afuera el tipo de mierda que este lugar. 

Entonces me di cuenta que el  tiempo y el maltrato habían  transcurrido en vano, era el momento de revelarse en silencio y a escondidas mientras que  ellos creían  que  habían triunfado. 

Entregué los escritos a Rengo y me devolvió al cuarto donde me eche en el catre a mirar al techo esperando que el alba apareciera para comenzar de nuevo. Había llegado el momento de regresarle todo, el tiempo perdido, cada uno de los insultos y cada golpe recibido, iba a ser regresado de una manera pero más inteligente, sin flagelación pero con la misma potencia de maldad y el resultado  sería  semejante a mi sufrimiento. 

 

Había sido una noche larga e incómoda con nauseabundos pensamientos intentando no morir de asco tratando mis ganas incontrolables de vomitar y  en un cerrar y abrir de ojos estaba en la rectoría sentada en la plancha de inspección tratando de no echar a perder aquel plan nocturno que rápidamente me había llegado a la cabeza, Tomás Palacios me ordenaba seguir la luz de la linterna médica con la pupila, el, con conformismo se encogió  de hombros y dijo — Está bien, sin embargo aún sigue sin recordar nada, no creo que sea necesario seguir con la terapia de choques. 

Soledad sonreía con malicia frente a Tomás. Sus rostros triunfantes se miraban uno al otro. Soledad asintió y dijo — Ya no hay retroceso. 

— Así es — Volvió a sonreír. El hombre me miró de arriba hacia abajo e hizo una mueca de asco al percatar mi sucio aspecto. 

— Necesito limpiarme — Dije. 

— Después. Ahora ya puedes salir. 

 

Convencidos, me dejaron salir al área común esta vez sin el cuidado persuasivo de Germán, escuchaba la radio con potencia, a la vista apareció Rengo que con excelente actuación evito mirarme para que ningún gesto fuera extraño y ser descubiertos. Caminé con libertad hasta el jardín donde mi sitio favorito me estaba esperando, me senté en la fría banca debajo del árbol que con ritmo sus hojas se movían conforme al escaso viento. 

Una mujer con tintes de altivez se acercó  con cautela, sus cabellos eran gruesos y largos, la piel oscura y unos ojos negros   que me transmitía melancolía. 

 

— Te conozco — Dijo señalándome con la voz potente. Negué con la cabeza y dije — No, no lo creo. 

— ¡Si! ¡Si! — bramó — Te he visto. 

— No — insistí. Había olvidado lo fastidioso que podía ser lidiar con un verdadero loco. 

— Te he visto con esa horrible mujer, con Trinidad. 

Junte las cejas, ella me conocía pero yo, en definitiva no la recordaba, entonces creí que algunos pequeños recuerdos aún no volvían. No podía ser posible. 

— ¿Por qué estás cerca de ella? Es mala. 

Sonreí al pensar que en realidad nadie en ese lugar era verdaderamente bueno.  Caminó unos pasos y se sentó de lado mío, pronto comenzaría a hablar tan bajo, casi en susurro, mi completa atención se presto en ella. 

— No sabes quién es ella. 

La mire con un gesto de desapruebo, mi silencio otorgaba incomodidad y le transmitía directamente mi incordio y señal que debía marcharse. 

— Ni siquiera sabes por qué está aquí, ¿O si? 

Mi desapruebo seguía implantado en ella, tomé mi entrecejo tallándolo con los dedos y negué con la cabeza sin mucha atención. 




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