El Palacio Del Infierno.

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Mecía el pie sentada en la banca mientras tenía la vista perdida en mis pensamientos, sintiendo como la palma del pie era acariciada por el césped seco de abajo. Con un sentimiento de preocupación al volver a evocar las palabras que estaban tatuadas en mi historia clínica y la intención de practicarme una lobotomía, pero llegué a suponer que si seguía fingiendo había una posibilidad que no me extirparan el cerebro de la cabeza, sin embargo era inverosímilmente difícil actuar como si fuera una desubicada, y me mordía la lengua para que la impertinencia no saliera disparada de mis labios, había tomado fuerzas para tranquilizarme y no lanzarme hacia Soledad y romperle el cuello, pero ahora estaba más errada que anteriormente; No podía hacer nada más que fingir ser una desequilibrada y si mi libertad era escasa, ahora no tenía ni una pizca de ella,  lo único bueno que verdaderamente me reconfortaba era el saber que Ricardo era libre afuera y pondría manos a la obra. Había recuperado mis escritos y ahora a diferencia mía, estaban afuera.
Trinidad sabía disimular a la perfección y solo tenía contacto directo con ella por las noches, cuando Rengo tenía la posibilidad de tener las llaves de mi prisión individual en sus manos, habían pasado los días. Ahí solo pasaban los días y nada más, nadie escuchaba, nadie veía, nadie hablaba porque ante los ojos de los demás no había nada que decir respecto a ese lugar, pero eso estaba por cambiar.

Y estaba molesta conmigo misma por tener tanta desesperación impotencia respecto a la desaparición y nula búsqueda de Gilberto Quispe y María Vargas Todos los días me mutilaba psicológicamente imaginándome situaciones  aberrantes y tiranas que probablemente les habían ocurrido, estaba llegando a la conclusión que los habían asesinado, y eso sembraba más hastío en mi. Estaba convirtiéndome en víctima de mis propios pensamientos hasta que me sacaron de los mismos aquellas mujeres que mi vista interceptó atravesando  el jardín tan erguidas y con la mirada estupefacta  hacia nosotros, persignándose con la mano derecha realizando  la señal de la cruz, al mirarnos con ojos  de lástima y lamento, y justamente hacia al frente y al mando, un hombre maduro, con una pulcra sotana negra, recta  hasta los tobillos, con mangas largas y abotonada por delante de arriba hacia abajo, portando sobre sus manos un acetre fabricado de
un mental centelleante y dorado, donde portaba agua fría.  Salpicaba las gotas de agua bendecida por Dios sobre los internos con ayuda del hisopo del mismo brillante material que sumergía en el agua del acetre con rapidez y temor iracundo que se observaba en su rostro. No era nada más que ignorancia pura.
El color blanco del cíngulo trenzado que  sostenía  las túnicas de las monjas era lo más cercano al catolicismo que había estado, las amplias mangas sobresalían, sus cabezas cubiertas con mantos y en sus pechos, capas blancas. Oraban en susurro con un escapulario o crucifijos colgando de sus cuellos y un rosario de madera entrelazado en los dedos. Aquellos vestuarios eclesiásticos tan lustrosos, lejos de trasmitirme tranquilidad, mis nervios se tensaron tan rápidamente que me quede estática cuando caminaron frente a mi, el sacerdote sumergió el hisopo en el acetre y lo sacudió  en mi, las gotas de agua helada y sagrada me impactaron en el rostro y me hicieron reaccionar rápidamente. Fruncí el ceño y con el dorso de la mano, limpie las gotas que me recorrían la frente.
— Las monjas llegaron — Dijo Trinidad apareciendo rápidamente detrás mío. La mire con el ceño aún fruncido y conteste — ¿A que han venido?
— ¿No te había contado?
— Si — Respondí al recordar.
— Solo vienen a molestar, según sus palabras darnos paz — Dijo arrastrando con la voz, la palabra " Paz" y entre ella, levantando los dedos simulando comillas.
— ¿A todos? — Ladee la cabeza — ¡Somos un chingo!  — Exclamé y velozmente me sorprendí de mi oración antes dicha, ya que me pareció extraño la forma en la que ya me había  incluido junto con todo el pabellón, y pues si, era uno de ellos desde el primer día
— Nunca terminarían. Solamente vienen a perder el tiempo — La mire haciendo un gesto de desapruebo.
— ¿No crees en Dios?  — Fue como si hubiese soltado una bomba.
Me miró estática con un cigarrillo entre los dientes.
— ¿Tú si?
Asentí con levedad.
— Si existiera, evitaría tanto sufrimiento a inocentes — Dijo haciendo fricción con el fósforo para causar fuego, rápidamente evoque dolorosamente las palabras de soledad.

»Dios no existe.  Si es que existe, que me impida hacerte daño. «

Trague saliva y rápidamente volvió de mi recuerdo  — Todo a su tiempo.
— ¿Qué? — Juntó el entrecejo  y se detuvo de lo que estaba haciendo. La llama del fósforo salió de pronto.
— Todo a su tiempo, Trinidad.
— Hay algunos, malagueña — Por fin encendió el cigarrillo — A los que nunca nos llega el tiempo — Y se fue antes que dijera otra cosa. Se fue  de una manera parecida a escapar por incomodidad. No habíamos hablado respecto a lo pasado en retrospectiva, llamándose así misma "aberrante"
Yo me mantenía neutral y con tranquilidad sin presionarla preferí dejar las cosas así, hasta que ella tuviese el valor y la confianza de hablar conmigo, por otro lado tenía escritos nuevos debajo del sucio catre donde dormía. Los bolígrafos iban y venían a destajo, desgastando su tinta oscura con cada hoja de papel amarillenta, sin embargo sentía en lo profundo que los escritos no sería suficientes, tenía en mente algo mucho más arriesgado desde hace tiempo y se trataba de una cámara fotográfica. Así mataríamos dos pájaros de un tiro, tendríamos evidencia visual y tangible, así todo se podría percibir de manera clara y precisa en el futuro..




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