El Palacio Del Infierno.

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Nada. El regreso de Gilberto Quispe se convertía en una tortuosa espera que nunca se detuvo. Probablemente las cosas se habían complicado y en lugar de ayudarlo, lo perjudique más de lo que ya estaba. Eran tantos sentimientos negativos que recorrían mi torrente, que lo único viable que podía hacer era arrancarme el cabello a causa de aquellas sensaciones que me guardaba con recurrencia y me estaban dañando por dentro paulatinamente hasta llegar a perder la poca cordura que podía poseer. 
»¿Qué carajos hice mal « 
Habrá sido la forma en la que le hable al catrín desdichado, malvado y desgraciado de su hijo, y solo fue a aparecerse al manicomio para confirmar que en efectiva el viejo estaba encerrado, y probablemente había caído aún más bajo dejándolo preso en aislamiento para por fin quedarse con su dinero. Y no podía pensar en otra cosa que en  la forma en la que me había mirado, me hizo delatarme y descubrió  perfectamente que yo había sido la infórmate que le llamo de madrugada y así  hacerme perder la cabeza. 
¿Pero que estaba pensando? Comenzaba a sugestionarme otra vez, creando situaciones que quizá sólo a mi cabeza se le ocurrió de pronto al estar llena de desespero, pero aún así mi pregunta seguía con una vacía ausencia de respuesta lógica. 
» ¿En donde está? « Fue lo único que pude preguntarme por varias semanas. Había vuelto a tomar aquel vicio del cigarrillo, pues era lo único que me calmaba los nervios y lo pedía a gritos desesperados, pero afortunadamente no tenía que acostarme con un hombre para obtenerlos. 
El sentimiento de alivio que me producía la visita de Ricardo era a su vez tan bendito como cruel, contaba los días para verlo y seguir atiborrado su mente con nuevos sucesos que con el paso del tiempo iban aumentándose para mis pupilas. A su vez, una vergüenza que crecía con los días se convertirá en infinita, pues mi persona se deterioraba con el transcurrir del calendario. Sucia, andrajosas y con olor nauseabundo, pero a él parecía no importarle. »¿Por qué no le importa?« Me  preguntaba dentro de mi Nada. El regreso de Gilberto Quispe se convertía en una tortuosa espera que nunca se detuvo. Probablemente las cosas se habían complicado y en lugar de ayudarlo, lo perjudique más de lo que ya estaba. Eran tantos sentimientos negativos que recorrían mi torrente, que lo único viable que podía hacer era arrancarme el cabello a causa de aquellas sensaciones que me guardaba con recurrencia y me estaban dañando por dentro paulatinamente hasta llegar a perder la poca cordura que podía poseer. 
»¿Qué carajos hice mal « 
Habrá sido la forma en la que le hable al catrín desdichado, malvado y desgraciado de su hijo, y solo fue a aparecerse al manicomio para confirmar que en efectiva el viejo estaba encerrado, y probablemente había caído aún más bajo dejándolo preso en aislamiento para por fin quedarse con su dinero. Y no podía pensar en otra cosa que en  la forma en la que me había mirado, me hizo delatarme y descubrió  perfectamente que yo había sido la infórmate que le llamo de madrugada y así  hacerme perder la cabeza. 
¿Pero que estaba pensando? Comenzaba a sugestionarme otra vez, creando situaciones que quizá sólo a mi cabeza se le ocurrió de pronto al estar llena de desespero, pero aún así mi pregunta seguía con una vacía ausencia de respuesta lógica. 
» ¿En donde está? « Fue lo único que pude preguntarme por varias semanas. Había vuelto a tomar aquel vicio del cigarrillo, pues era lo único que me calmaba los nervios y lo pedía a gritos desesperados, pero afortunadamente no tenía que acostarme con un hombre para obtenerlos. 
El sentimiento de alivio que me producía la visita de Ricardo era a su vez tan bendito como cruel, contaba los días para verlo y seguir atiborrado su mente con nuevos sucesos que con el paso del tiempo iban aumentándose para mis pupilas. A su vez, una vergüenza que crecía con los días se convertirá en infinita, pues mi persona se deterioraba con el transcurrir del calendario. Sucia, andrajosas y con olor nauseabundo, pero a él parecía no importarle. »¿Por qué no le importa?« Me  preguntaba dentro de mi con insistencia, no podía ser posible, mi repugnante aroma me provocaba arcadas, arcadas que ahogaba con la palma de la mano en súbito silencio. 
— Tengo algo para ti. 
Rompió el silencio tan desesperadamente que parecía estarlo  asfixiando. Subí una ceja como resultado a mí completa atención. 
— ¿Qué cosa? — Antes de contéstame, giro a ambos lados con cautela y tomó una bocanada de aire, por inercia hice lo mismo, entonces al girar a  encararlo de nuevo  había sacado de quien sabe dónde  una cámara. Abrí la boca con sorpresa y mis cejas estaban arqueadas. La consiguió y yo me quedé estática apreciando su pulcritud y belleza del aquel aparato fotográfico. 
Se trataba de una Agfa; Una cámara fotográfica, una de las mejores máquinas de fabricación de imágenes en fondo blanco. Sonreí al saber que mis ojos apreciaban tan dichoso regalo, a simple vista podía percatarme que se trataba de un instrumento nuevo, levante el rostro y mi mano se quedó congelada al intentar tocarla, pues pause mi movimiento por temor de estropearlo, a pesar de saber a la perfección maniobrarla. Tartamudee unos momentos y sonreí como respuesta. 
— Es nueva — Lo sabía — Y...y es una de las últimas que han salido en este año, es una de las mejores. 
— No tenías que molestarte tanto. Con una de medio uso hubiera sido suficiente. 
Trono los labios en ademán de desapruebo — No fue molestia. Mira, Agfa Silette, aquí está el visor de rollos de película de treinta y cinco milímetros — Comenzaba a explicar. Era rotundamente difícil encontrar ese tipo de cámaras en México, entonces mi aprecio y agradecimiento crecía aún más con cada explicación. — Este tiene dos ventanas, la segunda solo sirve para mejorar el brillo haciéndolo más intenso y bueno...— Suspiro —No hace falta que te diga cómo se usa, eso es parte de ti. . 
Sonreí a boca cerrada, mi cerebro no hacia conexión con mi boca para agradecer de una forma loable. Suspire y me ofreció la cámara, enseguida la tomé y esta vez, sin ningún tipo de limitación, sentí el reconfortante frío del aparato entre mis manos. 
— Cada vez tenemos que ser más cuidadosos. El color oscuro de la cámara era tan brillante como el sol, la hermosura de su maquinaria me mantenía quieta y atenta a ella. 
— Rengo la guardara. 
— Está bien. 
Gire a mirarlo y mi lengua se hizo nudos de nuevo, apreté los ojos de desespero y mi lengua volvió a ser la misma en segundos — Gracias — El hombre tragó saliva asintió. Yo sin dejar de mirar sus crespas y preciosas pestañas sonreí y apretó mi mano y se marchó. Rengo, que era fiel espectador de lo anterior tomó la cámara ente sus manos y se la guardo justo en el bolso interior de su saco tan holgado, mirando a Ricardo hacerse pequeño, mudo se acercó haciéndome entender a su peculiar manera que tenía que irme. 
Rengo se marchó para no generar sospecha y mire fijamente a German. 
— ¿Y en donde está tu ama? — Pregunté. El hombre frunció el ceño. 
— ¿No viene contigo? — Negó con la cabeza aún continuaba con el  entrecejo arrugado. 
— ¿Por qué dejas que te de órdenes? — De su rostro crispado salió una mueca de seriedad — He visto como te trata y te grita. 
De sus labios salió un sonido que paulatinamente se iba disminuyendo de fuerza. Era lo único que podía salir de su boca que poseía pocos dientes, una voz totalmente apagada e irónicamente, un alma sin voz alguna. 
— ¿Alguna vez te ha dado las gracias por algo? 
Negó. 
— ¿Algún gesto amable? 
Negó otra vez.  Levante una ceja. 
— Es porque ella es mala. 
De si mismo, salió un gruñido acompañado de bufar como un toro rabioso. Me tomo del brazo y me levanto con fuerza para sacudirme en el aire y hacerme sacar todas las pocas ideas de mi cabeza. 
— Está bien, está bien, me callo — Sonreí agitada con la adrenalina saliendo por mis poros —  Pero sabes que es verdad — Sonreí — ¿Por qué la consideras? A ella ni siquiera le caes bien, te traicionaría si tuviera mejores opciones— Y me soltó tan de repente que casi caigo al suelo de no haber plantado los pies bien en el suelo, lo próximo fue soltarme una bofetada con una de esas  manos monstruosas que bien podía arrancarme la cabeza solamente utilizando una. El dolor fue extremadamente indescriptible, mi rostro completo se adormecido y me atonto un poco, apreté los ojos y me tome la mejilla.  Por poco me arrancaba una muela de raíz, mi mejilla palpitaba y mi boca sangraba. Era extraño el volver a sentir el sabor de la sangre en la boca, aún así sonreí — Está bien. Me la merecía, pero no digas que no te lo advertí. 
Volvió a emitir esos sonidos extraños, por suerte llevaba el tiempo suficiente de estar ahí que podía entenderlo perfectamente. 
— ¡Ya, ya! ¡Está bien! — Levante las palmas para calmarlo — Me voy — Y Escupí  la saliva sanguinolenta producida   por su azote en su pulcra y blanca camisa de enfermería. Caminaba limpiando mi sangre y Mudo detrás mío, hasta toparme con Soledad que me miraba con extrañeza. 
— ¿Qué te pasó? 
— Mudo me pegó — Respondí rápido. Los ojos de Soledad se abrieron sorprendida pero molesta. 
— ¿Por qué? — Preguntó intensificando su voz. Antes de expresarse nulamente, conteste — Solo le pregunté porque no hablaba. 
— ¡Por qué es un idiota! — Exclamó — ¿No es así, German? 
El hombre asintió derrotado.  Soledad emprendió camino y gire a dirigirme hacia Germán. 
— Te lo dije — Y deje al hombre con el gesto crispado y el ceño ofendido. La radio como siempre sonaba con interferencia en el área común. Tomé asiento llena de impotencia, pues con el mudo detrás mío de nuevo no podía ni siquiera comenzar la búsqueda de María y nuevamente la de don Gilberto. El desespero llegó al tope y me levantó de nuevo a girar por toda el área obligándome a pensar y sacarme ese bloqueo maldito que me petrificaba, solo podía escuchar mi corazón latir con fuerza como si este estuviese metido en mi oído, escuchando cada paso que daba un segundo me seguía. Me eche en una esquina derrotada y gire la cabeza a la Izquierda después de apretar los ojos como método de desahogo, tomé un periódico que opacaba mi vista . Ajado y roto por las esquinas se trataba del informante, donde solía trabajar, suspire y leía con torpeza las nuevas noticias de una cuidad que para mi ya era desconocida, los barrios bajos habían caído aún más en la marginación desde el terremoto, unos nuevos edificios prontamente reemplazarían a los viejos caídos y una nota peculiar me hizo exaltarme aún más. 
Aquellas noticias e investigaciones que tenía guardadas para un futuro publicarlas habían sido impresas en aquel papel pero el autor de ellos no era mi nombre. Habían robado mis escritos y también fotografías, el nombre que aprecia debajo de las columnas era el de Mario Castro
Ese mediocre fotógrafo había tomado mi lugar robándome como una asquerosa ave de rapiña, tomando la carroña que había dejado archivada entre mi escritorio. Con brío, me levanté del suelo e incrédula seguía martirizándome leyendo y mirando como mi arduo trabajo había sido usurpado por ese hombre que no aspiraba a nada y mi retiro fue una oportunidad perfecta para el, las lágrimas por supuesto que brotaron como si se tratase de una tormenta, mi rostro pálido se humedeció por completo y no quedo ningún rastro seco. Nuevamente apreté  los ojos, pero esta vez  llena de incordio e instintos asesinos, el único acto que pude hacer fue pobremente destrozar el periódico con los dedos tambaleantes, el periódico arrugado pronto se hizo trizas y sucumbió en el suelo. Esos escritos, investigaciones y fotografías  fueron en un pasado  rechazadas a ser publicadas por el hombre que era mi jefe; Salvador Dueñas. Recordé perfecto las palabras que me dijo. 
» Eso no es interesante, Riquelme  « 
»Al lector no le gustará « 
» Busque otra cosa« 
¡No! Estaba desecha. Totalmente ultrajada y sobajada ahora profesionalmente también. Grite tan alto y potente que todos se quedaron estáticos, los locos me miraban como si yo fuera la maniática en realidad. 
— ¡Ese hijo de puta! — Susurré para mi. Volví a gritar y sin pensar en otra cosa más que mi humillación personal, con mi débil y huesudo puño, lo impacte en el muro de concreto turbulento. Rápidamente mis nudillos sangraron, pero eso era en lo último que me interesaría. 
— ¡Puta madre! — Maldecí mil y un veces mientras las monjas entraban por la puerta y se persignaban rogando por mi. Sus susurros eran tan penetrantes como irritantes. Las mire fijamente con los ojos bien abiertos y me acerque a ellas con brío. 
— ¡Cállense! — Brame levantando los brazos, haciendo que las hipócritas monjas  se asustaran — ¡No pidan por mi! — Seguía mi tono de voz latente, la garganta comenzaba a lastimar y soltar pequeños tramos de palabras con voz ronca — ¡No rueguen por mi! ¡Háganlo por ustedes malditas blasfemas! 
— ¡Dios mío! — Exclamó una juntando sus palmas. 
— ¡Cállate, perra hipócrita! — Escupí en su rostro al recordarla fumar en la parte trasera de la casa. 
— ¡Que Dios me proteja! 
— ¿Dios? — Pregunté 
— Te irás al infierno por esto, ¡Arrepiente y serás perdonada! 
— Me iré al infierno, ¡Sí! — grite — Pero tu conmigo — Y sonreí. Seguidamente la monja cometió la osadía de soltarme una bofetada. No lo hubiese hecho, pues rápidamente me fui contra ella desbordando desdén y rabia. Sus cabellos oscuros limpiaron el andrajoso suelo, y no podía quitarme de encima. Su nula fuerza me hacía más invencible. 
— ¡Por el amor de Dios! — Grito una mientras la riña seguía. Tomé su cabeza sosteniéndola de las orejas y la impacte en el suelo. 
— ¡Suéltala! 
Los internos se reían tan alto que me helaba la sangre de miedo, pero este era menor a mí rabia de ser hurtada por Mario Castro. 
No busque al culpable que  me 
hizo enfurecer  pero si encontré quién me lo pagará. La monja lloriqueaba y aún seguía rezando, lo cual me erizaba la piel y me enfurecía más. 
— ¡Ya cállate! 
— ¡Suéltame, loca! — Y la abofetee después de morderle el dorso de la mano por tenerme prensada del cabello. Mudo me miraba reñir con la religiosa y no hacia otra cosas más que reírse.  Los internos continuaban riendo a carcajada limpia, mofa y salmodia inentendible. Soledad apareció y los internos se esparcían para no ser castigados, mudo rápidamente me tomo de la cintura y me elevó del suelo. 
La religiosa rápidamente se levantó hecha un manojo de nervios y sangre, con el hábito roto y los cabellos expuestos, el rosario que portaba se había reventado y las cuentas estaba regadas por todo el lugar. 
— ¿Qué está pasando? 
— Solo  estaba rezando y se abalanzó a mí como un perro — Apenas pudo decir, exhausta y asustada se recogía el cabello con las manos torpes. 
— ¡No es cierto! — grite con la adrenalina al máximo. Con el cuerpo inexplicablemente adolorido pues no había recibido ningún golpe por parte de ella. 
— ¡Ya estuvo bueno! — Grito Soledad y yo me sacudía del agarre del Mudo — ¡Váyanse todos! ¡A sus asuntos! 
— Suéltame — Exclame a Mudo. 
— ¡Y ustedes también! — Se dirigió a las religiosas, aquellas que no metieron ni una mano por su compañera. 
Cómo una muñeca de trapo andrajoso y lánguido, me arrastraron hacia mi jaula donde me dejaron caer el suelo sin tener algo debajo con que amortiguar el golpe. Me queje por dentro y Soledad me tomo de los hombros y me sacudió con fuerza — ¿Qué carajos te pasa? 
Trague saliva y la mire sin decir nada. Me quedé en silencio sin tenerle una respuesta, no se me ocurriría nada que contestar y sencillamente me encogí de hombros como respuesta vaga. 
— ¿Y tú? — Se dirigió a Germán — ¿Por qué no la detuviste? — Con la cabeza baja Mudo trato de contestar pero para el obviamente era imposible —¿De qué sirve que te deje a cargo si no puedes controlarla? — Lo tomó del cuello de la camisa y lo jalo para encorvarse y quedar frente a frente — ¡Eres un idiota! — Grito después de abofetearlo tan fuerte que su rostro enrojeció enseguida, el grandulón apretó la mandíbula y negó con la cabeza. 
— Voy a tener que castigarte, Victoria. 
Sonreí amarga. No tenía otra opción que derrotada aceptar su orden, pues no me importaba otra cosa que el saber que había sido hurtada por un farsante. 
— Es lamentable, ya iba a pasarte con los otros del pabellón. Iba a sacarte del aislamiento 
— Tuve una crisis nerviosa — Conteste rápidamente como se ocurrió. 
— Entiendo, pero creo que es mejor así, ¿Por qué golpearse a la monja? 
La mire a los ojos — Tuve una crisis nerviosa— Repetí. Ella se encogió de hombros sin mantener una conversación fluida — Aún no puedo recordar nada, no se quien soy ni porque estoy aquí, ¿Cómo se sentiría usted? 
— El porque ya lo sabes. 
— No realmente. Desperté en un manicomio sin saber ni siquiera mi nombre, ¿Cómo se sentiría usted? — Repetí la pregunta subiendo de tono. Ella levantó las cejas y dijo — Por suerte no estamos hablando de mi, sino de ti. 
Sonreí de nuevo al notar su  vacilación negativa. 
— Te quedarás aquí, hasta que tu " crisis nerviosa " perezca — Y este idiota va a cuidarte por el resto del día — Señaló con el dedo índice — Te quedarás aquí adentro cuidándola, ¡Cuidándola! — recalcó — ¿Entiendes, idiota? — pregunto. Mudo asintió. Soledad tomó una bocanada de aire y paso las palmas de las manos por su lustroso traje blanco de enfermera. Tomó sus sientes entre sus dedos y se dirigió a la puerta, se detuvo en seco y se giró hacia a mí otra vez — ¿De verdad aún no recuerdas nada, Victoria? 
La mire, dudosa y con el ceño fruncido me saco de quicio su cuestionamiento. Entrecerré los ojos y conteste — ¿Por qué le mentiría, señora? 
Ella se río con una sonrisa verdaderamente macabra y salió por la puerta sin decir nada, la puerta de metal sólido se cerró haciendo eco y la ventanilla de la misma de igual manera de cerró con brío.




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