El Palacio Del Infierno.

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Me levanté del suelo y fui hasta mi catre, con un nerviosismo póstumo a mí furia, que nació al percatarme que Mudo estaba en mi habitación y pensar que podía descubrir mis escritos debajo del catre me estaba matando. Me senté la esquina de mi finísima cama, y lo mire Tratando de no delatarme con mi actitud errática y nerviosa. El hombre estaba parado en una esquina dando la espalda hacia la puerta, con el cuerpo totalmente erguido y la cabeza elevada. Pasaron los lentos minutos y el hombre seguía con la misma posición incómoda. 
— ¿No te cansas? — Pregunté. El hombre me miró rápidamente y volvió a su posición anterior. 
— Siéntate — Ordene. El hombre negó con la cabeza y carraspeo a nariz. 
— Lo hiciste a propósito — Solté de pronto. El hombre volví a deshacerse de su postura y con el entrecejo rizado me miró. 
— Dejaste que me peleará con la monja para que soledad me castigará. Fue venganza por lo de hace rato — el mudo empalmó una macabra sonrisa dejando en claro que su respuesta era afirmativa— pero se te olvida algo — rápidamente borró de su bruto rostro aquella sonrisa maligna y arrugó el ceño, después carraspeo la nariz nuevamente y colocó  toda su atención en mi, paulatinamente apretaba los puños sin dejar de tener el cuerpo erguido — que si yo hago algo malo tú lo pagas también — esta vez sonreí yo de la misma manera que en retrospectiva él lo hacía — porque tu, mi querido adefesio eres mi cuidador, mi carcelero y mi Verdugo — Sabía perfectamente que posiblemente me estaba preparando para la próxima paliza de mi vida, esta vez me estaba arriesgando a que me dejara  muerta en una esquina por los golpes que me produciría sus azotes con tan solo un buen empujón  que me diera, pero en lugar de eso recibí una reacción derrotada, su postura por fin cambio, se encorvo de hombros y suspiro lleno de un torrente de sentimientos que percibí enseguida. Sus ojos se tornaron de un brillo melancólico y una mueca de resignación absoluta. 
— Te lo dije — Dije al escuchar su suspiro igual que un grito desesperado rogando ayuda — Es mala. 
Asintió — Te maltrata y tú solo tienes que ofrecerle tu absoluta obedecía, eres mudo, algo pazguato,  atarantado y te escandalizas por todo, sin embargo nadie ve tus virtudes solo los tus defectos. Ese es un gran problema que tenemos las personas; nos juzgamos los unos a los otros porque es más fácil ver lo que hay de malo, porque lo bueno nunca esta en superficie. Tu eres bueno, Germán. Ella no. 
Ese rostro era esporádico, jamás lo había visto, bajo la mirada pensando un momento, pero seguía con los puños apretados filtrando la agresividad rezagada en su ser, gruñó y se convirtió en el mismo rostro que me provocaba un súbito pavor. Caminó hacia a mi en un arranque y de un solo paso fui a refugiarme a una esquina. 
— Ya no me pegues — Rogué, pero esta vez sin tener que humillarme. Levante la mano, estire el brazo y abrí mi palma frente a él. El se detuvo en seco y miró mi palma ensangrentada, la cual se había manchado por la sangre de mis nudillos que se había filtrado por los espacios entre mis dedos. El la miró de una forma increíble, como si estuviera apreciándola, de igual manera estiró el brazo y abrió la palma, iba a juntarla con la mía y la diferencia de dimensión y altura está tremenda. Toda mi palma podía caber en la suya sin problema. Entonces me di cuenta que al igual que algunos de nosotros, él también era una víctima de esa mujer, una víctima totalmente sin voz, sin embargo yo podía escucharlo gritar lleno de  una perdida total de esperanza, tranquilidad y paciencia. Poco faltó para que nuestras manos se juntaran pero se arrancó hacia atrás e impacto sus puños agresivos contra la puerta impenetrable. Sus alaridos de silencio me hicieron darme cuenta que pronto se quebraría y mi intento por ponerlo en contra de Soledad iba a ser más complicado de lo que pensé, pero lo sucedió ya era un avance para mi. Después de un gran silencio, se marchó cuando Soledad le otorgó la salida, eso me comunicaba que la noche había caído. 
Cómo todas las noches intranquilas llenas de risas y llantos dispersos por todo el lugar, increíblemente ya se convertían en un arroyo para poder dormir. La puerta se abrió con lentitud y cautela para no causar ruido, Rengo había llegado como todas la madrugadas acompañado de Trinidad que fumaba con esa pose tan peculiar de ella. 
— Te dejo sola un momento y causas una guerra — Se rio — Me hubiera encantado estar ahí, ¿Cómo quedó la monjita? 
Suspire — Me desquite con quién no tenía, Trinidad. 
— No me digas que te sientes mal por eso. 
— No...—  Conteste no muy segura 
— Entonces, ¿Por qué lo hiciste? — Me encogí de hombros y me negaba rotundamente a contestar para no recordar la verdadera razón de mi arranque. 
— Robaron mi trabajo — finalmente lo solté y volví a enfurecerme. 
— ¿Quien? 
— Un compañero de trabajo. 
— Ya olvídate de eso, malagueña — Recordé rápidamente a Don Gilberto. 
— Cuando salgas de aquí tendrás el trabajo más deseado que cualquier otro periodista del país — Era verdaderamente hermoso que alguien creyera en mi de esa manera. 
— ¿Nunca te paso algo igual? — Pregunté mientras sacaba el humo por la narices yendo directamente a nuestras cabezas — En tu trabajo, no se... 
Ella río sinceramente — Tú eras una periodista, yo una puta, muy cara, pero puta. No es lo mismo. 
— Ya se — Conteste — Me refiero a algo que alguna otra prostituta te hiciera algo similar como robarte a un cliente o robar tu lugar de trabajo. 
— No — Contesto haciendo un gesto con la boca — Porque yo me daba a respetar entre las otras. Yo no era una talonera de esquina— Se sentó a mi lado en el catre, esa era una señal de que estaba lista para contarme — Porque yo era la golfa más golfa de todas las golfas — Levantó la cabeza  orgullosa haciendo un ademán con la mano y entre los dedos su cigarrillo —  Así como me ves ahora, yo era la golfa más cara y más bonita de todas, los hombres me rogaban tan siquiera por tomarme una copa con ellos, hacían fila para estar conmigo y llegué a tener el privilegio de ser yo la que escogía entre tantos hombres con quién estar. Si alguien quería pasarse de lista, al día siguiente nadie sabia quien era. 
Levante una ceja incrédula pero  sorprendida — Estuve llena de tanto dinero que ni siquiera te puedes imaginar, lo que tu ganabas a mes en tu periódico, yo lo ganaba en una hora, y rodeada de personas tan ricas que me regalaban su dinero por una sonrisa mía. Fui la estrella principal en uno de los burdeles más caros y finos de la cuidad. Era una buena vida, era joven y bonita, así...como tú — Tomó un cabello caído por mi rostro y lo llevo hacia atrás de mi oreja. 
— ¿Y qué pasó? 
Suspiro — Todo por servir se acaba, malagueña. La juventud es una enfermedad que se acaba con los años. Y heme aquí. 
— Pero...— Ahí iba mi insistencia de nuevo — ¿Qué pasó después? ¿Por qué estás aquí? 
Ella me miró desconfianza y avergonzada, le dio el último jalón al cigarrillo y saco el humo — Porque me enamoré — Levante una ceja de nuevo. 
— ¿De quién? 
— De un hombre muy rico y poderoso y me envió aquí — Dijo rápidamente evadiendo cualquier tipo de detalle. Se levantó y cambio radicalmente de tema, dejándome en total intriga — ¿Ya sabemos algo del viejo? 
Negué con la cabeza lentamente procesando todo lo anterior narrado. 
— ¡Rengo! — Exclamó y el hombre se acercó a nosotras. 
— ¿Tu pudiste averiguar algo? 
— N-no...au...aún. 
— ¿Qué? 
— Dice que no — Conteste. 
— Ah. ¡Estupendo! Estamos igual como empezamos. De María tampoco sabemos nada, es como si se la hubiese tragado la tierra.




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