El Palacio Del Infierno.

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Ya hacía unos cuantos minutos que había podido conciliar el sueño, pero no duró demasiado ya que un movimiento brusco a mi catre seguido de  un salpicón de agua me hizo estremecer y saltar  desconcertada, al poner atención a mi periferia, Soledad estaba parada frente a mí con una cubeta de agua y su gesto autoritario de siempre —  Ya amaneció — dijo levantando una ceja mirándome desde abajo, frote mis ojos y suspiré — Date  prisa — me dijo caminando hacia la puerta — Tienes visitas 
— ¿Tan temprano? —  pregunté  extrañada 
— Si. 
— ¿Y quién  es? 
— ¿ Por qué no te apuras y lo averiguas tú misma?  No soy tu mensajera. 
Levante una ceja ante su respuesta. Seguramente había tenido un mal día, pero creíble o no, Soledad era la misma mierda de persona sin importar el día. 
Trague saliva y revolotee los ojos fastidiada — Ni siquiera he desayunado. 
— Lo harás después, levántate y ve a atender a tu visita. 
Bufe de fastidio de nuevo, creí que se trataba de Ricardo pero no estaba segura, ya que él nunca me visitaba tan temprano. Me puse los zapatos, até mi cabello con una liga vieja que me había conseguido mudo,  mismo que  me esperaba en el umbral de la puerta — Victoria — Dijo de pronto Soledad. Me detuve y gire a mirarla — Recuerda que no debes creer lo que la gente dice. Si esas personas quieren hacerte recordar, solo harán que te confundas más. No creas ni una sola palabra. 
Entrecerré los ojos mirándola, después aparte las pupilas de las de ella y me quedé mirando hacia la nada disociando un poco, después de salir de ese trance la mire, solté una sonrisa apretada y asentí con la cabeza. Ella sonrió e hizo un ademan con la cabeza, salí de ahí acompañada de Mudo que me encaminó hacia el área común. Di un largo suspiro mientras una picazón acostumbrada me invadía el cuero cabelludo, deseando con súbito asco darme un buen baño. Cuando levante la cabeza, aquellos dos rostros me hicieron salirme completamente de mis pensamientos y ahora solamente estaban ellos dos, frente a mí y un sentimiento sádico de matarlos con mis propias manos. Apreté mis puños y llegue hasta ellos, que me miraban con sorpresa de arriba abajo. 
Salvador Dueñas, como siempre vestido con los mejores trajes, perfumó el entorno con su frívola esencia que había olvidado y momentáneamente recordé. Con los bigotes peinados y entintados de negro para  verse  más joven de lo que en realidad era Sosteniendo entre sus dientes un habano y el cuerpo erguido totalmente con las manos escondidas dentro su bolsillos del pantalón de vestir. 
Y a su lado no podía faltar su fiel lacayo; Mario Castro. Algo dentro de mí se rompió una y mil veces al notar su sonrisa falsa y forzada, está vez había cambiado los trajes corrientes por un traje fino y caro, zapatos, sombrero y una cámara colgando de su cuello, se podía notar la calidad de la tela de sus ropas y podía sentir la textura tan exquisita de las mismas sin siquiera tocarla. Llevaba puesto mis pensamientos escritos en los artículos que archive. Fue como si fuese sido en cámara lenta, pero pronto llegue y Mario no pudo contener la culpa que trato de esconder debajo de una corbata cara. 
Los mire con los ojos llenos de fuego y apunto de estallar, levante el rostro e imponente, me pare frente a ellos, solo había una mesa que nos dividía. 
Salvador Dueñas, inhaló de su puro y saco el humo cerca de mi cara, Mario carraspeo la garganta y bajo la mirada. 
— Mírala — Dijo Salvador, rompiendo el silencio,   que debajo de ese silencio se escondía un cataclismo aparatoso para ellos — Mírala bien, Mario. Esto... — me señaló de arriba hacia abajo con su puro a medio morir — Es una excelente periodista. 
— ¿Se burla de mi? — pregunté con la voz totalmente firme. 
— Oh, no, no ¡Para nada! Hablo en serio — y se sentó, enseguida Mario lo siguió. Salvador hizo un ademán ofreciéndome sentarme y trone la boca chasqueando la lengua contra mis dientes sarrosos y acepte. 
—Debió soltar mucho dinero por esto. 
—Un periodista hace lo que sea para lograr lo que quiere. Tu menos que nadie lo sabe, Riquelme, ¿O no? 
Carraspee la nariz y Salvador siguió —¡ Ah, Riquelme! — exclamó — Te busque durante meses. Siempre supiste como sacarme canas verdes. 
— ¿A que vino? 
— ¿Cómo estás, Victoria? — Dijo Mario, gire a mirarlo y entrecerré los ojos — Púdrete. 
— Sinceramente siempre dude de tu potencial, mi bella periodista. Después de la sanción que te otorgue nunca volviste, y después pasó lo del terremoto y creímos que habías muerto en el percance. 
— ¿Quien les dijo que estoy aquí? 
— En realidad nadie — Fruncí el ceño — Lo descubrí yo solo, la verdad me maldije por no haberlo pensado antes pero...bueno lo hice. 
— ¿Y que quieren? — pregunté con desdén totalmente desbordándose desde mi interior. 
— Tranquila, Riquelme. Queremos saber cómo te ha ido. 
— ¿Es tan difícil suponerlo, Dueñas? 
Carraspeo la garganta — No, creo que no — le dio un golpe a su puro y Mario continuo con la voz titubeante. 
— Victoria... Yo estuve investigando y... 
— ¿Quieres callarte, imbécil? — Interrumpí apretando los puños. El hombre abrió los ojos completamente. Me levanté y recargue los brazos en la mesa para acercarme más a el — El sonido de tu  voz me envenena, me enferma, ¡Me pudre! — exclamé — No eres más que un vil mediocre. 
— Ni tanto — contesto Salvador — Mario ha subido de puesto 
Reí tan alto que la atención de terceros se hizo presente —¡Por supuesto que sí! A costillas mías — Grité. 
— No se de qué estás hablando — Volvía a sentarme — Mírate — lo señale se arriba a bajo — Trajecito caro, cámara nueva y zapatitos lustrosos, ¿Qué se siente apropiarse de lo ajeno para presumirlo como suyo? — pregunté marcando una ceja. 
Una gota de sudor recorría sus sienes, mojo sus labios inferiores con la lengua y evitaba a toda costa mirarme a los ojos. Tragó saliva y tartamudeo — No se de que me estás hablando — Repitió 
— Saltémonos toda  esa parte en la que finges  no saber nada. Robaste mis artículos y fotografías, ¡Y luego, se las diste a este señor — señale a Dueñas — para que las publicará en el periódico a tu nombre! 
— No...¡No es cierto! 
— ¡Meterme  aquí fue lo mejor que te pudo pasar, Mario! Si esto no hubiera sucedido seguirías siendo el mismo fotógrafo mediocre de siempre. Te robaste todo, cínicamente te dejaste todos los créditos para ti. 
— ¡¿Cómo sabes eso?! — Grito. 
Sonríe, suspiré y me tranquilice para dejar caer la espalda en el respaldo de la silla. 
— ¿Crees que los locos no leemos el periódico? — Mario bajo la cabeza avergonzado. 
— ¿Por qué no nos tranquilizamos? — Intervino Dueñas. 
— ¡Y usted! — exclamé mirándolo— ¡Cuántas veces! ¿Cuántas veces le mostré mi trabajo? Y sacaba excusas estúpidas para publicarlo y llega este idiota y lo pública. ¡Usted siempre me reprimió! ¡Siempre me limito! El trabajo viniendo de una mujer no es interesante pero el de él si lo es, a pesar que es el mismo. 
— Victoria, las cosas son así. Acéptalo. 
— ¡¿Qué hacen aquí?! ¿Quieren burlarse de mi? ¿Escribir sobre algo? No se va poder. 
— No, no es así. 
— Entonces, ¿Que quieren? 
— La exclusiva — soltó Mario de pronto. Salvador giro a mirarlo y apretó los ojos tocándose la sien con los dedos. Me quedé estática, e incrédula deje caer los brazos a los lados — ¿Qué? — Pregunté con la boca torcida. Era increíble tanta desfachatez de su parte. 
— La exclusiva — repitió Salvador, sonreí ante su asquerosa actitud — Te tengo un trato. 
Levante una ceja sin responder porque verdaderamente me había quedado sin palabras. Mi enojo e indignación era tan grande que casi podía ser tangible. 
— Cuando salgas de aquí, haremos un reportaje, artículo ¡O hasta puedes sacar un libro! Pero la noticia exclusiva saldrá en el informante. Recuperarás tu trabajo en el periódico y nos dividiremos las regalías. 
Creí que la ambición mía había llegado demasiado lejos pero después Salvador Dueñas llegó y derrumbó toda esa perspectiva. Me quedé en silencio rotundo, suspiro y no deje de sonreír amargamente, lleve mi índice a mis labios y rompí ese silencio con belicosidad impactando el puño sobre la mesa. Mario saltó del susto pero Salvador siguió intacto, todavía no había  terminando  y me miró Levantando las cejas esperando mi respuesta. 
— Váyanse a la chingada — respondí. Salvador sonrío— Después de todo lo que me han hecho vienen aquí a pedirme tal cosa. 
— Es lo que quieres, ¿No? Quieres que por fin reconozcan tu arduo trabajo como periodista y te estoy dando esa oportunidad. Muchas puertas se te van a abrir gracias a mi. 
— ¿Gracias a usted? No señor, se equivoca. Usted es un criminal. 
— ¡Cómo te atreves! 
— ¡El que roba y chantajea es un criminal! Y si no se van ahora les diré que los saquen a la fuerza. 
El hombre río escandalosamente — ¿Con qué mando lo dices tú? 
— ¿Quiere probar? — subí una ceja — Es usted el que no tiene jurisdicción aquí. ¡Mudo! — Grité, enseguida apareció y se colocó detrás de mí con el gesto crispado y cruzado de brazos. Mario dio unos pasos hacia atrás cauteloso de miedo y Salvador se asustó de igual manera pero no lo hizo notar. 
— ¡No vas a encontrar a nadie que tome tu trabajo en cuenta! Yo mismo me encargare que nadie quiera trabajar contigo. 
Bufe — Haga lo que quiera — después de esto, ese dolor de  ojos tan peculiar que produce el deslumbro de un flash de cámara me desubico por unos instantes.  Mario me había fotografiado, rápidamente tomé impulso y le arranque la cámara de sus dedos temblorosos. En seguida tomé aire y azote la máquina fotográfica al suelo, está no tardó en hacerse pedazos. El negativo retumbo en el suelo y todo hacia mis pies. 
— ¡Mi cámara! — Vocifero desconcertado. El me miró con desdén y una mirada asesina. Gruñó de furia y en un intento de lanzarse hacia a mi con actitud agresiva, me hice a un lado y Mudo lo tomo del cuello con una mano, lo levantó del suelo y enseguida lo lanzó  con burda rapidez. El hombre había quedado sorprendido de la fuerza del hombre y yo, incrédula  boquiabierta por la reacción  defensora del hombre. Me quede mirándolo fijamente con el cuerpo estático sin mover ni un solo músculo del rostro. Salvador tomó una bocanada de aire suplicando por dentro no ser el próximo. Mudo seguía mirándolos imponentes, levantó los pedazos sobrantes que quedaron del artefacto completamente destruido y se los lanzó al pecho a mi ex jefe.  Sin dejar a un lado su actitud altiva y frívola no recogió ni un pedazo del suelo y me miró mientras me señalaba con su puro aún encendido — Apréndete lo que te dije muy bien. Si antes no eras nada, seguirás siendo nada el día salgas de este asqueroso lugar. No tendrás ni siquiera que comer — se río de pronto — Bueno, si es que sales — Y después terminó su discurso mostrándome una ceja levantada y una sonrisa con una hilera de dientes perfectamente blancos. 
— Vámonos — Ordenó a Mario que aún seguía en el suelo temeroso de volver a ser agredido. Yo los mire con la cabeza en alto. Mario se levantó y sacudió su saco y dieron media vuelta para salir. 
Mudo gruño molesto y volví a interceptarlo. El me miró con el entrecejo rizado y los puños temblando de furia. 
— Gracias — Musite con total sinceridad, pero temerosa por lo que pudiera responderme . El se deshizo de su gesto fruncido por un momento y suspiro dejando salir todo ese coraje acumulado. Negó con la cabeza y volvió a su ceño fruncido y se marchó dejándome con las piernas temblorosas. Suspire tratando de digerir lo que había sucedido y me deje caer en el suelo del área común. 
 




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