El Palacio Del Infierno.

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Pase los siguientes días evitando rotundamente a Trinidad. Me había impactado que se atrevió a ponerme la mano encima de nuevo pero esta vez más grave. Ella había desaparecido, quizá estaba avergonzada o encerrada pero definitivamente no me importaba en lo absoluto. Trato de matarme y quise ponerme en su lugar y pude comprender que su situación era dolosa, pero no podía dejar de sentír rabia y entender que tenía que sacar las uñas por fin, pero me aterraba totalmente ser derrotada y terminar muerta en sus manos. Después de todo el camino que llevaba recorrido no podía echarlo por la borda por necia de saber su vida personal. Ya la sabía, tenía en mis manos su historia clínica pero tenía tantas dudas aún , solo estaba en la punta del iceberg, necesitaba llegar más a fondo. 
Todo ese torrente de sentimientos negativos era intermitente al pensar que don Gilberto estaba bien, pero  tampoco estaba tan convencida al recordar que sus hijos eran unos soberanos ambiciosos capaz de hundir a su propio progenitor. 
Aún no sabía porque los ataques de ansiedad y escepticismo llegaban solo de noche, encerrada en aislamiento, sin más vista que las paredes blancas llenas de manchas de sangre y demás fluidos corporales. El frío calaba tan fuerte que me era imposible calentarme con el calor de mi propio cuerpo, me levanté del mismo y saque debajo los escritos y ahora los negativos de la cámara que de nuevo ya estaban demasiado acumulados. Los ordenaba cronológicamente mientras la nariz me goteaba hincada atiborrando más de mugre mis rodillas llenas de costras color pardo apunto de explotar, preguntándome cuantos días habían pasado desde la última vez que Ricardo fue a verme. 
Necesitaba que fuera, tenía tanto miedo de ser descubierta con los escritos que por más que lograba ocultarlos ya no me era posible. Ya no era necesario arrancarme los cabellos ante la desesperación, pues ya se caían solos. 
La puerta trono con tremendo estruendo, me levanté rápidamente y lance los escritos debajo de la cama desordenándose de nuevo pero no lo logre. Estaba muerta, quien fuera que estuviese en la puerta me había descubierto, los nervios me hicieron lanzar los escritos con dirección debajo del catre pero salieron volando por toda la habitación. Mi presión arterial estaba por volarme la cabeza, me levanté  con el aliento agitado apunto de agotarse y la misma alta presión bajó enseguida al ver a Ricardo parado en el umbral de la puerta en compañía de Rengo. Solté el aire que había acumulado de más y llegando un dolor en el estómago. Suspire y apreté los ojos de alivio. Pareció que lo había llamado con el pensamiento. 
— ¡Me asustaste! — Musite. 
— Perdóname — susurro también — Tengo que hablar contigo. 
— ¿No podía esperar a mañana? — Exclamé 
— Habla mas bajo — siseo. Rengo vigilaba la puerta y dijo — Dijo...qu-que N-no podía es-esperar hasta ma-mañana-na. 
— ¿Qué dijo? — pregunto con el ceño fruncido y la boca torcida. 
— Que no podías esperar hasta mañana. 
— ¡Oh, si!  — Respondió. 
— Ni-niña bo-bonita, yo espero aquí — Asentí con la cabeza sonriente — Gracias. 
El hombre dio unos pasos y se hincó para ayudarme a recoger los escritos y negativos que tapizaban el suelo. Pronto los recogimos y se sentó en la esquina del catre. 
— Tengo noticias, Victoria — Lucía nervioso y ansioso. Sus manos temblaban y su mandíbula estaba tensa. Preocupado sacó un folder color amarillo dentro de su abrigo y lo dejo encima del catre. No podía dejar de verlo y preguntar qué había dentro. 
— ¿Malas? — pregunté subiendo una ceja. El se quedó en silencio y sonrío nervioso e incómodo. Subí la mirada a sus ojos. 
— En realidad una buena y una mala — carraspeo la garganta — Muy mala. 
Torcí los labios y soltó de pronto — Don Gilberto está bien, ya lo investigue. 
— ¿Y esa es la buena o la mala? 
— La buena, los seguí de cerca vive en casa con sus dos hijos y una enfermera que contrataron. Es buena, se llama María Vargas. 
Levante las cejas y abrí los ojos como dos círculos enormes, un cosquilleo en el estómago me hizo sonreír — ¿María Vargas? 
— Si — sonrío sincero pero su tensión preocupada aún no se marchaban de su rostro. 
— ¡Dios mío! — grité y me levanté del catre de un salto de alivio. El se levantó preocupado, me jalo hacia el tomando mi cintura y  tapando mi boca con la mano libre — ¡Silencio! — me siseo de nuevo. No podía dejar de sonreír. Cuando me calle totalmente descubrió mi boca pero no soltó mi cintura ni tampoco se alejó de mi. 
— ¿Cómo sucedió? 
— Cuando su hijo vino por el, ella se le acercó diciendo que sabia perfectamente la condición de su padre y le rogó de una manera insistente la llevarán con el. Don Gilberto contribuyó y aceptaron. 
— ¿Ella estuvo todo el tiempo aquí? 
— Si, pero en otro pabellón. Estaba golpeada y Muy maltratada, no tenía permitido acercarse a ti ni a Trinidad — suspiro para hacer una pausa — Estaba en el pabellón de los presos. 
Yo lo tome de los hombros con júbilo — ¿Te das cuenta? — grité de nuevo. El volvió a sisear con desesperación que casualmente me parecía divertido — ¡Ellos están bien! Al menos me reconforta saber que María va a defender al viejo si algo sale mal. 
— ¡Victoria, por favor! — suplico que bajara la voz. Lo abrace llena de alegría hermosa que no había sentido en semanas. Después de ese silencio agradable volví a sentir su incomodad. Los sentimientos son intangibles pero a veces se pueden ver y tocar más profundo que cualquier cosa, me quite rápidamente al pensar que era por mi abrazo, pero el no quitó la mano de mi cintura y volvió a abrazarme. 
— ¿Qué pasa? — pregunté preocupada al sentir sus acumulados suspiros salir de su pecho como si estuviesen atorados. Nos separamos por fin y dijo. 
— Ahora va la mala. 
Nos sentamos en el catre, del folder que descansaba en el, saco una fotografía y me la mostró de lleno. Un hombre detenido con la típica fotografía con la planilla entre las manos llenado con sus datos y números. Su mero rostro cínico y despreocupado me desconcertó. Un rostro con facciones bien marcadas, una frente alta, cejas espesas, cabello y labios gruesos, nariz grande y  mentón cuadrado. Sus ojos grandes y expresivos me demostraban una mirada descarada siniestra acompañada de una media sonrisa macabra y a decir verdad bien parecido. 
— Silvestre Valencia — Espetó mientras unía los tobillos llenando mi corriente sanguínea de aprensión. 
— Treinta y cinco años, la mayor parte de su vida en prisión. Venta de drogas a los quince, su primer homicidio a los dieciocho, su primera violación  a los veinte — trataba de colaborar para digerir todo lo dicho y tratar de entender del porque me hablaba de aquel hombre  — huérfano de ambos padres,  orfanato en orfanato, prisión en prisión. Robo, venta de drogas, violación, homicidios, robo de identidad sin mencionar, astuto, manipulador y atractivo para las mujeres. Eso le facilita todo. Hace poco escapó del reclusorio y al parecer otro preso le dijo que si se hacia pasar por loco se salvaría de la cárcel esta vez y funcionó.




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