El Palacio Del Infierno.

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Esperaba a que la píldora hiciera efecto, pero está vez estaba tradando más de lo normal, pasaron las horas largas y aún no podía conciliar el sueño pero me sentía somnolienta y confundida, mis ojos entrecerrados por fin se cerraba del todo, pero un instinto indescriptible me hizo abrirlos de nuevo y la figura de Trinidad empañó mi vista, abrí los ojos asustada y ella me miraba tan cerca de mi rostro que una lágrima suya me mojo la mejilla. 
— ¿En donde esta mi historia clínica? — preguntó totalmente fuera de orbita. 
— ¿Qué? — fruncí el entrecejo. Ella impacto sus palmas en mi pecho, apretó mi bata  y me levantó del catre con brío. 
— ¡No te hagas pendeja! — me grito causando que el efecto retardado de la píldora se fuera por completo. Me lastimó el oído y reaccionaba poco a poco. 
— No...no se — titubee nerviosa. 
— ¡No está en su lugar! ¡Tú lo tienes! 
— ¡Yo no tengo nada! — le grité tan fuerte y empoderada, harta de sus maltratos. Ella se desconcertó al ver mi reacción pero eso no la detuvo para empujarme y caer de un sentón en una esquina. Ella prosiguió a levantar mi catre patas para arriba y sacar el colchón de la base. — ¡¿Que estas haciendo, pendeja?!  — grité tratando de detenerla tomándola por las espalda, pero volvió a empujarme, está vez no caí. Mi hastío estaba a un nivel inefable. 
Solo logró sacar hojas en blanco y un escrito a medio empezar. Se tomó los cabellos con desesperación y Vocifero con fuerza, yo gire a mirar la puerta y estaba entre abierta — ¿Cómo entraste? — La vi aún mirando con detenimiento cada hoja vacía,  enredadas entre los dedos poseía un manojo de llaves. 
— ¿De dónde sacaste las llaves? 
— ¡Dame mi historia clínica! 
— ¡No la tengo! 
— ¡¿Entonces quien?! 
Me tomé la cabeza con exasperación — ¡Ya me tienes hasta la madre, pinche tortillera resentida! — grité. Ella se quedó estática, su pulso estaba agitado y de sus ojos caían lágrima sobre su piel masacrada. Se rio con amargura antes de sorber su mucosidad de la nariz. 
— Te lo advierto, niña pendeja — me amenazó señalándome con el dedo — Dame la puta historia clínica. 
— ¡Encuéntrala! 
— ¿La leíste? 
Reí — ¿Qué no quieres que vea? ¿Qué eres una prostituta lesbiana de profesión y que se mete el dedo en la garganta? Por cierto, ¿Qué es terapia de conversión y aversión? — pregunté con burla 
— ¡Te voy a matar! — Bramó. 
— ¡Ya estoy muerta! — Conteste con el mismo tono de voz — ¡Y tú también! 
— ¡Imbécil! — grito con desespero.  
— ¡Gorda! — Respondí. Aquella palabra había sido corrosiva para ella, sus lágrimas de hicieron más pesadas y anchas — ¿Qué me dijiste? — preguntó con la voz entrecortada. 
— ¡Qué eres una cerda anoréxica! — soltó un alarido impresionante, levanto el brazo a tomar vuelo y me metió una bofetada espectacularmente dolorosa. Mi boca sangro, el sabor turbio y metálico de la sangre  invadió mis dientes  me hizo despertar, me tragué la saliva sanguinolenta, y por un largo segundo nos quedamos mirando una a la otra, sin más que decir me abalance a ella, con golpes a puño cerrado respondía mi agresión, pero esta vez no me quedé quieta. Mis manotazos inocentes se convirtieron en puños temblorosos pero potentes azotándose en su rostro. La tomé por los cabellos y ella igual, incline la cabeza hacia atrás y la impacte en su frente haciendo que me soltara, retrocedió unos pasos hasta quedar del otro lado del cuarto confundía y con la frente sangrando de una Yaga que había abierto dejando a la vista el líquido espeso y tibio color carmín correr por su rostro. Se tomó la frente herida y se embarro la sangre en la cara. Con zancadas apresuradas se acercaba a mi, pero hice un movimiento brusco, rodee su cuello con mi antebrazo y caímos al suelo. La estaba asfixiando como venganza en retrospectiva, la pieza de pollo que había guardado debajo de la cama inundó mi vista y la tomé con la mano libre y con insensatez, le introduje toda la pieza en la boca — ¡Trágatelo! — grité. Los sonidos que despedía el ahogo junto con la comida  eran indecibles. No más niña inerme. 
— ¡Si las personas no comen se mueren, comételo! — e increíblemente la pierna de pollo entro completamente en su boca. La solté me levanté del suelo y la miraba desde arriba mirando como se ahogaba por la obstrucción del hueso en su tráquea. Un sonido parecido a una alarma, (Lo que nunca había escuchado antes) se disparó por todo el pasillo. Mudo, Rengo, Tomás y Soledad habían llegado como trueno mientras, mi catre aún estaba de cabeza y el piso forrado de hojas blancas. Trinidad se ponía morada. Rengo y Mudo la sostuvieron, Mudo la abrazo por detrás y apretó fuerte unas cuantas veces hasta que el hueso salió volando hasta los pies de Soledad, la soltó y otra vez cayó al suelo. Trinidad soltaba por la boca pedazos de carne triturados y trataba de vomitar los que había ingerido, aún tosiendo hincada en el suelo, Soledad me soltó un empujón después de sacudirme con fuerza. — ¡¿Qué chingados está pasando aquí?! 
— Ella empezó— Dije agitada sangrando por la boca. 
— ¿Cómo entro aquí? — Pregunto a Mudo y Rengo. 
— Robo...mi- mis llaves — respondió Rengo. Había extraído las llaves de Rengo, ¿Cómo pudo pasar? Pero eso no era todo, en el instante que Soledad puso atención a las hojas regadas por el lugar. Me miró incrédula y dijo — ¿Qué es todo eso? — Pregunto. Trague saliva un combinada de sangre. 
— Nada — respondí con rapidez. 
— ¿Nada? — pregunto. Se inclinó y levantó unas cuantas hojas, suspiré de alivio al saber que estaban totalmente en blanco. 
— ¿Tratas de escribir otra vez? — Ese otra vez, se le había regalado de la boca. 
— ¿Otra vez? — arquee una ceja. Carraspeó la garganta, soltó una carcajada y me abofeteo sorpresivamente. 
— Solo quería intentarlo — conteste ya sin siquiera estremecerse por su golpe. 
— ¡Ni siquiera puedes intentarlo! ¡Tu no puedes escribir! ¡Rengo! — Ordenó recoger todas las hojas y bolígrafos tirados en el suelo. Agite el aliento y apreté los ojos. 
— ¿Tu qué hacías aquí? — Preguntó a Trinidad. Sentí miedo al pensar que podría decirle todo. Arrugó los labios y con la cara atiborrada de sangre contesto cínica — Nada — río — Solo quería ver si me recordaba. 
— ¿Creen que tengo la cara de pendeja? ¿Cuando tiempo iban a seguir con esto? — pregunto. 
— No te das cuenta ¿Verdad, malagueña? — pregunto con mofa — Yo siempre gano. 
— Siempre hay una primera vez, Soledad Saavedra — Sonreí. Su rostro palideció. Suspiro y río a carcajadas nerviosas. 
— Mudo, llévatela, enciérrala en una celda de castigo y asegúrate de que no salga ni siquiera por el día. 
Mudo asintió no muy convencido y se la llevó a la fuerza. 
— Lo mismo va  para ti — sonreí. De regreso Mudo me tomo por las caderas y me llevo hasta el catre que Rengo ya había acomodado en su lugar, saco los cinturones y con espasmo por los golpes anteriores me resistía a ser atada otra vez pero lo lograron. Soledad me echó un último  vistazo y salió junto a Mudo que se miraba indignado y Rengo, que me miraba con lamento. Se azotó la puerta y las luces se apagaron.




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