El Palacio Del Infierno.

Parte XVII; Y Del Espíritu Santo.

Una tras otra venían las bofetadas llegando a mi mejilla con un impactante estruendo mientras el chorro del agua se escurría por todo mi rostro ya tintado de un rojo tenue producido por el golpe sonoro que su palma producía en mi cara. Apretaba los ojos sin decir absolutamente nada, simplemente me mofaba con cinismo y soltaba una carcajada escupiendo el agua que se me drenaba a la boca ahogándome con espontaneidad y próximamente saldría combinada con sangre. Me tenían apaciguada en un rincón y ella en cuclillas frente a mí aprisionándome, golpeándome y salpicándome de agua con un balde. Mudo como fiel lacayo dejando de un lado sus sentimientos y fríamente miraba hacia al techo parado en la puerta, evitando mirar la escena frente a su rostro.

- ¡Ya dime! - gritó perdiendo paulatinamente la paciencia que había generado desde hace unos minutos. Su mano comenzaba a cansarse y arder de tantas bofetadas, ya que la sacudida de la misma; Se delataba. Me propinaba una seguidamente de la otra sin dejar que el sonido del golpe de una terminará, y me daba otra y otra.

- ¿Dónde están los escritos? - volví a sonreír pero está vez sintiendo el sabor tan peculiar de la sangre meterse entre mis dientes. El rostro comenzaba a dormirse totalmente y el color rojizo comenzó a tomar fuerza y sentir el rostro caliente, espeso y ardiente. Me estaba atontado rápidamente y me sorprendí interiormente la fuerza de voluntad que había sacado. Negué con la cabeza y me encogí de hombros con una insolencia y risa imparable. Soledad apretó los dientes y continuaba abofeteadme con un ritmo alarmante. Con el último brioso golpe perdí el equilibrio yéndome de lado. La mujer gruñó y dijo - ¿Cuando tiempo llevas engañándome?

Estaba recuperándome, aún seguía atontada y sacudí la cabeza mientras el ardor de la cara era más potente con cada movimiento, pase la lengua por los dientes y escupí el sobrante de sangre. Me tragué mi ahogo y le sonreí. - No se de que me hablas.

- ¡No me mientas! - Bramó tan estrepitosamente que su estruendoso alarido me lastimó los tímpanos. Sus ojos estaban desorbitados, como si ella también hubiese perdido la cabeza. Suspiro y cambio radicalmente el gesto. Gemí del miedo que llego de pronto al verte su gesto y obviamente el dolor físico no cedía.

- ¿De dónde salió ese supuesto esposo? - Se tomó la frente hablando como si nadie estuviera en la habitación. Caminando de un lado a otro y de regreso, me interceptó y pareció que había olvidado que yo estaba ahí por un momento - ¡Yo lo investigue todo!

- ¿Que? - torcí el ceño.

- No estás casada con el.

- Unión libre - respondí tan rápido como se me ocurrió, ladeó la cabeza y sonrío.

- ¿Unión libre? - preguntó entrecerrando los ojos - Vives en el pecado - Continuó con mofa levantando una ceja. Quise levantarme pero me era complicado.

- Tú no crees en Dios - Aseguré con un intento fallido por levantarme.

Suspiro, se acercó a mí y me susurro con grotescos gestos - Yo soy Dios.

Torcí la boca de disgusto nauseabundo, me soltó el brazo que aprisionaba con fuerza iracunda y una vez más suspiro derrochando su poca habilidad de conservar la paciencia.

- Tomé todos tus escritos del piso.

- No había nada escrito en esas hojas - Aún seguía con una insolencia inaudita. Retándola a un duelo a morir, quizá era mi perdida total de la esperanza.

Soledad río tratando de ocultar su ira - ¿En donde están los negativos? - Soltó la bomba y pareció como si el estómago me golpeara por dentro exigiéndole con un dolor frío salir. Borre esa sonrisa retadora del rostro. Ella volvía a ganar.

- ¿Cuales negativos?

- Los negativos que encontraron bajo el catre, Victoria - Dijo Tomás Palacios entrando por la puerta con una tranquilidad aterradora, con su ya acostumbrada nube de humo por encima de su cabeza. Dio la última calada al cigarrillo, lo consumió con dirección a su garganta y soltó al humo por las fosas nasales para después dejar caer la colilla en el suelo y matarla aplastándola bajo su suela. Carraspeó la garganta, acomodó sus gafas totalmente cuadradas, y de la ajada bolsa de su bata de doctor, dejo a la vista un negativo. Levantando a la altura de su rostro con dos dedos, maldije por dentro y apreté los ojos.

- ¿De dónde lo sacaron?

Tragué saliva Nuevamente.

- No olvides que siempre vamos un paso adelante.

- Eso no es mío.

- ¿Estás segura de eso? - Preguntó el hombre.

- Sí - respondí con rapidez.

- Respuesta incorrecta.

- Supongo que no recuerda - Dijo Soledad con fingiendo abnegación. Palacios se encogió de hombros y guardo el negativo en su bolsa.

- Oh, no importa. Recordara - afirmó - Soledad.

- ¿Si, señor?

- Hay que hacer que recuerde. Prepara los electrones.

- ¡No! - grité exclamando miedo. Esa frase me hizo levantarme rápidamente sin importarme el dolor.

- ¿Dónde están los negativos? - repitió soledad

- Yo no sé nada...

- ¡Los negativos! - grito Palacios.

- ¡No sé!


Chasqueo los dedos y enseguida Mudo me tomo por mis escuálidas caderas y me levantó en aire dejándome caer en su hombro como un costal de papas - No, no...- Musite a Mudo, quien en su rostro espetaba incomodidad.

- ¡Mudo! - Brame. El hombre no respondió a mi súplica y siguió caminando, atravesando aquel pasillo que ya tenía bien presente hacia donde se dirigía - ¡No! - levante la cabeza por encima del hombre de embudo y Soledad sonreía emocionada, como una chiquilla con juguete nuevo.

Sentía que el lúgubre sendero era tan corto como una zancada, pero en realidad era un poco amplio y largo, sin embargo, el desespero era tan inmenso que me hacía una jugarreta y en uno pasó habíamos llegado al cuarto de choques.

- ¡Por favor, por favor! - gritaba mientras me azotaban en la cama sin poder tener control de mis articulaciones lastimadas y rápidamente procedieron a atarme con las correas de cuero. Gritaba y pataleaba aún atada y colocaron los electrones en cada una de mis sienes, negaba con la cabeza con fuerza para evitar que me introdujeran la mordaza en la boca pero, Soledad me sostuvo la quijada con presión doliente y Palacios me metió la mordaza por fin en los dientes. Mis lágrimas corrían rápido para mojarme las orejas al igual que un hilo de baba que producía mi y Palacios me miraba por encima del hombro Sosteniendo la perilla del aparato.




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