El Palacio Del Infierno.

Parte XX; Es una de nosotros.

Con la mejilla izquierda pegada en el suelo, desperté de un salto impactando mi sien contra lámpara del catre, junte las cejas y ladee la cabeza espetando un gesto de dolor. 
Sacudí mi cuerpo deseando sacar esa sensación esporádica llena de temor incrustándome el pecho, adormecidas mis extremidades y mi respiración pausada, pero veloz al mismo tiempo. Mire a  mi alrededor y solo tenía la base del catre y la colchoneta. Las paredes blancas, sucias y un olor a humedad en el aire, apreté los puños y en mano posaba un bolígrafo. Ese bolígrafo que Ricardo me había obsequiado. Suspiré y pase la mano por la pared lisa y decidí que era tiempo de seguir escribiendo teniendo como lienzo cuatro paredes arcaicas y cuarteadas. 
La puerta tronó entre las penumbras y un hombre entro con elegantes pasos hasta mi habitación, después de su último paso hacia adentro, la puerta se deslizó hasta cerrarse con estruendo. Su rostro me paralizó por unos momentos y deje caer el bolígrafo hasta azotar en el suelo. El hombre me recorrió con una mirada lasciva y arqueo una ceja para mi, intentó acercarse  y camine hasta la puerta a asomar la mirada por la ventanilla. Tomás sonría mientras daba media vuelta — Disfruta tu visita, Victoria

Y se marchó dejando abierta la ventanilla, cayendo en cuenta que mi visita era aquel hombre que Ricardo me advirtió que me cuidara de el. 
— Ya nos habíamos visto, ¿Verdad? 
— ¿Que quiere? — pregunté con el pulso acelerado — Que maleducado, olvide presentarme. 
— No hace falta — tragué saliva — quiero que se vaya. 
— Me temo que eso no se va poder. Mi nombre es... 
— Silvestre — interrumpí — Ya lo se. 
Arqueo su poblada ceja. El hombre estaba vestido con pulcritud, barba tupida pero bien arreglada y limpia que hacia que su mentón cuadrado luciera  más. Levantó el dedo índice y me señaló — Eres muy lista, ya me lo habían advertido. 
Camino unos pasos hacia mi mientras yo daba pasos torpes hacia atrás — ¡No se  me acerque! — exclamé tartamudeando.  — ¿Por qué no? Solo quiero saber una cosa. 
— ¿Que quiere? — pregunté temblando de perpetuo terror.  
Detuvo su paso en seco y dijo 
— Tu eres mi pase de salida. 
Negué con la cabeza y realizó una zancada brusca y llegó hasta a mi, arrinconándome en una esquina pegando su cuerpo junto al mío. Intentar apartarlo de mi espacio vital fue inútil, pues estaba ejerciendo toda su fuerza en mi. Con la mano izquierda tomó mi cadera y con la otra mi mentón presionándolo y casi restregando su nariz en mi cuello. Apreté los puños junto con mis ojos. Mi aliento frío pegaba en su rostro. 
— Ellos quieren saber dónde están los negativos. 
— No se de qué me habla. 
Por fin me soltó y se apartó de mi un poco — ¡No! — gritó escupiéndome en la cara fragmentos de saliva. Salte en mi sitio —¡No me digas eso! De eso depende mi libertad. 
Tragué saliva — No tiene porqué estar libre. 
— Oh, ¿Tu que sabes? — bajó el tono potente de su voz y sonrío — Es un asesino. 
Torció los labios — Excelente, si eres muy inteligente — confirmo lo que ya había dicho con anterioridad. 
— Y aparte de todo eres toda una muñequita — exclamo con lascivia. 
— Me da asco. 
— ¿Tu todavía no comprendes frente a quien estás verdad? 
Tense la mandíbula y apreté los dientes. Volvió a recorrerme con esa mirada llena de prevención y trono los dientes, trató de acercarse a mí pero está vez lo detuve con un grito agudo y ronco al mismo tiempo. 
— ¡No te me acerques, aléjate de mi! 
— Prefiero que sigas   hablándome de usted, eso me gusta más en una mujer rejega. 
Con la poca fuerza que aún adquiría le propine un empujón, se rio  a carcajada limpia y  fuerte al notar mi esfuerzo por mantenerlo lejos de mi y comenzó a sisear — *Calmantes montes, alicates pintos, pájaros cantantes — y soltó de nuevo esa carcajada turbia y grotesca. 
— Puedes decirme dónde están lo que ellos necesitan o puedes  quedarte callada — se en encogió de hombros — de ambas formas me voy a divertir contigo— Empalmo una sonrisa y  se acercó con belicosidad, me azotó en la pared fría, restregando su cuerpo en mi. Gire la cabeza a la derecha rápidamente para evitar su aliento mientras ejercía presión en mi cadera, tomó mi mentón de nuevo y asquerosamente recorrió desde la sien hasta mi mejilla  su lengua tibia y húmeda, apreté los ojos con repugnancia pura y grité llena de asco e impotencia. 
— ¡Suéltame! — grité con el llanto regado por el rostro producido por  terror combinado con el asco que estaba sintiendo. Siseo de nuevo y comenzaba a pasar su mano libre por todo mi cuerpo. Sollozaba arrinconada, soltando torpes e inútiles manotazos que no le producían ningún tipo de molestia. Suspiró tan fuerte que su respirar había parecido una bofetada. Miró hacia abajo y detuvo su mano y posar la palma en mi estómago. Su aliento agitado y una vena marcada en su sien junto con una iracunda mueca me hizo girar a verlo con furia incrustada en mi pecho. 
*Serena, morena — sentenció con una sonrisa  de esquina a esquina mientras acaricia suavemente mi mejilla húmeda por su saliva — No te preocupes, te voy a tratar lo más humillante posible. Mírate nomás, eres toda una mamacita — dijo con un tono de asquerosa perversión. Los vellos de su barba me punzaban el rostro y me quemaban con la misma intensidad de mi furia. Gire a mirarlo con rabia —  ¿Mamacita? — apenas pude pronunciarlo pues mi voz se escuchaba cortada y pausada. Gesticule un puchero falso y dije — ¿Problemas con mamá? Ya se, te dejo cuando eras un niño, sin mencionar que te golpeaba — me odie por eso, pero una parte de mi me hizo sentirme orgullosa. Su gesto cambio radicalmente rápido y paulatinamente se alejo a mirarme con  incredulidad y hastío. Me propinó una bofetada tan fuerte que caí. Mi cuerpo azotó en el suelo con gran estruendo y solté un alarido horrible. Ni siquiera había tenido la decencia de esperar a que me levantara y me tomo por los cabellos hasta arrastrarme con dirección hacia las patas carcomidas y oxidadas del catre, soltaba patadas de ahogado, gritos de  indignación, y me azotó en el catre para subirse a mi cuerpo con brío. Me tomó por las manos y comenzó a viajar sus labios por mi cuello mientras seguían las patadas al aire. Su cuerpo, totalmente pesado me había paralizado. 
Me soltó, se levantó y me abofeteo de nuevo, me quedé estática, digiriendo ese amargo golpe y el hombre comenzaba al sacarse el cinturón e intentar bajar su bragueta con el cuerpo temblando y el  aliento agitado que despedía asco y terror, acto seguido me quedé estúpidamente estática y del pavor no pude contenerme, sentí como mi pelvis luchaba por contenerse del miedo, hasta que no pudo más, lo único que sentí fue la orina caliente mojarme la entrepierna. El hombre sintió el líquido corriéndome por las piernas hasta empapar sus rodillas, miró el acto con nauseabundo desagrado y se enderezo a quejarse de incómodo. 
— ¡No! — grité  cegada por un coraje vigoroso. Levanté el brazo y arañe su mejilla, lo  hizo molestarse, pues la marca de mis uñas había perdurado en su frente acompañado  de un  tenue color rojo y unas manchas de sangre. Gritó furioso y me soltó una última bofetada que me hizo girar del catre y caer al suelo. Quedé fuera de orbita un momento, arrodillada, con las caderas hacia arriba y  el peso de todo mi cuerpo descansando sobre las rodillas y el pecho, abrí los ojos con  el dolor cesante y pesado en mi rostro y levanté la vista hacia al frente, mi bolígrafo y su escasa tinta me habían nublado la vista y era lo único que ahora podía divisar, lo tome con la mano derecha y apreté fuerte contra mi puño. Escuché de nuevo el bajar de la bragueta de su pantalón, rasgo mi arcaica bata con facilidad y una tira de tela salió disparada por los aires  y tomó mis caderas con ambas manos




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