El Palacio Del Infierno.

.

Mis manos estaban llenas de sangre fresca y aún tibia, fui hasta mi catre y restregué las palmas sucias en la colchoneta de un blanco percudido. El hombre perdía sangre a mares y  un radical mareo me hizo sentirme débil al mirar en carne propia tanta sangre salir de un cuerpo herido. Un charco enorme se intensificaba haciéndose más grande. Me eche en el catre, esperando que alguien viniera y salvará la vida de ese macabro hombre. Quería que viviera ya que de no ser así, su vida se quedaría impregnada en mis manos y su alma y último gesto me atormentarían el resto de mi vida al saber que yo fui capaz de tomar una vida, por más vil y desgraciada que está fuera.  Después de pensar y pensar demasiado, con el gesto tenue, me enderece a mirar al hombre que imaginaba estar moribundo o ya fallecido. El charco de sangre era extremadamente grande, me levanté y mire su rostro pálido. La herida abierta aún despedía sangre con preocupante rapidez. Sus ojos cerrados parecían estar dormidos. Palmee su rostro unas cuantas veces rogándole a Dios que despertara, el hombre levantó las cejas y abrió los ojos con dificultad. Me miró con los ojos cristalinos y ceño fruncido. 
— No se le ocurra morirse — Dije mirando su herida sanguinolenta. 
Tragó un poco de saliva  — Tengo frío — totalmente afónico y un poco entendible. Lo mire profundamente preocupada — Es porque se esta desagrado — Intente alejarme, pero me tomo del antebrazo con la poca fuerza que aún poseía. Gire a mirarlo — Por favor, ayúdame. 
Levante una ceja  — Hace unas horas intentó profanar mi cuerpo, ¿Y ahora me pide ayuda? 
Tragó saliva con intenso dolor — Estás hablándome de usted otra vez — sonrío con amargura — Eso me gusta. 
Con disgusto y los dientes apretados, con una de mis manos presione su herida causando estremecerlo de dolor — No estás en disposición de ser un cínico de mierda, mequetrefe. Te estás muriendo. 
— Yo sé perder...— sentenció con dolor apenas audible — No fue personal, por favor no me dejes morir. 
Lo solté de pronto y su gemido de dolor aún perduraba — Vaya, la súplica de un asesino. Pensé que ellos no lo hacían. 
Empalmo una sonrisa retorcida.

Un asesino iracundo y cruel no es capaz de sentir absolutamente nada que no sea la satisfacción propia de hacer sufrir a su víctima, por lo menos eso es lo que pensaba antes de verlo lánguido en el suelo suplicándome mi ayuda, irónicamente agregando que apenas dos horas atrás estaba por convertirme en una más de sus víctimas, podía decir con todo un retorcido orgullo que estaba teniendo esa escasa oportunidad y tétrico  privilegio de verlo rogarme, pareciendo yo un Dios misericordioso y omnipotente mirándolo desde abajo y por encima del hombro. 
— Yo solo cumplí órdenes, realmente no eres mi tipo 
— ¿Y quienes si son tu tipo? 
Se quedó pensativo un momento disociando, mirando hacia otro lado como si fuera transportado por el odio y misóginos arranques. Sonrió de pronto, me encogí de hombros. 
— Está bien, no me lo digas, te dejaré aquí. 
Me miró lleno de hastío,  con un espasmo de dolor, trono los dientes sin tener otra opción viable más que hablar. 
— He dicho esto tantas veces. 
Arquee una ceja esperando que hablara. 
— Pero lo que dijiste, lo de mi madre; es cierto. Me golpeaba, y después me abandono como a un perro — sentenció con rabia espontánea — todas mis relaciones con mujeres fueron decepcionantes, al parecer yo no era suficiente para esas perras — río — pero ahora, ellas no son suficientes para mi, son como un virus, por eso las asesine, yo solo limpiaba el mundo de porquería. 
— ¿Y si son tanta porquería para ti, porque las violabas? 
Se encogió de hombros — Soy un asesino que le encanta  poder, muñequita — decía casi mudo — Me gusta verlas sufrir, que sea mi rostro de satisfacción lo último que miren, que sepan que yo las voy a matar...— se tomó el cuello casi escupiendo la tráquea por la boca, recobro el sentido rápidamente y continuó mientras yo atenta, escuchaba perturbándome — Que sepan que en mis manos está su vida. 
Lo mire sin ningún gesto. El rostro neutro, lo desconcertó y borro su sonrisa al notar que su confesión no había hecho ningún efecto negativo en mi, pero era mentira, por dentro estaba desconcertada y petrificada — Mírate, no estás asustada. 
— Y eso te molesta, ¿No? 
— Si. 
Suspiré — He visto y oído tantas cosas aquí. Cualquier cuerdo que haya entrado a este lugar se convertiría en loco instantáneamente. 
— ¿Y tu como te consideras, muñequita? 
— Más cuerda que nunca — Trate de convencerme a mí misma. Mire a la nada y rápidamente reaccione a la fluida pero lúgubre charla — Entonces, ¿Cual es tu tipo de mujer? — repetí 
— Pelo corto, ondulado hasta la orejas, oscuro,  tez blanca, ojos grandes y marrones, nariz pequeña y labios gruesos. 
Me sorprendió la descripción tan precisa y detallada sin mencionar que respondió rápido, sin pensarlo demasiado y sin titubear, como si eso fuera  lo único que tenía grabado en su cabeza 
— ¿Por qué tan específico? 
— La apariencia de mi madre. 
— ¿Es como una venganza? — pregunté. 
— No, no es como una venganza — corrigió — ES una venganza. 
— Pero ellas no eran  tu madre — levantó el rostro como si me estuviese retando. Apreté la mandíbula y embozaba una sonrisa retorcida acompañada de una mueca de dolor— Todas las mujeres me trataron como una basura, y tú eres un claro ejemplo de eso. Mira como me has dejado. 
— Solo me defendí. 
— Ninguna pudo defenderse antes. 
— Siempre hay una primera vez. 
— Creaste un tipo de inmunidad conmigo, te felicito, muñequita. 
Nuestra conversación era fluida y rápida, tomé aire, sentí que ese mismo aire que producían mis pulmones se colapsaba y no era suficiente para mi 
— Lo repito, no es personal. Solo obedecí  — revolotee los ojos con fastidio y respondí —  Cumpliste las órdenes de alguien tan loco como tú. Una de nosotros. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.