El Palacio Del Infierno.

Parte II; El Cadillac Negro.


Confundida y con dolor de cuello, me levanté con rapidez a darme un baño y a paso veloz salí corriendo al trabajo.
Llegue a mi escritorio casi a tiempo y Mario llegó saludarme sonriente.  Estaba aún somnolienta que no ponía atención a mi entorno pero Mario seguía hablando y mi cabeza no procesaba sus palabras. El jefe apareció apurado como siempre y sonreí al pensar si ya me tenía una respuesta, corrí con prisa ignorando por completo a Mario y llegué a su lado dándole los buenos días.
—Riquelme — Me saludo arqueando una ceja al mirar mi desalineada imagen y cabello mojado.
—Día apresurado, señor — Dije entre dientes al notar su mueca  al mirarme.
—Entiendo.
—Quería saber si ya me tiene una respuesta.
El me miro con el entrecejo arrugado y con el bigote fruncido después recordó todo y dijo — ¡Oh, si! El manicomio.
—Si… — Conteste algo desanimada.
—Eh… se me está complicando, tenga paciencia.
—Si, entiendo pero ¿Mientras que hago yo?
Pensó unos momentos y llegamos a su oficina — Puede ayudar a Ferreira.
Mis cejas se juntaron — ¿A Mario? ¿En que podría yo ayudarle a Mario?
—Ferreira está a cargo de  entrevistar  a unos cuantos actores, debo decir que es su mayor logro en lo que lleva aquí trabajando. Puede ayudarlo  fotografiar el momento. Se le dará sus respectivos créditos, por supuesto.
Mi rostro mostraba indiferencia y Dueñas lo noto.
—Si no, puede investigar en algunos hospitales,  seguro social, que se yo.
Sonreí dispuesta y accedí, di las gracias y salí corriendo, tome mi cámara y tome el primer taxi. La cuidad era enorme y tediosa llena de edificios altos y grandes, e iglesias de construcciones colosales.
Como era de esperarse no fue fácil acceder a los hospitales pero pude hacerlo. Unos cuantos doctores y enfermeras me hablaron de lo que habían escuchado sobre la castañeda, y otros simplemente juraban no saber sobre el tema.
Saliendo del último hospital ya habían dado las tres de la tarde y mi hambre se hizo presente. Me quedé parada en la acera transitada de personas que iban y venían sin detenerse de ambos lados; Una idea repentina estaba taladrándome la cabeza. Me encontraba mirando hacia a ningún lugar.  Si Salvador Dueñas no conseguía  la visita al manicomio todo se iría abajo y el ir por mi cuenta en ese momento se disparo de mi cabeza tan fuerte como un balazo. Fui a dar de bruces contra el suelo, mis rodillas se rasparon y sucumbieron ante el pavimento.
—Mil disculpas — La voz de ese hombre me sacudió la cabeza y mire hacía arriba.
—No, esta bien. No debí detenerme en medio de tanta gente.
El sonrió y me ayudó a levantarme, me entregó mi libreta, lápiz y le sonreí con agradecimiento — ¿Eres periodista? — Pregunto mirando la cámara alrededor de mi cuello. Sonreí — ¿Se nota mucho?
—No mucho — Embozo una sonrisa. Portaba un traje negro, corbata roja, camisa blanca y una placa colgaba de su cuello.
—Yo soy policía — Dijo al notar que miraba su placa — ¿Se nota?
—Si — Conteste y sonreí de nuevo. Suspire — Bueno… adiós.
Di vuelta y mientras caminaba con lentitud otra idea absurda se disparo en mi cabeza, me detuve y gire al lado contrario — ¡Oye! — Brame. El sujeto giro y llegue hasta el.
—Eres Policía — Afirme lo antes ya mencionado.
—Si…— Contesto con  ceño fruncido.
—¿Sabes en donde queda el hospital psiquiátrico la castañeda?

El me miro con cautela asintió con la cabeza.
—¿Puedes decirme cual es la dirección?
—Puedo llevarte si quieres — titubeo
Yo lo mire con cautela y lo pensé lo varios segundos, no podía subir al auto de un extraño. Un escalofrío me  recorrió la espalda y conteste — No, gracias… sería muy amable de tu parte si pudieses darme la dirección y… también quería saber si tu como policía sabes algo sobre este tema.
El se metió las manos a los bolsillos y suspiro — ¿Sobre la castañeda? Se saben muchas cosas… — Contesto titubeante.
—¿Qué clase de cosas? He oído sobre el maltrato al los internos, ¿Es verdad?
—En todos los manicomios se les trata mal.
Al no tener respuesta fija, revolotee los ojos y me libere límite a mirarlo y preguntar. Solté un suspiro.
—Bueno, ¿Me puedes dar la dirección, por favor?
El hombre suspiro — Mira, si me dejas llevarte, yo puedo decirte algunas cosas que se sobre el tema.
El chantaje del hombre comenzaba a perturbarme, el afán de querer acompañarme me estaba inundando de desconfianza pero al mismo tiempo me llenaba de curiosidad la información que me prometía si accedía, suspire sin mucho que más hacer y asentí con la cabeza — Esta bien.
Sonrió triunfante  — Vamos.
Me cedió el paso y giro con dirección a la izquierda, llegamos al estacionamiento cerca del hospital.  Un Cadillac Eldorado negro del año, sin techo y  con llantas negras con cara blanca. Me abrió la puerta invitándome a entrar. Me quedé parada en el auto, pensando si ya era muy tarde para  arrepentirme, deje de lado mi mal pensamiento y subí al auto. Cerró la puerta al instante subió el y arrancó. 




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