El Palacio Del Infierno.

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El sujeto estaba vestido con traje gris y una corbata negra con gafas redondas mirándome con detenimiento, me había negado a recostarme en el sofá y lo Intercepte  los ojos con detenimiento  al igual que el a mi, pero su miraba me incomodaba a un grado extremo y baje la mirada nerviosa. Ya habían pasado los días en los que estaba yendo a di consultorio diario para que me diese un diagnóstico rápido, trataba de recordar lo que un enfermo mental padece y se comporta. 
— Me estoy volviendo loca — Afirme con los dedos entrelazados unos con otros. Tenía tanto miedo que  miraba al suelo de madera de color marrón. El río con sinceridad sin intención de molestarme, pero lo hizo — No, no lo creo — Respondió dejando de lado la libreta a rayas en el mueble a su izquierda. 
Levanté la cabeza y lo mire algo molesta — ¿Por qué no? 
El se inclinó hacia adelante — Porque una persona que en verdad está loca jamás aceptaría que lo está. 
Yo lo mire, me había dejado muda, carraspee la garganta y frotaba mis manos en las piernas. 
— ¿Qué te paso en la frente, Victoria? — Pregunto interesado y trague saliva. Pensé en alguna estrategia para engañarlo, si así pasaría iba a convertirse en una meta personal para mi; Como una genio en engañar a un psiquiatra. Sonreí, emboce unas sonrisa sincera y nada falsa a mi parecer, sonreí, sonreí y no paraba de sonreír — No se — dije sin cambiar el semblante de mi rostro. 
El psiquiatra suspiro — ¿No lo sabes? 
— Me azote contra el espejo que tengo en casa — Conteste apenas se me había ocurrido. 
Levantó una ceja — ¿Por qué lo hiciste? 
Me quedé callada, estaba en blanco y no sabía absolutamente nada que contestar, quite la sonrisa de mi rostro y lo mire con nerviosismo, no sabía que contestar, el hombre se quitó las gafas y las sostuvo en su mano izquierda. 
— ¿Escuchas voces, Victoria? 
Esa era una pregunta exquisita. Me había iluminado la mente otra vez y rápidamente recordé lo que Marcela me había dicho el día anterior. 
— Si… — Conteste en voz baja. 
— ¿Qué te dicen? 
Suspire — Muchas cosas… 
El hombre aún seguía con las gafas en la mano y entrecerró los ojos atento — ¿Las voces te dijeron que te azotaras contra el espejo? 
Lo mire con cautela,  me estaba analizando con detenimiento y no dejaba de verme a los ojos y las facciones que mi rostro reflejaba. 
— Si, las voces me dicen que me lastime. 
Tomó su libreta y comenzó a anotar en ella — ¿Qué pasó con tus rodillas, Victoria? — Pregunto. Baje la cabeza y mire dos moretones grandes en mis rodillas. Levanté la cabeza a mirar hacia la nada y la escena donde fui a dar de bruces contra el suelo y conocí a Ricardo me paso por la mente. 
— Me caí… — Sentencie no muy segura y Ricardo seguía en mi mente. 
— ¿ No me estas mintiendo, Victoria? 
— No… — Comenzaba a analizar ese momento de incomodidad, me levanté enseguida y lo mire nervioso — Me tengo que ir — Conteste inundada de miedo. Fui hacia la puerta y tome el picaporte, había dejado mis datos escritos en la planilla que me había entregado cuando ingresé a su consultorio, me tome la frente que comenzaba a punzarme con dolor y lo mire antes de salir. 
— No es estoy loca — Le dije. El me sonrió y dijo — Creí  que si. 
Yo baje la mirada aún más nerviosa y no conteste absolutamente  nada. Gire el picaporte y salí de ahí. Respire el aire puro de la cuidad y me dirigí al subterráneo para llegar a casa. 
Me temblaban las manos y me lamentaba el no haber podido enfrentar al psiquiatra, llena de impotencia abrí la puerta de mi departamento y lance contra el muro mi bolso, pensé en que podría ser útil destruir todo a mi departamento. Mire la foto que había tomado de la castañeda y apreté los ojos, la tome y la rompí en pedazos, lance todo lo que se me atravesaba en el camino destruyéndose por completo a impactarse contra los muros. Fume un cigarrillo y fui derrotada a dormir. 
A la mañana siguiente el timbre de la entrada chirriaba una y mil veces que me levanté con fastidio. 
— ¡Ya voy! — Eran las nueve de la mañana y maldije por lo bajo. Abrí la puerta con brío y Mario estaba en la entrada con un ramo de rosas rojas en las manos. Hice una mueca en el rostro — Mario — Dije con los ojos adormilados. 
— ¿Qué te pasó en la frente? 
— ¿Qué haces aquí?  — Pregunté evadiendo. 
Mario me miraba como un chiquillo emocionado y sonrió — Vine porque quería saber como estabas. 
Bufe y abrí la puerta de lleno para que entrará. Mario entró detrás de mi y al ver mi departamento  desordenado y destrozado me miro sin poderse explicar que había pasado — ¿Tuviste una fiesta? 
— Si — Conteste fingiendo. 
— Vaya… se salió de control un poco. 
—  Mario, no te ofendas pero necesito dormir 
—  Disculpa la molestia, estaba preocupado. 
— Estoy bien, ¿No tienes que ir a trabajar? 
— Pedí permiso para entrar una hora después. 
— Estoy bien, Mario de verdad — Mario suspiro. 
— Bien — Contesto derrotado — Me voy entonces 
Mario se acercó y me planto un beso en la mejilla, me entregó el ramo de rosas y salió de mi casa sin decir mas. 
Deje de lado las rosas, tome el teléfono y marque ocho dígitos, espere y Marcela contesto del otro lado — ¿Bueno? 
— Marcela, necesito que me ayudes — Dije suplicante. Marcela se quedo en silencio detrás de la otra línea,  carraspeo la garganta. 
— ¿Qué pasó? — Pregunto preocupante. 
— ¿Podemos desayunar juntas? — Marcela confirmo y colgué,  Me vestí aprisa y salí corriendo a encontrarme con mi hermana en una cafetería en paseo de la reforma. Marcela estaba desesperada sentada frente a la mesa con un café en esta. Llegue a prisa y Marcela me interceptó con la cara crispada — ¿Qué te paso en la frente? — Dijo abriendo los ojos como platos. 
— Nada — Conteste de pronto torciendo la boca — Marcela, necesito que me acompañes — Ella me miro con el ceño fruncido y se levantó con lentitud — ¿A donde? — Pregunto. 
— A… consulta — Conteste evitando mirarla. 




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