El Palacio Del Infierno.

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Mi letargo poco a poco comenzaba a terminarse pero aún el cuerpo no mostraba ningún cambio a la paralización que había sido sometido, mis ojos se abrieron con lentitud y estaba  tirada sobre la camilla con las extremidades aún atadas a cada esquina, la camilla andaba por un pasillo que creí que nunca tendría fin,  la camilla corría tan rápido  que sólo veía las lámparas del techo pasar ante mis ojos como estrellas fugaces pero con una luz tan potente que me lastimaban la vista y me palpitaba  la cabeza. Una lagrima pesada salió de mi ojo derecho y empapo mi sien. 
Conforme la camilla corría por el pasillo mí cuerpo recuperaba movilidad. Trate de zafarme y gemí de  impotencia — ¡Ya suéltenme!— Grite con la voz temblorosa y la camilla se frenó con brío. Solté un suspiro de terror al no saber a donde me dirigían y que era lo siguiente en hacer conmigo. Seguía moviéndome de un lado a otro dando intentos nulos por intentar soltarme, el sujeto vestido pulcramente de blanco sonrió burlón y dijo — Si no dejas moverte no te soltare — Dicho esto, lo mire a los ojos derrotada y segura de mi próximo pensamiento que deje escapar lentamente, me quedé quieta y el sonrió triunfante, desató mis muñecas primero y sentí que se tardaba años en liberar mis tobillos. Mis extremidades tomaron un tono rojizo y una línea de sangre goteaba con debilidad de una de las heridas de mi muñeca que las correas me habían causado. 
—    Levántate — Me ordenó y desesperadamente me levanté para mirar en donde estaba metida. Un mareo me atrapó al levantarme tan rápido que quede sentada en la camilla con los pies colgantes. Mire a mi alrededor y estaba en una especie de salón con las paredes blancas pero  con manchas amarillentas y el olor a cloro y  alcohol  me había invadido la nariz. Un miedo inverosímil me había dejado sin moverme y todo se había quedado en silencio que sólo podía escuchar mi respirar agitarse más. Había una lámpara que parpadeaba con luz débil   en el techo y un estante de  color crema en una esquina. Se escuchó el tragar de mi saliva y sentí el impulso que tomaron al tocar mi espalada y seguidamente empujarme y caer dolorosamente al suelo con los pies descalzos y expuestos al suelo frío y sucio,  los hombres se fueron llevándose la camilla con ellos dejándome encerrada y desconocida a todo mi alrededor. Después de minutos tortuosos se abrió la puerta y dos enfermeras adornaban el umbral de la puerta, el gesto de estas era serio y me carcomía el interés, se acercaron tan rápido que comenzaron a querer desvestirme — ¿Qué están haciendo? —Pregunté con la voz a punto de romperse en llanto.  Y mientras que una con belicosidad me sostenía, la otra quitaba toda mi ropa hasta quedar en completa y vergonzosa desnudez. Me hicieron caminar por el largo y lúgubre pasillo delante de ellas, enseguida de escuchar gritos desconcertantes y risas tétricas, miraba de un lado a otro buscando de donde salían esos sonidos tan horribles mientras cubría con las manos mi desnudez. 
La enfermera me tomo del antebrazo y me metió a otro cuarto más pequeño con azulejos sarrosos, olor a humedad, el techo cuarteado y poca luz. Me colocaron de espalda contra ellas pero gire a enfrentarlas, de pronto y sin verlo venir, una balde de agua helada  se me había enterrado en el cuerpo, dolió tanto que lo compare  a una puñalada en la espalda, mi cuerpo comenzó a temblar y mi ahogo espontáneo acabo, lleve mis manos a tallar mis ojos y gritar desesperada, llena de fastidio —   ¡¿Qué chingados hacen?! — Las enfermeras me miraban con gesto neutro, una de ellas se acercó a mi y me  lanzó un puño de jabón en polvo en la cabeza, puso sus manos sobre mi cabello que comenzó a  tallar con tal fuerza que creí que en cualquier  momento mi cuero cabelludo se desprendería de mi cráneo,  el jabón en polvo era para lavar vajilla y comenzaba arder en la  cabeza, después de esto otro balde cayó sobre mi enjuagando la espuma, la enfermera miro mi cabello y se dirigió a la otra — No hay piojos— Exclamó al levantarse. 
—¡Ya déjame! —Grite eufórica sin dejar de cubrir mis pechos ni un solo momento. Caí en el suelo exponiéndome al suelo mojado y helado, Me tallaron con fuerza el cuerpo que mi piel torno roja. El último balde de agua fue el que dolió más. Me levantaron con fuerza y me sacaron de ahí directo  al anterior  cuatro, volvieron a ponerme mi ropa interior que solía traer puesta antes y me hicieron ponerme una bata blanca traslucida y  percudida con olor a viejo, al  momento de tener contacto con mi piel, esta se mojó por completo. Aún con el cabello chorreando de agua y hecho nudos, las enfermeras se fueron, seguidamente los hombres de dos metros aparecieron de nuevo y cada uno  me tomo de un brazo sacándome de ahí mientras soltaba manotazos, me pusieron frente a una cámara ya pasada de tiempo — No te muevas — y el hombre me amenazó con el dedo índice señalándome la frente. El flash me aturdió un poco y los sujetos volvieron a ordenarme caminar bruscamente hacia una puerta con un letrero deteriorado que decía “Rectoría” abrió la puerta con brío y me hizo entrar con fuerza. Cerraron la puerta y en un escritorio de madera vieja estaba un hombre con una bata blanca, lentes cuadrados y un cigarrillo en la mano izquierda mientras que en la derecha portaba un papel. El hombre dejo descansar el cigarrillo en un cenicero y se acercó a mi con una lámpara médica, abrió mi ojo e impactó la luz sobre este. Tomó los papeles de nuevo y dijo con voz grave dirigiéndose a los hombres — Miranda Victoria Riquelme Narváez,  veintidós años de edad — Rio burlón — Cada vez nos traen mas jóvenes — Los hombres de blanco rieron — Presenta cuadro de esquizofrenia y autoflagelación — Yo quedé en silencio y prosiguió hablando — Es pencionada. Ya saben a que pabellón llevaría, ¿No? — Y terminó dando media vuelta. Los hombres asintieron con la cabeza y volvieron a tomarme con agresividad de los brazos — ¿A dónde? — Pregunté temblorosa pero ellos ni siquiera se molestaban en mirarme. 
Esta vez me resistía y provocaba mas dificultad a los hombres en mantenerme quieta pero no duro mucho y me llevaron a otro sitio lejos de ahí. Abrieron una puerta de metal y como si fuese un costal de papas me arrojaron dentro de un lugar sin luz y un catre de metal con la sábanas percudidas. La ventana era pequeña y estaba resguardada con varillas de metal por dentro. Caí de rodillas y cerraron la puerta con llave. Me levanté y caí en la cuenta de en donde estaba, mis pensamientos se habían alborotado, mire por la ventana lo oscuro de la noche y   sólo pude pensar en voz baja 》Ya estoy adentro《 




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