El Palacio Del Infierno.

Parte VI; Malagueña.

 


La sensación de acaloramiento y ardor que provocaba el algodón y alcohol contra mis  muñecas heridas comenzaba a fastidiarme, gire la cabeza a interceptar a María. Era una enfermera joven con la piel blanca y pecas invadían parte de sus mejillas, un color tenue en los ojos y unos rasgos finos — Pronto sanaran — Dijo metiendo la mano a uno de sus bolsos de su brillante uniforme blanco. Sonrió con sinceridad y me moje los labios secos con la lengua al mirar sacar vendas del bolsillo ya mencionado — ¿ A quien se refiere? — Pregunté de pronto.
Frunció el entrecejo y me miro a los ojos con profundidad — ¿Quién?
—Magdalena, ella habla de satanás y señala allá adentro  — Respondí con rapidez. Ella arqueo una ceja y apartó la mirada de mi, poniendo  atención de nuevo al procedimiento del vendaje de mis muñecas — Esta enferma, son delirios.

Entrecerré los ojos con la curiosidad invadiendo cada parte de mi cuerpo, suspire con fortaleza — Tú… eres enfermera — Afirme lo obvio. María sonrió mostrándome su dentadura — Que inteligente — Contesto en tono inocente e ignorándome, como si fuese una mujer que sólo estaba diciendo incoherencias debido a su trastorno.
—No — Exclame jalando mi muñeca de su agarre — No me trates como los demás, yo no estoy loca
Al escuchar la fuerza con lo que dije aquellas palabras me miro insólita y trago saliva cautelosa. Tomó mi otra muñeca y paso a vendarla. La arcaica tela de la venda estaba manchada y supe que era de baja calidad al sentir lo áspero de sus textura,  provocándome incomodidad y comezón. Revolotee los ojos con incordio — Afirme que eres enfermera, de las buenas… y quiero pensar que puedes distinguir a una persona realmente trastornada a una que no tiene absolutamente nada y se encuentra igual de  lucida que tu.
Trago saliva — Supongo.
—No supongas. Afírmalo — Conteste casi ordenándole. Dejo por fin mis muñecas ya vendadas no sin antes colocar dos ganchillos en cada una para sostener la venda enredada en estas — Si.
—Entonces mírame y sabrás que no tengo nada.
Ella me dedico una mirada diferente y dijo — Lo supe desde que llegaste a este lugar. Lo que no se es la razón — Se levanto y saco un pasador para el cabello, lo introdujo en su cabeza acomodándose la cofia chueca. Marcela vino a mis pensamientos de repente — Puede ser que alguien se haya cansado de ti y te ha venido a votar aquí como si fueses cualquier cosa, como el viejo de allá — Giro los ojos con cautela, hice lo mismo y un hombre de edad mayor posaba en una banca mirando las nubes con una sonrisa impecable y una guitarra vieja en las manos. Sus dedos pasaban por las cuerdas provocando una melodía que me había hecho regresar el tiempo a cuando era apenas una chiquilla — O te has quedado sin familia y sin hogar, quizá eres  una delincuente o  alguna depresión pasajera.
—Nada de eso — Conteste sin dejar de mirar al anciano.
—Bueno,  vas a contármelo un día de estos, porque créeme, estas  en la boca del lobo y está cabrón que salgas de aquí — Gire a mirarla con desdén, me dio la espalda y camino hasta la entrada.
—Ah — Exclamó y se detuvo en seco — Se refiere  a Soledad — Espetó, mi rostro se torno serio — Para Magdalena, Soledad Saavedra es el mero demonio. Subí una ceja llena a interés mientras María se marchaba.
Tome aire y dirigí mi mirada al cielo, a apreciar la naturaleza que apenas podía apreciar dentro de aquella estructura arquitectónica  colosal. Los internos iban y venían de un lado a otro con sus sucias  batas. Estaba desesperada y pedía a gritos internamente comenzar a escribir ya mi primera experiencia dentro de la castañeda, pero la impotencia me invadía, no tenías en donde plasmar mis ideas y entonces sentí que tenía el deber de hacer público este  ultraje. Necesitaba una cámara, mis ojos no podían  ser los únicos en ver todo ese asqueroso campo de maltrato.
El sonido de las cuerdas crearon una  taciturna y nostálgica melodía la cual recordaba a la perfección y me hacia sonreír amargamente. El hombre mayor tocaba la guitarra como si  vida dependiera de ello, se aferraba a ella como un moribundo a la vida. Cada partitura, cada acordé  era perfecto como si ya fuera parte de si y una voz profunda entonada y melódica con  la cual me había quedado atónita   mirándolo, prestando atención a tal obra de arte frente a mis ojos.

 

“  Dicen que no comía
Nomas se le iba en puro llorar
Dicen que no dormía
Nomas se le iba en puro tomar
Cuentan que el mismo cielo
Se estremecía al oír su llanto
Como lloro por ella
Que hasta en su muerte
La fue llamando
Ayayayay, lloraba
Ayayayay, reía
Ayayayay, cantaba
De pasión mortal, moría
Que una paloma triste
Muy de mañana le iba a cantar
A su casita sola
Con sus puertitas de par en par
Cuentan que esa paloma
No es otra cosa mas que su alma
Que todavía la espera
A que regrese la desdichada
Cucurrucucu paloma
Cucurrucucu no llores
Las piedras jamás, paloma
Que van a saber de amores
Cucurrucucu, cucurrucucu
cucurrucucu, cucurrucucu
Paloma, ya no le llores…”




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