El Palacio Del Infierno.

Parte VII; El Pabellón De Los Estúpidos.

24 De Abril, 1957_La  Castañeda, Ciudad De México.


“ Por puta”  Me había dejado pensando en aquella frase y me estaba  sacado de quicio, ¿Por qué una mujer como esa estaba internada?
Me encontraba  recostada en la cama, ya me habían llevado al pabellón con los otros. El lugar  olía a orina y sudor, aquel olor Fétido estaba impregnado en el aire tan vigorosamente que en momentos de locura pensé que sería mejor dejar de respirar. Todos estaban dormidos, tan pacíficamente que parecía que era un lugar donde se respiraba la calma, miraba al arcaico e insípido  techo cuarteado, faltaba poco para que se derrumbara  en pedazos encima de mi. Estaba tan desesperada por escribir que no podía controlar el ataque de ansias por fumar un cigarrillo, tomar mi bolígrafo y escribir todo lo que estaba pasándome en ese momento. Bufe de fastidio y cerré los ojos tratando de conciliar el sueño e inverosímilmente sucedió hasta al día siguiente que desperté y Soledad estaba parada en el umbral del pabellón y detrás de ella German el mudo, Soledad portaba un cinturón de cuero en la mano tomado por la hebilla, tan rápido como la intercepte me levante de la cama con brío. Temblé al pensar en que haría con el cinturón atado a sus manos. Dejo caer la hebilla en el suelo causando eco y camino por el pasillo arrastrando el cinturón gritando con lozanía, acribillando a cada uno de nosotros como si nos tuviese odio, un odio incriminantes que quería saciar maltratando a cada uno. La mire con incordio y retándola volví a recostarme en la cama. El sonido que causa el cinturón al colisionarse con fuerza violenta contra la piel desnuda se escuchó de fondo junto con los alaridos anunciando dolor ardiente de aquella persona carente de fuerza de voluntad, cerré los ojos y los apreté con fuerza para no girar a ver la escena de violencia que estaba en vivo a mis espaldas.
Apretaba con las manos  el remedo de sábanas amarillentas. Los golpes con el cinturón cesaron y abrí los ojos con lentitud, al subir la mirada, ella estaba parada frente a mi con firmeza y el mudo Germán detrás de ella.
— Levántate — Ordenó con la voz  firme, imponiendo su voluntad acariciando  el cinturón con las manos. Yo la mire con ojos asesinos y me quede sin mover ni un músculo — Si no té levantas, te quedarás sin desayunar.  Sonreí burlándome mostrando mis dientes y seguí sin moverme. Ella bufo igual a un toro ofendida y en un abrir y cerrar de ojos mi espalda ardió de un golpe sonoro que me propinó  con el cinturón. Grite con dolo y Germán me levanto  de un solo tirón de mi brazo. El golpe pasado de mi labio pálpito y al abrir la boca para gritar volvió a sangrar. Germán el mudo me giro a quedar mi espalda frente a Soledad y soltó unos cuantos golpes más, ardientes incesantes y dolientes que sentí que me desmayaría. Una lágrima de dolor viajó rápido por mi mejilla, no tenía fuerza en las piernas, sólo estaba de pie por porque Germán me tenía  sostenida y cuando  me soltó, mi cuerpo se impacto en el ajado suelo. Ya ahí, ella se colocó en cuclillas y de su bolsillo del traje de enfermera saco una píldora de color insípido y me dijo – Abre la boca – Negué con la cabeza sin dejar de matarla con la mirada.  Con belicosidad, tomo mi mentón, con la mano apretándome la mandíbula me introdujo la píldora a la fuerza. Abrió los dedos soltándome el mentón y me gritó — ¡Trágatela! — la retuve debajo de la lengua y trague saliva con embuste para hacerla creer que me la había tragado. Germán me levanto jalándome  el antebrazo y me llevo hacía atrás, a la entrada del  jardín y con brío me lanzo hacia afuera cayendo al césped. Me levanté con rapidez caminado un área despejada y escupí con arcadas la píldora que había amargado la garganta. Seguía con arcadas y escupiendo la saliva acumulada,  junto con unas lágrimas de esfuerzo. Pronto me alivie y limpie mi boca con el dorso de la mano, carraspee la nariz y boca, y camine por el césped tratando de ignorar el dolor ardiente en la espalda, con la cabeza hacia abajo jugando con mis manos. Mi cuerpo colisiono con otro frente a mi, levante la mirada y la mire con hostilidad y desagrado, ella, con una ceja arqueada y mascando con la boca abierta, me sonrió grotescamente. Con rapidez recordé su rostro — Malagueña Salerosa — Dijo sonriendo en mofa  sin ningún cuidado en un tono cantor y con los brazos extendidos — Uy — Exclamó — Parece que te echaste una buena plática con Soledad. ¿Verdad, malagueña?
— Se me olvidó tu nombre — dije con frialdad y  los ojos entrecerrados. Ella se rio con fuerza y dijo — Trinidad, Rosalía Trinidad.

Yo levante la ceja sin mucha importancia, suspire y la mire con detenimiento de pies a cabeza. La mire a los ojos y ella a mi — ¿Por que estas aquí? — Pregunto.
— ¿Tu por que estas aquí? — Espete con insistencia.
— Ya te lo dije, malagueña.
— No me digas así — Ordene.
— El viejo Gilberto te ha cantado esa canción, no tardarán mucho en decirte así todos.




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