El Palacio Del Infierno.

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Había parecido en un eterno sueño. Un pensamiento tan lúgubre y pesado que parecía un mal sueño, quería despertar, comenzaba a sentir miedo, pero ya sabía de lleno que mi boca era bastante impertinente cuando escupía palabras enfrentándome completamente hacia la mentira y que probablemente me lo había merecido.
 

La asquerosa mentira que hacia al mundo girar y quedando por debajo del suelo a la verdad que era difícil sacar del fango.

Pareciese que tenía los ojos sellados, con todas la intenciones de abrirlos e interceptar lo que fuera que estuviera frente, pero la impotencia se había apoderado de mi. Un sueño perturbador estaba llevándome a mis límites del miedo, era inverosímil pero al mismo tiempo aterrador lo que tú mente era capaz de crear en un sueño, poniendo atención solo un poco a lo poderoso que es la mente solo nos daríamos cuenta que lo demás, lo de afuera es insignificante comparado con la mente.

"Nada es lo que parece, ¿Verdad, hija mía?

Te lo dije, Victoria. ¿Qué pensaste? ¿Qué por ser una periodista y estar en este tétrico lugar no te tratarían igual que los demás?

Te equivocas. Los que triunfan en esta vida son aquellos que ante los acontecimientos que saben que son falsos prefieren dejarlo todo como está y seguir adelante con eso, porque saben que la verdad es peligrosa si sale a la luz. Todo es mentira, y si no es mentira es verdad a medias. No eres la excepción, Victoria. ¡Despierta ya! El mundo que quieres solo está en tu cabeza, no eres nada en el medio. Tu lugar está en una casa, siendo la mejor esposa de todos, teniendo hijos a los cuales les dedicaras toda tu vida, dedicación y cariño para después darte cuenta que esos ingratos perversamente te responderán abandonándote para al final quedarte sola.

¿Una periodista mujer? JAJAJA. Eso no es lo peor, lo peor es tu ambición que te ha llevando a internarte en un manicomio. No eres tan lista como crees, pensaste todo a detalle para entrar, pero no para salir. Dime, ¿Cómo saldrás? ¡DIMELO!"
 

Desperté de un salto, con el sudor recorriendo me las sienes, los ojos lastimados y lánguidos de tanto estar cerrados por fin habían vuelto en vida. Mi madre se había desvanecido en cuanto abrí los ojos, desubicada por un instante había olvidado en dónde me encontraba y con lentitud el adormecimiento de mi cuerpo comenzaba a irse. Una luz me impactaba en todo el rostro, me lastimaba las pupilas y sólo podía escuchar el sonoro sonido de mi respiración agitada haciendo eco por todo el lugar al cual comenzaba a poner atención mientras un ardor me presionaba las muñecas y tobillos, miré hacia todos lados. Era una sala de operaciones ajada y sucia, que despedía un olor a cloro junto con alcohol etílico que comenzaba a ponerme de nervios. Hice un trato fallido al querer levantarme de la plancha de metal frío en la que estaba acostada pero estaba atada de nuevo con cinturones desgastados y hebillas de metal oxidado incrustadas en las muñecas y tobillos por la presión que habían ejercido en ellos. Me estaban asfixiando las extremidades con un dolor pesado que con lentitud me desgarraba la piel. Cada intento por zafarme era una herida sumada a mi cuerpo. Con las muñecas mojadas con mi sangre, el miedo súbito e intenso comenzaba a subir de tono.

- Sáquenme...quítenme estas cosas - Susurraba con la voz tambaleante y asustada colmada de desesperación pura - ¡Ah! - Exclame de dolor, apreté los puños al sentír mis muñecas frías y tornarse de un tono púrpura.

- ¡Sáquenme! - Grite con las lágrimas saliendo de mis ojos y muriendo en mi cuello. Ambas puertas se abrieron de par en par con belicosidad. Sonriendo con malvado placer la jefa de enfermeras me miraba con tal regocijo que me hacía morir de terror. Detrás de ella, El mudo caminaba con lentitud.

Se escuchó el tragar amargo de mi saliva y la mire con ojos asesinos.

- Desamárrame - Ordene con un hilo de voz. Soledad quitó su sonrisa y abrió los ojos como platos fingiendo sorpresa.

- ¡Mira nada más, Germán! - Exclamó - La malagueña está llorando.

El mudo sonrió, yo apreté los ojos.

- Así te dice el viejo, ¿No?

- Cállate.

- Fue un detalle tan lindo partirle la madre a los hijos de ese viejo loco, pero no va lograr nada.

- ¡Las correrás me está lastimando! - Vocifere, pero solo logré como respuesta una bofetada.

- Desamárrala, mudo.

El asintió y lo hizo. Me desato con tanta agresividad que mis muñecas y tobillos habían sufrido un daño más.

- Acuéstate boca abajo - Me ordenó.

- Me quiero ir.

- ¡Que te acuestes boca abajo, te digo!

Germán se acercó a mi con severidad, di unos pasos hacia atrás y coloque las palmas de las manos entre el y yo. Obedecí con enfado y con desdén y confusión, me coloque boca abajo en la plancha, teniendo contacto rápido de mi piel tibia contra la lámina sucia y fría, erizándome el dermis rápidamente.

Germán puso todo su peso en mi espina dorsal dejándome adolorida e inmóvil y Soledad me ato por tercera vez.




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