El Palacio Del Infierno.

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Yo asentí y Rengo se dirigió detrás de mí a maniobrar la silla llevándome hasta adentro, pero comencé a preocuparme al darme cuenta que habíamos dejado atrás el comedor.
- ¿A dónde me llevas? - pregunte hecha un recelo de mosqueo y hastío. Pasamos por el lúgubre pasillo y llegamos a la sala de operaciones donde me habían dado la terrible tunda con el fuete.
- ¿Qué hacemos aquí?
- Te...tera...pia
- ¿Terapia? - Pregunte con el ceño fruncido - ¿Cuál terapia? ¡No! Yo no tengo ninguna terapia, ¡Regrésame a dónde estaba!
Rengo negó con la cabeza como si de un chiquillo de cinco años se tratara. Soledad entró por la puerta junto con María, el mudo y otra enfermera.
- Levántate - Me ordenó.
- No puedo - murmuré.
- ¿Qué dijiste?
- ¡Que no puedo! - Grite. Entonces intervino Mudo que con brío tomo mi silla y me empujó fuera de ella. Caí al suelo, rugí de dolor ya que las heridas de mis pies aún estaban latentes, las vendas ensangrentadas se habían ensuciado con el fétido suelo.
Al observar con atención frente a mi, había una tina de lámina vacía. Gire rápidamente a mirar a Soledad, la cual ya portaba en las manos un termómetro y una planilla para escribir. María y Mudo habían salido por un momento.
- ¿En donde estoy? - Titubee pero ya sabía perfectamente en dónde me encontraba
- Quítate la bata.
- ¿Cómo? - pregunte mirándola desde arriba.
- ¡Que te quites la bata, te digo! Aparte de loca, estás sorda.
- ¡No estoy loca!
- Has lo que te digo.
- No me voy a quitar la bata.
Soledad se saco el fuete detrás de la espalda y lo levantó con severidad.
- ¡Ya! Me la quito - Grite nerviosa. Soledad pauso su movimiento y bajo el brazo con lentitud.
Lo hice, me saque la bata del cuerpo y la arroje por un lado de mi. Había quedado en aquella ropa interior maloliente que podía olerse en todo el lugar, sentí vergüenza y baje el rostro. Soledad se acercó a mí y me coloco el termómetro debajo del brazo. Esperó unos segundos y tomó nota de mi temperatura.
Mudo, María y la otra enfermera habían regresado portando en cada mano una cubeta de igual manera de lámina. Fruncí el ceño.
-¡Mudo! - Ordenó. El hombre se acercó y tomándome del bazo me levanto de un solo tirón y me llevo hasta la tina vacía. Rápidamente María y el mudo comenzaron a vaciar lo que había dentro de las cubetas en la tina.
Era hielo.
Hielo, cientos y cientos de cubos de hielo que me hacían vociferar al tener el contacto con mi piel caliente y las heridas abiertas de muñecas y plantas de los pies era ardiente. El hielo comenzaba a quemarme tanto que no podía llorar por más que esa horribles sensaciones me lo pedían a gritos. Me había secado y quemado por completo

»¿Qué lugar es este?« pensé con terror cubriéndome el pecho con los antebrazos.

Los ya mencionados, salieron y regresaron a prisa por más hielos, hasta quedar completamente cubierto mi cuerpo, a la altura del cuello, era imposible moverme, el hielo con lentitud se derretía y mis heridas me impedían levantarme.
-¡Me quema! - Gire con desesperación. Tratando de salir, solo lograba lastimarme más. Soledad se acercó de nuevo a observar mi temperatura mientras apuntaba en la planilla.
- Tú apunta eso, María. Le quema.
- ¡Eres una hija de puta! - Exclamé con el frío ya apoderándose de mí. María se acercó a mí. Yo temblaba de pies a cabeza - Creí que éramos amigas - susurré
- Perdóname.

-¡Vete a la chingada!

Por fin las lágrimas rodaron de mis ojos con prisa y morían en los hielos que sin ninguna prisa se congelaban. Pero aún podía pensar y llegué a la conclusión de ser todo planeado. Yo, una muchacha inerme por las heridas causadas sin poderse mover, era la ocasión perfecta para experimentar con ella.
Sin darse cuenta que me estaban matando de hipotermia las personas rodeando la tina solo me miraban y escribían en la planilla. Paulatinamente mi mente se confundía mas y mas, y con dificultad tenía los ojos abiertos,
una gran parte de los hielos ya era agua pero la temperatura era demasiado helada para que un cuerpo lánguido, y golpeado lo soportara. Ya no sentía la sensación de quemadura en el cuerpo, porque ya no sentía ninguna parte de mi cuerpo.
Gradualmente la somnolencia se apoderaba de mi, hasta que por fin me tomaron de las axilas y me sacaron de la tina. Mi cuerpo chorreante de agua helada fue a dar a la plancha de lámina fría, pero eso ya no importaba porque mi cuerpo parecía un tempano de hielo. Con los ojos entrecerrados y con confusión en todo mi ser, Soledad se acercó a mí, abrió mi ojo derecho con los dedos e impacto una luz extremadamente lastimosa que me hizo reaccionar.
Entre todos, me levantaron para quedar sentada con las piernas estiradas en la plancha. Ya había reaccionado y rápidamente evoque todo lo que rápido había olvidado.
- Tengo frío...- Sentencie con los dientes como castañuelas. Soledad se acercó a mí con un bisturí pequeño entre los dedos. Sentí lo peor y lo peor sucedió. Me incrustó el bisturí en la pierna derecha. Grite pero no del dolor simplemente por la mera horrida acción.
- ¿Sentiste eso?
- ¡No! - Grite llena de terror y volvió a escribir. No había sentido absolutamente nada. Estaba sostenida por Rengo y Mudo, mientras que María me miraba con culpa clavada en una esquina. La sangre salía con lentitud, sentí de pronto un mareo, y un sentimiento nauseabundo al ver mis piernas de un color pálido azulado, despidiendo sangre helada y totalmente inertes. Vomité.
Después de desembocar aquel viscoso líquido, me colocaron la bata, vendaron la herida hecho por el bisturí y con brío me sentaron en la silla para conducirme hasta mi catre.
Ahí, me echaron cubriéndome solo con una arcaica y rasposa sábana blanca que a duras penas me cubría el cuerpo completo.
Después de arduamente mentalizarme que el frío solo era imaginación de parte mía, logre cerrar los ojos para dormir, pero unos ruidos brutos me distrajeron y abrí los ojos otra vez. Rápidamente sentí el peso de una cobija cayendo sobre mi cuerpo aún frío que aún no lograba tener una temperatura adecuada, al intentar mirar entre la oscuridad, una luz centelleante proveniente de una lámpara portátil me daba de lleno en la cara. Atrás de ese rayo de luz estaba Rengo, el hombre cojo, que había sido responsable de colocar la cobija encima de mí.
Rengo portaba en las manos una charola con un plato con sopa de fideos humeante, una gelatina sabor limón y un vaso con agua. Me enderece a sentarme en la esquina de la cama a mirarlo con desconfianza y temor, el se sentó en la silla de ruedas frente a mí, tomo el plato con sopa y una cuchara de plástico, sirvió en la misma y me la acercó a la boca. Me negué a recibirla y me hice para atrás con recelo.
El me miró con lamento.
- La...ni...niña tiene que comer - susurro - El...el frío s...se irá pronto.
Y miré la sopa con las papilas gustativas hechas agua. Todavía mis extremidades estaban adormecidas y un poco torpes así que permití que Rengo me alimentará en la boca. Al terminar, paulatinamente sentí que mis mejillas se calentaban al igual que todo mi cuerpo se reconfortaba, pero en el lapso que el adormecimiento iba bajando, el dolor de la herida causada por el bisturí iba aumentando. Rengo me acercó con entusiasmo la gelatina, la cual probé y al sentir su sabor insípido la rechace por completo, Rengo se rindió antes de darme otra prueba y dejó la comida de un lado.
El hombre comenzó a señalarse así mismo con brío meintras me miraba, frunci el ceño al no comprender su lenguaje.
- Re...n Rengo - Dijo señalándose así mismo, rapidamente después me señaló a mi. Comprendi por fin.
- ¡Ah! - Exclamé - Tu eres Rengo.
Asintió, me señaló a mi después - Yo soy Victoria.
- La...niña es...esta toma...ndo, tomando color
- Si - Conteste aún molesta - ¿Por qué me hicieron eso?
Rengo bajo la cabeza - Pru, prueba de de re...sisten...cia al frio. A Rengo no...no le gu,gusta.
- ¿No te gusta la prueba de resistencia al frio? - Pregunté con el ceño fruncido ya que comenzaba a confundirme al oírlo a hablar en tercera persona.
- Rengo...qui,quiere pedir...pedirle perdón a la niña...bo, bonita.
Arquee una ceja - ¿Yo soy la niña bonita?
-s...si.
Sonreí de una manera que ni yo me podía explicar. Rápidamente lo mire con cautela y pensé en una posibilidad.
- No te puedo perdonar, Rengo.
El hombre me miró con lamento.
- Te puedo perdonar si haces algo por mí, ¿Si?
Asintió.
- Necesito que me lleves a conocer todos los pabellones.
- ¿Pa...para que...?
- Porque estoy muy aburrida aquí.
- ¿Si, Rengo lo hace...pe, perdonar?
- Si, si lo haces yo te perdono y será nuestro secreto.
Rengo sonrió con felicidad u una pizca de ternura, me tomo por la cadera con brío y me coloco en la silla de ruedas y abrió paso por los pasillos.
Si, de día definitivamente el lugar atemorizaba, pero vivirlo en carne propia de noche era otro tipo de sentimiento, Rengo me dirigía con delicadeza y lentitud, al salir del ya estudiado pabellón donde me encontraba. Nos topamos con los primeros, los niños. Rengo, con dificultad de hablar, me narraba con detalle cada uno de sus funciones. Cada uno de sus nombres.
El pabellón de los niños, al igual que el mío funcionaba de la misma manera, en realidad en los veintitrés pabellones había maltratos y malos usos del poco material médico y eso me constaba personalmente ya que horas antes me habían enterrado un bisturí viejo en el muslo.
Los niños eran sometidos a programas de educación y terapias más intensas. La edad de esas criaturas era de once a quince años.
Después, fuimos por el pabellón de los ancianos, miles y miles de ancianos, dormidos, unos cuantos en catres viejos y otros en el suelo frio. Todo era un torrente de personas sepultadas de espíritu por el eterno olvidó que por parte de sus familiares habían recibido.
Sin duda fue el pabellón que más me había calado el alma.
De igual manera conocí a una vista lejana la sala de terapias de electroshocks, lo cual me había llenado de horror e incordio. Aproximadamente después de dos horas Rengo me regreso a los cuartos alegando que no se podía recorrer toda la Castañeda en una noche y prometió con volver la noche siguiente y mostrarme los que faltaba.
Mi cuerpo ya había recuperado la temperatura adecuada pero el dolor punzante y pesado en el muslo y aquellas escenas que había interceptado con mis propios ojos me habían dejado en vela.




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