El Palacio Del Infierno.

Parte X: La Caida De Un Ángel.


- ¡Sáquenme de aquí! - Brame con la voz en completa distorsión y vigoroso miedo mezclado con infinito desespero.
Había pasado días creando fricción en mis muñecas para que el mecate se aflojara y así poder zafarse de estas, aquella fricción dolorosa había irritado y coloreado de un tono rojo vivo pero tenue a la vez. Estaba hambrienta, somnolienta, débil, ni siquiera podía pensar con claridad.
El mecate salió acompañado de manchas sanguinolentas y así por fin sacarme el paliacate que me agobiaba las cuerdas vocales. El mecate dejo de aprisionarme y me puse de pie con los piernas tambaleantes.
Una sensación mojada me recorría el muslo hasta morir en el suelo, mientras azotaba mi cuerpo contra la puerta de seguridad hecha de metal sólido y frio - ¡Quiero saber si mi familia esta bien! - Grite con el desespero ascendiente con cada minuto que transcurría encerrada sin saber nada. Mi cuerpo comenzaba a cansarse y el sudor con las lágrimas y sangre se juntaban creando una nueva especie de fluido corporal. Estaba desesperada, llorando al pensar que mi familia pudiese estar bajo miles de escombros de tierra y piedra. Me quedé en silencio por un momento mirando hacia la nada en el momento que mi cerebro produjo una imagen de un México destrozado, hecho trizas, con desespero y tristeza mirando a miles de personas debajo de estructuras hechas pedazos, atrapadas sin poder salir. Las calles llenas de sollozos de personas buscando a sus seres queridos que seguramente habían muerto en el suceso. Me imaginé que muchas personas habían perecido mientras dormían, sin saber que había sucedido.

México había muerto.

Había perdido la cordura completamente, aquella puerta de metal denso impedía el paso de cualquier tipo de ruido y tan sólo podía escuchar el tono de mi agitado respirar y carraspear de mis narices a causa de mi llanto.
- ¡Sáquenme de aquí!- gritaba con la voz ronca y potente. La incertidumbre me estaba matando con lentitud.

El pasar de los minutos parecían tortuosos días enteros. La luz del día había sido sólo un sueño para mi, al igual que la noche, mi cabeza estaba completamente en blanco al punto de llegar a sufrir una crisis nerviosa. Estar en confinamiento solitario podía volver loco a cualquiera, los ojos comenzaban a parecer pesados para mi, me rogaban cerraros pero sólo podía poner atención a la palpitación acelerada que escuchaba tras mi oreja, pareciendo tener el corazón metido en el oído.
Los ojos me fallaron y se cerraron por un momento en el que imágenes extrañas me hicieron abrirlos rápidamente asustada.

Me descubrieron, o quizá ella siempre supo quien era, y por ende su aferrado comportamiento malvado contra mi.

»Periodista de mierda« De pronto la escucha decir eso otra vez y cada en minuto que transcurría me convencía que algo muy malo estaban planeando contra mi. Necesitaba con desesperación salir pero mis intentos tan pobres me hacían rendirme.

No sabría decir con cordura ni seguridad cuanto tiempo había pasado hasta que abrieron la puerta y mudo estaba frente a mi, parado de una forma imponente y aterradora, me levanté de la esquina de la habitación y lo mire con fastidio e incordio sembrados dentro de mi.
- ¿Cuando tiempo llevo aquí? Necesito salir - El tono de mi voz había cambiado por completo; una voz lastimada y cortada de tanto gritar.
- ¿Donde está Rengo? - Pregunte.
- Rengo no existe.

Dijo soledad entrado por detrás del hombre. La mire, sinceramente le temía a esa enfermera. Cualquiera lo haría al saber la verdadera personalidad de la mujer.
Fruncí el ceño y conteste - ¿Que?
- Rengo no existe, Victoria. Nada de lo que estás pensando en este momento existe.

Sonreí y negué con la cabeza - ¿Que estas diciendo? Sácame de aquí.
Fingió una mueca de preocupación y abnegación - Tuviste un brote psicótico. Estás aquí porque creíste que un terremoto había azotado a la cuidad.
- ¡Cállate! - Grite en su rostro al cerciorarme lo que estaba tratando de hacer - No me hagas pasar por pendeja, ¡No estoy loca, Soledad! Pasó y lo sabes.

Suspiro aún con embuste - ¿Lo ves, Mudo? Esto es lo que sucede a mentes descarriadas a causa de una de una vida llena de perversiones.
- ¿Que? - Fruncí el ceño - No trates de confundirme, estoy más cuerda que tú y el idiota este - Señale a mudo que me miraba con burla.
- Cállate, Victoria. Necesitas tomar tus pastillas si es que quieres salir de aquí - Estiró la mano frente a mi, en un vaso diminuto había dos píldoras de color blanco - ¡Trágatelas! - Exclamó. Levanté el brazo con brío y las píldoras volaron hasta caer al suelo - Se lo que tratas de hacer.
- ¿Si? - Pregunto levantado una ceja
- Confundirme. Porque lo vi todo, porque sabes quién soy yo y lo que he escrito, quieres deshacerte de mi pero no va funcionar. Lo recuerdo todo.

Soledad cambio radicalmente la mueca del rostro, su furia y frustración crecían al darse cuenta que no había logrado confundirme. Estaba llevándola a un rostro enrojecido y furioso - Nunca vas a salir de aquí.
Sonreí con amargura, arquee una ceja y conteste - Voy a salir en el momento que yo quiera
-Trágate las pastillas - Ordenó con tono de advertencia. Negué con la cabeza - Nada de lo que tienes en la cabeza existe, ni Rengo, ni la puta de tu amiga, el viejo de la guitarra, ni la enfermera buena. Date cuenta.
- Es inútil lo que haces.
- Los fármacos te mantienen quieta y sin pensar demasiado, ni crear personajes basados en tu vida pasada
- No es verdad, ¡No es verdad!
- Está confundida, niña. Llevas encerrada en aislamiento tres días. Es normal que pierdas la cordura.
Fruncí el ceño negando con la cabeza.
- Piénsalo, si es que realidad existen esas personas, ¿Por que no han venido a verte?




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