El Palacio Del Infierno.

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• ¿Haz pensado alguna vez que no existes?
• ¿Qué eres  parte de algo ya planeado?
• ¿Qué hay alguien más manejando los hilos desde arriba?
• Como un juego de ajedrez.
• Que tús decisiones no son realmente tuyas, sino de quien te está manejando.  Es que algo tan horrible no puede ser obra de Dios, ni del destino ni tampoco de la propia vida.
Piénsalo un poco, todo lo que tus ojos y alma alcanzan a ver no puede ser cierto. Simplemente como un sueño, en el que la muerte es el inicio de la vida, y el inicio de la vida es la muerte del otro, así que nunca termina. Todo vuelve a comenzar para pasar por diferente suplicio.

 

— ¿En donde estoy? — Pregunte abriendo los ojos mirando hacia el techo desgastado. En una habitación de un hospital olvidado, con una bata blanca percudida, llena de manchas secas de sangre y un catre que hacia ruido chillante con el más mínimo movimiento. No podía recordar nada.

 

»¿Qué está pasando? ¿Estoy enferma? ¿Por qué estoy aquí? «

 

Probablemente había sufrido un accidente camino al trabajo, bueno, al menos supuse que tenía un trabajo.
Pero en que sitio tan deplorable estaba parada, inverosímilmente estaba tranquila, pues no había de que temer. Un dolor de cabeza me atormentaba pasivamente. Me senté en la orilla del catre a apreciar cada esquina de la habitación, un olor a alcohol y alcanfor llenaban mis narices, suspire y baje la cabeza a apreciar mis piernas al descubierto, una venda rodeada mi muslo, fruncí el ceño y enseguida procedí a retirarla, Carraspee la garganta  con el rostro crispado al notar una herida suturada con cuatro puntos. La puerta se abrió con delicadeza, gire la cabeza rápidamente y una enfermera con el rostro serio y un cuerpo robusto  apareció en el umbral.  La mire sin expresión, mi rostro neutro la intimidó y camino hacia adentro de la habitación.
— Te quitaste la venda — La voz de esa mujer era tan rasposa e imponente que retumbaba por toda la habitación.
— ¿Qué me pasó? — Trague saliva señalando la herida — Un accidente — respondió.
— ¿En donde estoy?
— En un hospital, ¿Es tan difícil adivinar?
— Estoy un poco confundida — Exclame. Ella Arqueo una ceja con cauteloso interés y preguntó — ¿Sabes cual es tu nombre, ¿No?
Entonces sentí un hueco profundo en el estómago, un desconcierto y aquella  patosa falta de orden y claridad en el instante que muchas personas y cosas se juntaron en mi cabeza, nada claro ni lucido. Sentí un miedo taciturno que nunca había sentido antes al percatarme que ni siquiera era capaz de recordar algo tan sencillo como mi nombre.
— No…no — titube. La mujer sonrió con cautela  y dijo — No te preocupes, son consecuencias del accidente. Tu nombre es Victoria.
— ¡¿Cuál accidente?! ¡No recuerdo nada! — Grite desesperada
— Te golpeaste la cabeza, caíste por la escaleras del hospital.
— ¿Donde está mi familia? ¡Tengo que tenerla!
— No, no es así. Has estado internada aquí desde hace años
Fruncí el entrecejo, mi cuerpo temblaba.
— ¿Por qué?
— Este no es un hospital cualquiera, Victoria.
La mire con escepticismo y llena de ese sentimiento de impotencia tan extraño y horrido  que no sabía cómo describirlo con palabras, simplemente inefable.
— Estas en un hospital psiquiátrico.
Mi presión se disparó, el suelo me hacia una mala jugada y este se movía sin cesar. Tratando de sostenerme, mis piernas no me ayudaba, un nudo en la garganta le imploraba llorar.
— ¿Por qué? — cuestione con la voz completamente quebrada.
— Has tenido un brote psicótico y trataste de lastimarte arrojándote por las escaleras.
— Pero…pero ¿No he lastimado a nadie, verdad?
— No todavía, si te portas bien, te dejaré salir.
— ¿Salir de aquí? — Pregunte con los ojos llenos de mínima esperanza.
— No, al área común.
Mis ojos bajaron al suelo, me solté en llanto tratando de apaciguar las lágrimas de impotencia, mientras que algo dentro de mi sembraba mosqueo en la mujer que me miraba con lamento. Algo me asustaba de ella, no podía confiar en las palabras de esa mujer, aunque no me había dado motivos todavía. El pánico y escepticismo estaban latentes mientras que mis recuerdos apagados iban con los segundos careciendo de vida. Totalmente inertes.
La mujer se acercó a mi, me dio vuelta y me sujeto el cabello — Si te portas bien, conseguiré unos zapatos para ti.
Baje la mirada y efectivamente, mis pies estaban al descubierto, asentí con la cabeza y la mujer soltó un silbido, en instantes un hombre apareció en el umbral de la puerta; Tenía una complexión robusta y una altura extremadamente indecible, podía verlo a los ojos únicamente levantando la cabeza totalmente. Dos metros, podía jurarlo.
— El es Germán, te llevará al área común. El va a cuidarte todo el tiempo, lo que necesites el te lo dará.
Asentí sin dejar de mirar al hombre.
— Mudo, llévala al área común. Asegúrate que no hable con nadie, ¡Con nadie! ¿Me entiendes?
El hombre asintió con un grotesco ademán.
La mujer me sonrió pero yo no le devolví el gesto, el hombre me tomo con brío del antebrazo y me encaminó fuera de la habitación.
— ¿Cuál es su nombre? — dije deteniéndome en seco mientras el hombre tiraba de mi antebrazo. El hombre era tan enorme y robusto que la Palma de su mano rodeaba sin problema mi brazo. La mujer suspiro
— Soledad.




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