El Palacio Del Infierno.

Parte XI; En La Tierra Como En El Cielo.

Vagos y borrosos recuerdos amorfos aparecían de pronto. Como apagones, venían y se marchaban con fuerza; Era como si los cables de mi cerebro se hubiesen desconectado y trozado que al querer juntarlos nuevamente provocaban un horrido corto circuito, haciéndome saltar en el mismo sitio, entonces en ese preciso momento algo parecido a choques eléctricos me recorrían la cabeza y los recuerdos sin sentido volvían a aparecer, llenándome de tétrico pavor y confusión.
Forzaba a mi desequilibrio carente de sentido evocar y comprender la pertenencia de aquellos rostros que a mí mente atormentaban.
Sentada en la esquina de aquel catre de ajada madera que paulatinamente era devorado por polillas, la nariz me goteaba y sentía un frío atroz que recorría cada parte de mi cuerpo, la habitación cada segundo se convertía más helada que mi sentido común. Con el dorso de la mano izquierda limpie mi nariz goteante y carraspee la garganta en el instante que la puerta se abrió, aquella mujer de nombre Soledad yacía en el umbral de la puerta con su robusto cuerpo caminando hacia mi y aquel gesto de repudio hacia todo estaban convirtiéndose en característico de ella. Posó con delicadeza la mano sobre mi nuca, se inclinó hacia mi, la mire como una chiquilla asustadiza, sonrió a manera de saludo y respondí de la misma manera - Es hora de comer - dijo con esa voz grave y terrorífica. Esa mujer por más que aparentaba ser buena, había un sexto sentido en mi, que me decía con potencia que era como un personaje sacado de un libro de inmaculado terror y misterio. Aún no decía que comería, pero mi boca ya se había hecho agua. Asentí con la cabeza y tomo mi mano al levantarme.
- Después de comer tomaras tu medicina y te dejare estar un rato en el área común y en el jardín pero solo un momento - Volví a asentir con ansiedad, tomo mi mano y me levanté del catre. Al salir de la habitación la atmósfera era algo común a un hospital psiquiátrico, pero no uno cualquiera pues tenía esa pizca de pelicular escepticismo.
Una mesa arcaica en medio de un sitio rodeado de una cantidad mínima de personal médico, pero con una sobrepoblación de pacientes enorme y el sonido de un viejo radio ambientaba el lugar, la mujer se fue un momento y volvió con una charola que portaba un plato de sopa diluida de apagado color y una carencia de fideos notoria, arroz con leche y un vaso de agua sucia. Con el rostro crispado comencé a comer con desconfianza; el sabor de los alimentos me hacia dudar de la higiene de su preparación, pues el sabor era insípido y el agua portaba granos de tierra que tronaban contra mis dientes. El arroz con leche sabía a leche cortada y los granos de arroz estaban duros, la ausencia de azúcar se notaba en cada cucharada.
- Señora - hablé dejando de lado la desagradable comida que le había provocado a mi hambre disgusto y asco. Ella se giró hacia a mi - ¿Soy una paciente peligrosa? - Pregunté, Soledad dejó caer los hombros y sin ningún gesto contesto - No.
- Entonces, ¿Por qué me tiene apartada de los demás?
La mujer puso en guardia su actitud y carraspeo la garganta, pensando su respuesta con meticulosidad, tragó saliva - ¿No lo recuerdas?
- No.
Suspiró - Tuviste un brote, un brote psicótico. Cuando los pacientes sufren uno, se vuelven violentos
- Entonces si soy peligrosa.
- ¡No!- Exclamó apretando los ojos - Ya te dije que no, solo cuando tienes brotes, Victoria ¿Entiendes?
Me estaba tratando como una estúpida retrasada. Asentí con la cabeza y dije - Terminé.
- Bien, Germán te llevará al área común.
El área común estaba a dos escasos pasos del comedor, el sonido del radio, se escuchaba más de cerca con cada paso al frente. Germán me sostenía con firmeza del antebrazo, al parecer era un hospital psiquiátrico bastante carente, con falta de higiene y ausencia de muebles en donde poder sentarse en el área común. Los viejos jugaban cartas en suelo y todos discutían por disponer del radio. Los pacientes iban y venían con extraña libertad, lo que me pareció raro por aquel hombre que no se me despegaba, este mismo soltó mi brazo e hizo sentarme en un ajado sillón, el único, desgastado y con el relleno y resortes saliendo de todos lado, rechinaba y su comodidad era escasa.
Justamente me encontraba sentada de lado del viejo radio que con interferencia y con poca legibilidad la voces detrás de el apenas se distinguían.

» La madrugada del pasado Domingo veintiocho de Julio, un fuerte terremoto nos azotó y obligó a salir de nuestros hogares«


Abrí los ojos con una combinación de miedo y sorpresa que gradualmente subía de nivel al tener un zumbido en el oído con gran estruendo, me hacia aturdirme más . Dejé caer toda mi atención a la radio.

»Según los periódicos la magnitud fue del séptimo grado, uno de los temblores más fuertes del que se haya tenido nota los últimos años. Nos sacudió a las 2:40 de la madrugada. Justamente hoy, se cumplen ocho días de este terrible suceso, estamos por informarle el recuento de daños a causa de este terremoto«


- ¡Dios mío! - Espere ahogando mi voz temblorosa contra la palma de la mano.




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