El Pantheón: Inmersión

Interludio

Alba levantó por primera vez los ojos, observó a su entrevistador y sonrió sin proponérselo. Sebastián parecía embobado, tenía el codo apoyado sobre la mesa, la barbilla sobre la palma de la mano derecha y no podía cerrar la boca. La imagen le resultó absolutamente adorable. Había perdido el gesto de rabia que se había instalado en su hermoso rostro durante las últimas semanas y parecía haber olvidado que ella había sido la responsable de ese sentimiento. Aparentemente, también había olvidado que había venido buscando otro tipo de respuestas, respuestas que ella realmente no tenía. Solo podía narrarle las circunstancias en las que se habían dado los acontecimientos, pero no podía explicarle por qué nadie los recordaba ni por qué ellos sí lo hacían.

La lluvia se había detenido, y el tráfico habían comenzado a llenar las calles nuevamente. El ruido había regresado junto con los autos que pasaban, llevándose por delante el agua que se había acumulado en la Baigorrí.

—¿Estás sugiriendo que de alguna manera los Hatzidis tienen algo que ver con esa tal Pallas o con Elios, o con los otros? —preguntó Sebastián incrédulo, después de haber escuchado atentamente la historia de Alba.

—No, Sebas, no lo estoy sugiriendo, lo estoy asegurando. Te expliqué cómo funcionan las transmigraciones —respondió con total naturalidad, como si estuviera hablando del clima.

—Eso significa que vos sos… —Sebastián no pudo ni terminar la afirmación. No podía hacerse a la idea de que lo que Alba había explicado podía siquiera ser posible.

—No, yo no soy como ellos. No soy una transmigración —respondió con gesto serio. Además de que se negaba íntimamente a la idea, particularmente ese secreto no estaba dispuesta a revelar.

—¿Entonces eres como Themis? ¿Vienes de otro plano de existencia? —inquirió el periodista, entornando los ojos. Si bien había presenciado cosas increíbles en los últimos meses, cosas que le sugerían que algo de verdad debía de haber en el relato de Alba, su parte escéptica, la que necesitaba corroborar los hechos, no le permitía creer todo lo que salía de los labios de su amiga por pura fe.

—Tampoco —respondió Alba, haciendo un muy mal trabajo en esconder su malestar—. Yo soy diferente a todos ellos.

—¿Pero estuviste en ambas historias?

—De una u otra manera, sí. Las conozco. Esa es una de mis habilidades, Sebastián. Vivir, sentir y experimentar lo que los demás, a través de sus ojos.

Sebastián le sostuvo la mirada largo rato antes de decidirse a hablar—. Parece más una maldición que una habilidad.

Su conclusión no era desacertada, ella lo sentía así desde hacía mucho tiempo. Al principio, le había gustado conocer, vivir y experimentar a las personas sin tener que mediar palabra. Ahora, definitivamente lo detestaba—. Creo que te involucraste demasiado con la historia, ¿una maldición? —susurró, desviándose del tema.

Sebastián, al percibir su incomodidad, decidió ofrecerle un salvavidas—. ¿Y cómo termina?

Alba rio, fuerte y abiertamente. Una liberación, sarcástica, pero una liberación al fin—. No —se apresuró a negar todavía sonriendo—. Esta historia no termina aquí. Falta un buen rato para que pueda explicarte cómo llegó hasta nosotros. Esta es una historia tan larga y pesada como la vida misma —concluyó, negando con la cabeza y volviendo sus ojos al suelo.

—Themis dijo que la vida es breve —la corrigió Sebastián con picardía. No quería que volviera al estado de depresión y tristeza en que él mismo la había sumido. Su enojo estaba desapareciendo, así como su desilusión. Le creía, por alguna loca razón le creía. Había imaginado que volvería a poner excusas tontas, pero no había sido así; había sido honesta con él. Estaba siendo honesta con él. Se sentía un poco culpable por haberla presionado para serlo, porque ahora tenía la sensación de que la verdad que él esperaba oír era una verdad que ella quería olvidar.

—Depende del punto de vista desde el cual se mire —respondió Alba, suspirando—. Para quien está encerrado por años en una realidad que no eligió, la vida puede ser una eterna agonía.

Hablaba de ella, eso era seguro. Ella era quien vivía en una eterna agonía. Ninguna excusa que podía inventar su amiga podía persuadirlo de lo contrario. Él la amaba, y le disgustó saber que se sentía de esa manera, y que él había contribuido para que así fuera. Tenía que cambiar el rumbo de la conversación antes de cometer el error de pedirle que no continuara hablando, porque también intuía que ella necesitaba sacarse todo eso de su pecho—. Entonces, ¿qué pasó con Pallas?

Los ojos de Alba volvieron a brillar; era evidente que disfrutaba de hablar de ellos—. Bueno, a mitad del camino a tierras illyrias le dijo a Ari que podía irse, que era libre —respondió, sonriendo.

—¿Y qué hizo él?

—Se quedó, ¿qué iba a hacer? —relató, encogiéndose de hombros.

Sebastián sonrió—. Por supuesto, ¿qué iba a hacer? —Se quedó tal y como lo hizo él—. ¿Y el resto?

—Bueno, sin Pallas las cosas cambiaron para algunos de ellos. Enialio se hizo cargo nuevamente del ejército de Menón y se fue a luchar las batallas de su padre. Elios decidió quedarse en el palacio y aceptar a la reina como su tutora; ahí comenzó a formarse para convertirse en el nuevo líder de los Cazadores del Sur. En cambio, Selene regresó con su madre, y fue una buena decisión, porque apenas desembarcó se encontró con mi tía Melisa. Ella continuó con la labor de Pallas y terminó por convertirla en quien realmente Selene quería ser, en una guerrera. Elios aceptó en paz la decisión de su gemela, porque así estuvieran lejos, continuaban siendo uno solo, y porque además, cada uno estaba en el lugar en que debía estar. Feno y Hermes ya no regresaron al palacio, pero continuaron recibiendo la visita de Elios. Y Hebe... Hebe se convirtió en la viva imagen de Emíoni, así que la reina comenzó a investigar a qué líder sería más productivo para la familia de Menón venderla.




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