El papá de Louis

Prólogo

A Catherine las cosas le estaban saliendo tan mal, pero tan mal, que por momentos se preguntaba si no habría pisado a un gato negro mientras rompía un espejo bajo una escalera. Estaba embarazada, sola, estresada… y para colmo, tenía sobre la mesa de noche esa maldita invitación con letras doradas y papel grueso que parecía mirarla cada noche antes de dormir, recordándole que iría sola a la boda del siglo. O al menos, la boda de Maya.

Maya Blake. Su prima. Su eterna competidora desde los cinco años, cuando ambas querían ser la princesa de la abuela. Desde entonces, habían competido por todo: notas, vestimenta, novios imaginarios y, ahora, aunque Maya era la novia y ya tenía asegurado el centro de atención, Catherine sabía perfectamente que no dudaría en usar su brillo extra para hacerla sentir como la invitada patética y abandonada. Y Catherine, con su barriga y sin pareja, era una oportunidad perfecta.

Claro que la familia no la juzgaría. Sus padres y hermanos la seguirían amando, aunque llegara con o sin novio. Con o sin el papá de Louis. Pero Maya… Maya se relamería con cada mirada lastimera que alguien le lanzara. Y eso, simplemente, no lo iba a permitir.

Suspiró y se obligó a sonreír. Estaba en su último día de clases en la prestigiosa especialización en pastelería con Reinhold Beckmann (sí, ese Reinhold Beckmann, el chef alemán con cadenas de repostería por Europa) y no era momento para autocompadecerse. O tal vez sí, pero por dentro. Por fuera, sonreía como si no tuviera el estómago revuelto y la cabeza a punto de explotar.

Los aplausos estallaron a su alrededor. El profesor acababa de dar unas palabras emotivas (al parecer) y todos se estaban despidiendo. Catherine apenas había escuchado. Sonrió, asintió, dijo un par de gracias automáticos y empezó a guardar sus cosas.

Aquella especialización había sido un sueño. Uno cumplido entre vómitos matutinos, antojos de cosas con pepinillos y una espalda que crujía cada vez que se agachaba. Pero valía la pena. Porque ahora era pastelera profesional con especialización en delicias alemanas y mamá en proceso. Y lo segundo le parecía incluso más mágico que lo primero.

—Catherine.

Se volteó tan bruscamente que se golpeó el brazo con la silla.

—Mierda —masculló, y luego intentó recomponerse—. Reinhold… Estoy agradecida por todo, de verdad. Me voy llena de conocimientos.

Él le sonrió con esa amabilidad de persona que parece hecha de mazapán.

—¿Estás bien? Noté que estabas algo… ausente. Y eso no es propio de mi pastelera estrella.

Catherine forzó una sonrisa.

—Tengo la cabeza en otra parte. Cosas personales.

Reinhold asintió y le tendió una caja elegante.

—Es un pequeño agradecimiento por confiar en mí.

Catherine lo miró, genuinamente emocionada.

—Gracias. De verdad.

Él bajó la voz con complicidad.

—Le puse un baumkuchen extra. Para mi alumno más joven.

Catherine soltó una risa que le hizo cosquillas en la garganta.

—Mi pequeño Louis te lo va a agradecer… aunque en los últimos días, las náuseas me han quitado el apetito.

Reinhold la miró con una leve preocupación.

—¿Todo está bien con el bebé?

—Oh, sí. Louis está fuerte como un roble. Yo soy la que está… bueno, algo desquiciada. Me esperan cajas, un vuelo, y un regreso triunfal a Londres con barriga de seis meses y sin novio a la vista.

—¿Londres?

—Sí. Regreso el lunes. Quiero estar con mi familia cuando nazca Louis. Me van a hacer falta. Además, tengo una boda a la que asistir.

—Ya veo… —murmuró él, con lo que a Catherine le pareció un dejo de desilusión—. Y yo que pensaba que podría hacerte una tarta especial para el nacimiento de Louis.

—¿Puedes enviarla a domicilio internacional? —bromeó ella.

—Podría intentarlo —rio él—. ¿Te parece si te llevo algo para el viaje este fin de semana?

—¡Qué amable! Pero no hace falta…

—Insisto —dijo él con una sonrisa—. Te escribo para coordinar, ¿sí?

—Está bien, esperaré tu mensaje.

Justo entonces, otra alumna lo llamó desde la puerta para despedirse. Reinhold le hizo un gesto con la mano.

—Nos vemos, Catherine. Suerte con el equipaje.

—Gracias, Reinhold.

Él se alejó y Catherine se quedó mirando su caja, su bolso y su barriga, mientras mentalmente armaba una lista de prioridades:

  1. Terminar de empacar.
  2. Ver si sus maletas aún cerraban.
  3. Conseguir un novio falso en menos de 72 horas.

Porque no estaba dispuesta a darle a Maya la satisfacción de regodearse en su desgracia.

Y si tenía que inventarse un novio, pues… lo haría.

Pero… ¿de dónde sacaba uno?

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¿Qué te pareció este comienzo? ¿Y el pequeño vistazo a Reinhold? ❤️




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