El papá de Louis

~4~

Reinhold se sentía como en una escena de comedia romántica: él, en la cocina, poniendo una olla llena de papas a hervir, y Catherine, sentada a pocos pasos, contándole por tercera vez los nombres y características de cada miembro de su familia. No era una cita formal, lo sabía, pero su corazón insistía en tratarla como si lo fuera.

Por momentos tenía que recordarse que debía prestar atención, porque se perdía (literalmente) en los ojos grises de Catherine y en esa melena negra, brillante y larguísima, en la que secretamente soñaba con enredar los dedos.

—Puedo enviarte un mensaje con todo para que lo repases cuando tengas dudas —sugirió ella, con una sonrisa paciente.

Reinhold revisó los pequeños rollos de carne, más para darse unos segundos de respiro mental que por necesidad, y asintió.

—Sí, hazlo. Solo por si acaso. Pero no te preocupes, soy aplicado. Lo haré bien.

Ella le regaló una sonrisa amplia, de esas que él ya había clasificado como "letalmente encantadora". Recordaba haber tenido días horribles durante el año y medio en que fue su profesor, y también cómo esa sonrisa lo había salvado en más de una ocasión.

Y ella no tenía ni idea.

—Huele delicioso —dijo Catherine, aspirando el aroma.

—Espero que te guste. El rinderroulade es un clásico alemán.

—¿Extrañas Alemania?

—Sí… pero aquí soy más feliz.

Ella lo miró, con esa curiosidad que solo tienen las personas que saben escuchar.

—No se sabe mucho de tu familia… ¿También viven aquí?

—No, siguen en Alemania. Aunque… no tengo trato con ellos. Es una historia larga. O más que larga, incómoda.

—Entiendo. No me meteré en tus asuntos...

—¿Pero? —dijo él, sin poder contener una sonrisa.

—¿Cómo supiste que iba a decir un “pero”? —preguntó ella, divertida.

—Intuición —respondió con picardía.

Ella rio y continuó:

—Pero si alguna vez necesitas hablar con alguien, aquí estaré. Soy buena guardando secretos… o fingiendo que los olvidé, si eso ayuda.

—Gracias, Catherine.

—Cath. Cathie. Cathe. Ya somos cómplices de una farsa romántica, no hace falta que seas tan formal. Y quiero que sepas que si te parezco entrometida, mi familia es aún peor. Pero somos del tipo que te arropa con una manta, no del que te espía desde la ventana.

—¿Y crees que necesito que me arropen? —preguntó él, fingiendo indignación.

—Solo noté que cuando hablaste de tu familia… tu mirada se entristeció.

Él respiró hondo.

—Estoy bien. Probablemente te lo termine contando todo. Alguna noche… con vino. O con jugo —añadió, mirando su barriga con media sonrisa—. Tienes un mes para sacarme la verdad.

Ella sonrió y, como si fuera lo más natural del mundo, le tomó la mano. Reinhold sintió un pequeño sobresalto, pero no se apartó. Al contrario, sus dedos se acomodaron con los de ella.

—Estoy ansiosa por conocerte. Y comprobar si de verdad bailas tan bien como dices.

Reinhold soltó una carcajada genuina y le apretó la mano con suavidad.

—Prepárate, luego no vas a querer dejar de bailar.

El teléfono de Catherine sonó, y ella, sonriendo, se lo mostró como si él supiera de quién se trataba.

—Son Alex, Sophie e Izzy. Noche de películas, por lo visto.

—Qué tiernos. ¿Los Blake son todos así de sonrientes?

—Sí. Los Blake venimos con una combinación peligrosa: sonrisas grandes y una dosis generosa de meticheo.

Reinhold rio mientras ella guardaba el teléfono. Y entonces, se animó a indagar en aquello por lo que llevaba tiempo mordiéndose la lengua.

—¿Puedo hacerte una pregunta? Quizá suene demasiado confianzudo… —dijo, con cautela.

—Hay confianza, Reinhold. Nos conocemos desde hace un año y medio, y siempre nos hemos llevado bien —respondió Catherine, con una sonrisa tranquila mientras se acomodaba mejor en la silla.

—Sí, lo sé. Pero tú eras mi alumna, y en ese contexto… uno trata de ser prudente.

—¿Prudente cómo? —inquirió ella, ladeando un poco la cabeza, divertida.

—Por ejemplo… evitando preguntar por el padre de Louis. En clase mencionaste que serías madre soltera, pero no diste más detalles. Y está perfecto, de verdad. Solo que… —hizo una pausa breve, eligiendo bien las palabras— me gustaría saber si hay alguna posibilidad de que se desate un escándalo.

Catherine suspiró y bufó, inflando las mejillas. Reinhold la miró, fascinado por cómo podía parecer seria y adorable al mismo tiempo.

—Siempre he tenido un radar para las malas vibras. Falló con Lucien. Llevábamos unos meses saliendo y yo estaba convencida de que íbamos hacia algo serio. Pasé diciembre en Londres con mi familia, él se quedó aquí. Estando allá, descubrí que estaba embarazada.

—Y él no se lo tomó bien, me imagino.




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