Catherine se habría quedado un rato más en casa de Alexander. De hecho, le habría gustado soportar la cena con un poco más de dignidad, pero el agotamiento se le vino encima sin previo aviso. Había hablado sobre Louis, sobre los controles médicos, sobre la fecha estimada de parto y también sobre el final del curso. Incluso había tenido energía para interesarse por las vidas de los demás, hacer preguntas, escuchar respuestas, asentir con atención. Pero luego... empezó a bostezar. Uno tras otro, como una señal innegable de que su batería social (y física) se había agotado. Después de comer, todos coincidieron en que necesitaba descanso y ella no puso ninguna resistencia. Ya no se iría de Londres, así que tendría tiempo de sobra para ponerse al día con todos. Por ahora, solo quería dormir. Dormir sin tener que poner una alarma.
Alexander se ofreció a llevarlos, y ella no se molestó en fingir cortesía para rechazarlo. Por suerte no estaban lejos. Menos de media hora después, Catherine estaba girando la llave de su departamento con una mezcla de alivio y emoción. Reinhold entró tras ella, esperó a que cerrara y la siguió por el recibidor.
Catherine soltó la maleta apenas puso un pie en la sala, se puso las manos en la cintura y dijo con un suspiro de satisfacción:
—Al fin en casa.
—Bonito lugar —comentó Reinhold, echando un vistazo.
Ella le sonrió con cierto orgullo.
—Gracias, ¿te hago un tour?
—Por favor.
Señaló la puerta corrediza con entusiasmo.
—Empecemos por el balcón. No es enorme, pero lo suficientemente grande para desayunar aquí. Me encantaba sentarme a beber té en la mañana. Ya sabes, desayunar con la vista.
—Wow, en serio es una vista bonita a la ciudad.
Catherine asintió, complacida.
—Ya verás algún amanecer, es una experiencia que recomiendo. Pero por ahora ven, la sala es lo que ves. Puedes ver televisión aquí, o desde la mesa que está por allá —caminó unos pasos y señaló las sillas—. Admito que cuando estaba sola, comía en el sofá.
—Como cualquier persona decente —dijo Reinhold con complicidad.
Ella soltó una carcajada y lo guió a la cocina, que no estaba muy lejos. El departamento no era una mansión, pero era más que suficiente. Y sobre todo, acogedor.
—Bueno, creo que esto es lo que más va a interesarte —dijo, abriendo el refrigerador—. Oh... pensé que estaría vacío.
Reinhold se acercó y arqueó las cejas.
—Vaya, no está para nada vacío.
Catherine vio una nota pegada en la mayonesa y la leyó en voz alta:
—“Bienvenidos a casa. Sophie, Izzy y Alex.”
El nudo en la garganta fue inmediato. Sorbió por la nariz mientras sentía que las emociones la desbordaban. Le habían llenado el refrigerador. Eso, para una mujer embarazada, recién llegada y hormonal, era un gesto heroico.
Reinhold, con una dulzura inusitada, le acarició la espalda.
—¿Estás bien?
—Sí, solo... con las emociones revueltas —dijo, entre risas y suspiros.
Cerró el refrigerador y señaló con la barbilla:
—Tienes microondas, cafetera, tetera y tostadora. También tengo batidora, pero está en casa de Theodore. Como renté el departamento, saqué varias cosas que me parecían innecesarias dejar.
—Perfecto. Cuando descanses, podemos ir a buscar lo que haga falta.
Catherine asintió y lo guió hacia la habitación. Al encender la luz, se encontraron con una caja sobre la cama.
—¿Otro regalo? —dijo Reinhold, divertido—. En serio, tu familia es genial.
Catherine se lanzó sobre la caja como si escondiera un tesoro. Rasgó el papel con la paciencia de una niña en Navidad y, al abrirla, empezó a llorar. Reinhold se alarmó.
—¡¿Qué hay en esa caja?!
Ella negó con la cabeza mientras reía y sollozaba. —Una manta pequeña... ropa de bebé... una nota. Escucha esto: "No tenía idea de qué regalarles, porque como habrán notado, el resto cubrió todo lo importante. Así que aquí tienen algo de ropa para Louis, con biberón y chupón incluidos. Para los futuros padres... estoy trabajando en ello. Denme tiempo. Theo."
Reinhold tomó el pequeño gorro de bebé.
—Mira esto, es diminuto. Qué ternura.
Catherine sonrió mientras sacaba el resto de las cosas. Luego observó la cama con atención.
—Las sábanas. Son nuevas. Esto fue cosa de mis padres. Si hubiesen sabido antes del bebé, seguro ya habría una cuna.
—Te creo completamente.
Ella soltó una risita y se pasó una mano por el cabello.
—Bueno… ven, continuemos —dijo, encaminándose hacia la salida.
Salieron de la habitación y entraron a la puerta contigua, donde Catherine chilló al ver el armario lleno.
—¡Toallas nuevas! Y champú, acondicionador, jabón, pasta dental... Esto definitivamente es obra de mis padres. Mamá sabe exactamente qué productos me gustan.