El pasado en una pantalla

CAPÍTULO 1: El inicio

Liv

Mi cabeza aún daba vueltas cuando abrí los ojos. Los fuertes olores mezclados de la sala de urgencias me abrumaban, y eso no ayudaba. Si hubiera tenido algo en el estómago, juraría que lo habría vomitado. Entonces mi estómago rugió, recordándome que no había desayunado, y, al mismo tiempo, noté la resequedad en mi boca causada por la sed.

¿Cuánto tiempo había estado inconsciente?

Cuando mi vista se aclaró, noté que estaba en una habitación de hospital. Lo último que recordaba era el choque de mi auto, luego la vista fugaz de la sala de urgencias... y aquellos ojos cafés.

¿Quién era él?

¿Debería conocerlo?

No lo sabía, pero aquella mirada cargada de dulzura era imposible de olvidar. Aparte del miedo y la angustia, el amor se reflejaba en ella, aunque no sabía quién era ese hombre que me miraba como si yo fuera lo más valioso en su vida.

Era consciente de que posiblemente tenía lesiones por el accidente. No sabía a dónde me dirigía, qué hacía, qué lo provocó ni quién fue el responsable. Solo agradecía seguir viva y estar en el hospital.

—Veo que despertaste —una voz profunda e inconfundiblemente profesional me sacó del trance—. Nos diste un buen susto.

Un hombre alto, con el cabello oscuro peinado hacia atrás con precisión quirúrgica, se acercó a mi cama. Su expresión era seria, casi controlada al extremo, pero sus ojos —de un azul profundo, como el océano antes de la tormenta— dejaban entrever algo más. Dolor.

—¿Todos? —pregunté, notando la rigidez en su mandíbula cuando nuestras miradas se cruzaron.

—Sí. Matt te sacó del auto y Jay iba justo detrás de ti. Vino contigo en la ambulancia —respondió con tono contenido, aunque sin dureza. Comenzó a revisar con eficiencia la venda en mi cabeza, evitando brusquedades, casi con respeto quirúrgico.

—Will... también vino. Pero ahora está en la sala de trauma.

—¿Will? ¿Matt? ¿Jay? —la confusión se me escapó en voz alta, al igual que el desconcierto que reflejaban mis ojos.

Entonces lo vi. No el médico impecable, sino el hombre detrás de la bata: Connor Rhodes. Y su mirada cambió. Se tensó, como si mis palabras le hubieran lanzado al vacío.

—¿Qué es lo último que recuerdas? —preguntó con voz baja, sin moverse, con la mirada aún fija en la mía. Su voz, aunque aún firme, ahora sonaba más cautelosa... temerosa.

—El accidente. Creo que alguien chocó mi auto, pero no sé si iba a algún lugar... o por qué. Luego recuerdo luces, voces, y... unos ojos cafés. Nada más.

—¿Sabes quién soy? —insistió, esta vez su voz era apenas un murmullo.

—Eres mi doctor... —bajé la mirada a su chaqueta—. Doctor Connor Rhodes.

Y fue ahí donde el silencio cayó con fuerza. Su expresión, antes contenida, se endureció. Se apartó un paso, como si mis palabras hubieran roto algo dentro de él. El vacío que sentí fue inmediato.

—¿Recuerdas tu nombre? —dijo después de unos segundos, más frío, más mecánico.

—Olivia Anderson.

Connor solo asintió con una lentitud tensa, sin levantar la vista del expediente que ahora sostenía con ambas manos. No dijo nada más. Su perfil era rígido, su mandíbula apretada, sus nudillos blancos alrededor del borde del clipboard.

—Voy a revisar algunas cosas. Vuelvo en unos minutos —murmuró al fin, con un intento de sonrisa que no alcanzó sus ojos.

Salió de la habitación antes de que pudiera procesar del todo la extraña tensión que acababa de surgir entre nosotros.

Will

La mañana había empezado tranquila. Muy tranquila. La sala de urgencias estaba inusualmente vacía, y aunque agradecía el respiro, el nudo en el estómago no desaparecía. Porque ese día no era uno cualquiera.

—¿Will? —la voz suave y alerta de Natalie me sacó de mi mundo. Me giré y la vi en la sala de descanso con una taza de café en la mano y esa mirada inquisitiva que tanto la caracterizaba.

—Estoy bien, Nat —sonreí con nerviosismo mientras revisaba por décima vez el mensaje que Jay aún no enviaba.

—Mientes muy mal, Halstead —se acercó con una ceja alzada—. ¿Nervioso por esta noche?

Asentí. —Jay tenía que entregarme algo hace media hora. Y necesito que todo esté perfecto.

—¿La vas a sorprender en Molly's o vas a llevarla a ese restaurante francés que tanto le gusta? —preguntó, ya con esa sonrisa cómplice que usaba cuando sabía que algo romántico se avecinaba.

—Lo segundo. Y tengo una frase que va a hacer que me golpee y me bese al mismo tiempo —reí, bajando la mirada al pequeño sobre que tenía guardado en la mochila. Emma me había ayudado a escribir las palabras exactas.

—¿Sabes que si le hablas de sentimientos con esa cara de cachorro mojado, va a decir que sí solo por lástima? —la broma no venía de Nat, sino de Connor, que entró con su estilo habitual: directo, elegante, con sarcasmo incorporado.

—¿No deberías estar en cardio? —dije sin levantar la vista.

—Estoy en mi break. Pero parece que tú estás en una especie de comedia romántica —soltó con una sonrisita de medio lado, lanzándome una mirada burlona. Así era Connor, incluso cuando se preocupaba por ti, te lo demostraba con ironías.

—Muy gracioso —resoplé.

Fue entonces que mi teléfono sonó. El nombre de Jay parpadeaba en la pantalla. Al contestar, esperé su voz burlona. En cambio, escuché sirenas... y jadeos.

—¿Jay? —mi corazón se aceleró.

—Estamos llegando —la voz que contestó no fue la de él, sino la de Sylvie Brett, y con eso el pánico se apoderó de mí.

Connor y Nat se pusieron de pie al instante. Corrí hacia urgencias sin pensarlo, ignorando las advertencias de Connor.

—¡Will, detente! —gritó, pero ya estaba fuera.

La ambulancia se detuvo, y lo que vi me dejó sin aire. Jay no estaba herido. Él bajó, ileso. Pero entonces la vi a ella. En la camilla, con el cabello alborotado y el rostro golpeado.

—Liv... —mi voz apenas salió. Di un paso al frente. El mundo se detuvo.



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En el texto hay: amnesia, amor, chicagomed

Editado: 27.07.2025

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