El pasado en una pantalla

CAPÍTULO 2: El accidente

Will

La tranquilidad se había esfumado. Todo pasó tan rápido. Empecé a atenderla, revisando sus heridas. Estaba consciente, pero completamente ida. Parecía haber sufrido un golpe en la cabeza.

Intenté examinarla por completo, pero me sacaron de la habitación. Ahora estoy en la sala de descanso, con un nudo en la garganta y la mirada fija en la pantalla de mi laptop. El día había empezado tranquilo y, en cuestión de segundos, mi mundo comenzó a desmoronarse.

—Estará bien. Matt la sacó con mucho cuidado del auto. Se aseguró de protegerle el cuello antes de subirla a la ambulancia. Yo estaba en la cafetería cuando vi su auto. Luego todo ocurrió tan rápido... —la voz de Jay resonaba como un eco, pero entendía cada palabra—. Fui el primero en llegar. Traté de mantenerla despierta, pero no sé si me escuchaba.

—¿Fue un conductor ebrio? —mi voz salió cargada de ira. Solo pensar que un idiota pudo haberle quitado la vida a la mujer que amo me revolvía el estómago.

—No. Fue un ataque de epilepsia. El conductor llegó justo después de nosotros. No sé si está bien —aclaró.

Eso no me tranquilizó. No era su culpa, pero la frustración me carcomía. Y lo peor era la impotencia de no poder estar con ella.

Asentí en silencio. El tiempo pasaba lento, cada segundo más pesado que el anterior. Ya habían pasado dos horas desde que debería haber salido de turno, pero seguía ahí, esperando que alguien me dijera que ella estaba bien. Que no había sufrido nada irreversible. Que pronto podríamos volver a casa.

—Will.

La voz de Connor me sacó de mi estado de agonía. Esperaba ver una sonrisa, alguna señal de alivio. Pero su expresión fue todo lo contrario. Algo no estaba bien.

—Está despierta, pero neurología se está encargando ahora —se sentó frente a mí.

—¿Neuro? ¿Por qué? —fruncí el ceño. Sabía que un golpe podía causar una contusión, incluso amnesia leve, pero no siempre era grave.

—No recuerda nada...

Suspiré con alivio. Era común tener lagunas después de un trauma. Podría contarle todo, ayudarla a reconstruir lo ocurrido.

—Está bien. Jay me contó lo que pasó. Puedo hablarle, ayudarla a recordar.

—Will —la mirada de Connor me detuvo en seco. Era mucho más grave de lo que pensaba—. No recuerda nada. No sabe quiénes somos. No me reconoció cuando entré. Cuando mencioné a Jay o a Matt, no tenía idea de quiénes eran. Es como si todo hubiera desaparecido.

Tragué saliva.

—¿Y a ti tampoco?

—Nada. Es una amnesia severa —dijo, con un tono sombrío.

Mis pensamientos se paralizaron.

Amnesia.

No recuerda a sus amigos.

Amnesia.

No sabe quién es Jay.

Amnesia.

No reconoció a Connor.

Amnesia.

No sabe quién soy yo.

Liv

Minutos después de que ese doctor se fue, la incomodidad se esfumó. Me dijo que me derivaría a un especialista, un neurólogo, quien ya vino a hacerme algunos exámenes y preguntas. Todavía no me dan resultados, pero algo me dice que no será bueno.

Estoy sola nuevamente, esperando a que mi padre llegue. No tengo mi celular, ni mis cosas. Estoy completamente desconectada, con un vacío raro en el pecho.

Quizá ese tal Jay tenga mis pertenencias. El doctor Rhodes dijo que él vino conmigo en la ambulancia. Debería hablar con él... con ambos, en realidad.

—Liv.

Volteé mi atención hacia la mujer que acaba de entrar. Llevaba un uniforme granate, el cabello suelto, rozándole los hombros, y una sonrisa amplia. No la reconocí del todo hasta que vi su nombre bordado en la chaqueta.

—¿Nat? —pregunté con una sonrisa sorprendida.

—¡Dios! No sabes lo preocupados que estábamos —se acercó rápidamente y me abrazó.

—¿"Estábamos"? —pregunté al separarnos—. ¿Mi papá ya llegó?

—No. ¿Por qué debería? Sabes que está de viaje, difícilmente vendrá. Pero Will ya debe haberle avisado que estás aquí y que estás bien. ¿Ya vino a verte? Es quien más preocupado estaba. Estuvo con nosotros cuando te bajaron de la ambulancia.

Cada palabra de Nat aumentaba mi confusión.

—¿Will?

—Sí —su expresión reflejaba la misma sorpresa que debía tener yo.

—¿Quién es Will? ¿Mi papá está de viaje? ¿Cuándo? ¿Ya eres doctora? —las preguntas salieron de golpe, una tras otra.

¿Qué está pasando? ¿Cuánto tiempo estuve inconsciente?

—Nat.

La voz del doctor Rhodes interrumpió la conversación. Entró rápidamente, notando el caos en la expresión de ambas.

—¿Qué haces aquí?

—Quería verla. Estaba visitando a un paciente y vi que ya estaba despierta. ¿Por qué no me dijiste? ¿Will ya lo sabe?

Connor asintió con la cabeza y le indicó con suavidad que salieran al pasillo. Ambos salieron dejándome sola, otra vez. Sola y llena de preguntas sin respuesta.

Mi padre está de viaje. Nat trabaja en el hospital. Hay personas que se supone son importantes en mi vida... pero no las recuerdo. ¿Estoy viviendo en Chicago? ¿Desde cuándo?

Una punzada me atravesó la cabeza, intensa, abrasadora.

—¡Ah!

Un grito escapó de mis labios. La vista se me nubló. Sentía que algo me quemaba por dentro.

Las voces se volvieron susurros, y los susurros se transformaron en pitidos agudos.

—¡Siento que muero! —grité, temblando.

—¿Liv? ¿Me escuchas? —la voz de Nat fue la única que pude distinguir con claridad. Asentí con esfuerzo.

—Tranquila, respira. Ya casi pasa.

Lo intentaba. En serio lo intentaba. Pero el dolor era incontrolable. Entonces apareció otra voz. Grave. Quebrada. Tierna. Conocida.

—¡¿Qué le pasó?!

—Se alteró. La dejamos sola un momento —respondió Nat con desesperación.

—¿Liv? ¿Sabes quién soy?

Con esfuerzo, abrí los ojos. Lo vi. Aquellos ojos marrones, llenos de ternura y pánico. Lo reconocí, aunque no supiera su nombre. Su presencia me era familiar.



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En el texto hay: amnesia, amor, chicagomed

Editado: 27.07.2025

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