El pasado en una pantalla

CAPÍTULO 6: Nuevas memorias

Will

El silencio llenaba el auto de Jay. Se ofreció a llevarme a casa y, como siempre, fue imposible decirle que no. Agradecía el gesto, aunque mi mente no estaba del todo presente. Seguía atrapado en el mismo pensamiento: Liv no me recuerda. Daba vueltas sobre lo mismo. Qué decirle, cómo mirarla, cómo actuar. Como si fuéramos dos extraños... cuando yo conozco cada parte de ella. Y amo cada una.

—Deja de pensar, Will. Solo estás dándole vueltas a lo mismo —la voz de Jay me sacó de mi espiral. Siempre sabía cuándo estaba sobreanalizando.

—Sabes que no puedo evitarlo —suspiré—. Debería estar yo con ella... no Connor —y ahí estaba, ese tono amargo que no quise dejar salir.

Jay me lanzó una mirada de advertencia.

—¿Desde cuándo te molesta que esté con él? Son amigos desde hace casi dos años. Nunca hubo nada más. Y lo sabes.

—Lo sé —admití—. Incluso pensé, al inicio, que ellos terminarían juntos por cómo se llevaban. Me sorprendió que me eligiera a mí. Pero nunca me dio celos. Al menos, no antes —agaché la cabeza—. Solo quiero tenerla de vuelta.

—Y yo quiero lo mismo para ti. Pero ahora mismo, para ella, eres un desconocido. Si quieres recuperarla, vas a tener que volver a ganarte su confianza. Desde cero.

—Emma te está entrenando bien —comenté, intentando cambiar el tono—. Tener una escritora como pareja te pone más filosófico.

—Qué gracioso —sonrió, aunque se notaba cansado—. Por cierto, preguntó por ti. Le alegra que estés intentando seguir adelante después de todo lo que pasó con April. Pero también está molesta por no poder estar aquí. Dice que su Weasley favorito necesita una buena charla, así que me encargó que te mantenga a raya.

Sonreí con nostalgia.

—También la extraño. ¿Regresa en dos semanas, no?

Encendí mi celular. La pantalla mostraba una de las fotos que Liv había tomado del skyline de Chicago. Todo volvía a ella. Siempre volvía a ella.

—Sí. Y créeme que va a volver con ganas de sacudirte —rió Jay. Ambos sabíamos que Emma no necesitaba levantar la voz para hacerte entrar en razón.

Ese pequeño momento de humor se esfumó rápido. Tener el celular en las manos, con cada recuerdo de Liv, me golpeaba. Emma siempre sabía qué decir. Necesitaba su presencia más de lo que creía.

Cuando llegamos a mi edificio, subimos juntos. Agradecía no estar solo. Aunque estaba agotado, solo la idea de enfrentar este vacío otra vez me hacía retroceder. Jay sabía cuándo quedarse. No decía mucho, pero su presencia bastaba.

—Emma sabe lo de Connor y Nat, ¿cierto? —comenté mientras dejaba mi chaqueta.

—Claro. Y le tranquiliza que hayan quedado como amigos. Ella fue testigo de todo ese proceso —respondió mientras miraba las fotos que Liv había tomado, ahora colgadas por todo el departamento.

—Imagino que cuando le den el alta preferirá volver a su antiguo lugar. Estar aquí sería demasiado... —mi voz se quebró apenas.

—Sí, pero seguro querrá algunas de estas fotos. Es buena. Tiene talento —dijo, deteniéndose frente a una imagen de una biblioteca antigua. Esa le recordaba a Emma. Lo sabía.

—Lo es —susurré, con la mirada fija en la misma foto.

—Oye, solo faltan dos semanas para verla —comentó con un tono amable mientras iba por un par de cervezas.

—Sí, y tú cuentas los días como si fuera Navidad —me burlé un poco, pero no con malicia.

—Y tú tienes a Liv cerca... pero tan lejos —su voz se suavizó—. Está ahí, pero no podés abrazarla, ni besarla, ni siquiera decirle todo lo que la amas.

Sentí el golpe directo al pecho. Le puse la botella fría contra la mejilla para interrumpir la intensidad del momento. Jay se sobresaltó y rió.

—Perdón, me dejé llevar —se disculpó mientras tomaba la cerveza.

—Cuando se trata de Emma, siempre te pasa —lo miré de reojo.

—Lo sé. Me lo dices siempre.

Ambos bebimos en silencio. Y por unos minutos, solo eso bastó.

Liv

No quería revisar todo el celular de golpe. Me tomaba mi tiempo con las conversaciones, especialmente con la de Connor. Nuestras charlas, las bromas internas, las fotos. Se notaba que teníamos una conexión fuerte. Y eso me tranquilizaba.

—No aparentas lo que realmente eres —lo miré mientras él seguía sentado junto a mí.

—¿Ah, no? ¿Y qué aparento? —preguntó, con una media sonrisa.

—Pareces serio, un poco frío. Tal vez es por tu look de doctor. Pero siento que fuera del hospital eres distinto.

—Bastante cierto. Aunque intento mantener la compostura dentro del hospital... alguien tiene que parecer profesional —bromeó, alzando las cejas.

—También eres... —me detuve un segundo, pero ya lo había empezado— apuesto. ¿Todos los médicos del Med son así?

Me sentí arder. ¿De verdad había dicho eso? Connor soltó una pequeña risa.

—Por eso siempre terminas viniendo a urgencias —dijo, divertido—. Aunque la verdadera razón siempre ha sido Nat, ¿no?

Me reí con él. No sabía qué responder. Lo miré por un momento, notando que me sentía cómoda. Muy cómoda. Nat se había ido hace media hora y Connor no se había movido de mi lado. Agradecía eso.

—¿Crees que me den el alta hoy? —pregunté, estirándome un poco. Ya me sentía encerrada.

—Si la inflamación sigue bajando como hasta ahora, probablemente sí. No hay lesiones físicas graves —respondió con seguridad. Me tranquilizaba su manera de explicar todo.

—Bueno, no tengo prisa. Nat sale de turno en seis horas —susurré.

—Podría llevarte yo, lo sabes, ¿no? —me miró directamente—. También sé dónde vives.

Me quedé mirando la puerta. Cierto. Él sabía dónde vivía. Lo había olvidado. Había visto las fotos en el celular, y claramente pasaba mucho tiempo allí.

—En mi defensa, tengo amnesia y estoy apenas reconociéndote —intenté sonar ligera, pero no podía evitar el nerviosismo.

—Claro, claro —dijo con una sonrisa ladeada, esa que mezcla ironía con afecto—. Pero igual, si te dan el alta, te llevo.



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En el texto hay: amnesia, amor, chicagomed

Editado: 27.07.2025

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