El pasado en una pantalla

CAPÍTULO 7 : La cámara

Will

Jay se quedó unos veinte minutos más antes de irse. Como buen hermano mayor, se aseguró de que comiera algo y me duchara. A pesar de mis protestas, terminé obedeciendo. No tenía hambre, pero sabía que debía mantenerme en pie... por Liv.

El departamento se sentía vacío sin ella. Era nuestro hogar, pero tenía su esencia por todas partes: las plantas que ella eligió, los libros apilados en las esquinas, los marcos de fotos que ella misma colgó, muchas con sus propias capturas. Lo que antes me hacía sonreír, ahora solo me recordaba cuánto la extraño.

Caminé hasta la estantería del salón. Sus cámaras estaban ahí, alineadas con precisión. Entre ellas, esa antigua que tanto cuidaba. La heredó de su hermano. Decía que tenía parte de su alma dentro, y cada vez que la usaba era como mantenerlo con vida.

—Va a enloquecer si no la ve en su departamento —murmuré, con la cámara entre las manos.

La guardé con cuidado en su estuche. No quería que se sintiera aún más perdida si notaba que faltaba. Tomé mis llaves y salí rumbo a su antiguo departamento. Estaba a unas pocas cuadras; la caminata me vino bien para despejar un poco la cabeza... aunque, si soy sincero, creo que buscaba una excusa para verla. Aunque fuera de lejos.

La conocía demasiado bien. Su perfume favorito —melocotón dulce y sutil— seguía impregnado en mis recuerdos. En nuestras sábanas, en mi ropa. Cada abrazo dejaba un rastro que me acompañaba incluso en los días más caóticos del hospital.

Llegué al edificio y, como era de esperarse, aún no había vuelto. Entré con la copia de llaves que guardaba desde hace más de un año y medio. Apenas crucé la puerta, el aroma me golpeó. Era como si ella estuviera allí. Cerré los ojos un instante. Podía imaginarla en su escritorio, editando alguna foto mientras tarareaba una canción. El recuerdo dolía, pero también me hacía sentir cerca de ella.

El lugar seguía intacto. Más caótico que el nuestro, lleno de cámaras, luces, cuadernos, marcos... pero tan Liv. Ella venía aquí cuando necesitaba espacio para trabajar. Siempre decía que este rincón era su refugio creativo. Y lo entendía.

Coloqué la cámara con delicadeza en uno de los estantes. Me quedé mirándola unos segundos. Me estaba tentando la idea de quedarme, pero sabía que no debía hacerlo. Me forcé a salir. No podía cruzarme con ella. No aún.

Al salir, respiré hondo. Necesito a Emma, pensé. Ella sabría qué decir. Iba a marcarle, pero el sonido de un auto me alertó. Me escondí en el callejón a la derecha del edificio, por puro instinto. Vi cómo Connor estacionaba y bajaba del auto con Liv. Mi respiración se detuvo por un segundo.

Ella se quedó parada frente al edificio, con los ojos brillando. Lo recordaba. Siempre le había encantado este lugar. Decía que parecía sacado de una galería. Ver su reacción me rompió y me llenó al mismo tiempo. Parecía feliz. Y eso... eso era suficiente por ahora.

No pude hacer más que quedarme quieto, escondido entre sombras, mientras ella subía. Después de unos minutos, me obligué a regresar a casa. Con cada paso, me repetía que iba a tener otra oportunidad. Tenía que tenerla.

Liv

Tal como Connor predijo, dos horas después me dieron el alta. Él se ofreció a llevarme de vuelta a mi departamento. El camino fue tranquilo, aunque yo no dejaba de observar por la ventana. La ciudad tenía otra vibra desde que desperté. Como si la estuviera conociendo por primera vez... de nuevo.

Cuando bajamos frente al edificio, me detuve un momento. Era hermoso. Moderno, pero con detalles artísticos, como si cada esquina tuviera historia. Sabía que alguna vez había soñado con vivir en un lugar así.

—¿Liv? —La voz de Connor me sacó del trance—. Vamos, antes de que te desmayes de la emoción.

—Muy gracioso. ¿Desayunaste un payaso? —respondí con una ceja levantada.

—Algo así —rió mientras me guiaba a la entrada.

Subimos al ascensor y vi que presionó el botón del piso cinco. Lo miré con duda. No me llevaban bien las alturas.

—Es por la vista —dijo, como si me leyera la mente.

—¿La vista?

—Me contaste que buscabas un departamento en el segundo o tercer piso, pero cuando viste este y su ventana... te enamoraste.

Asentí en silencio. No sabía si lo recordaba, pero podía imaginármelo. Siempre me gustaron las ciudades vistas desde arriba.

Cuando llegamos, me detuve frente a la puerta. Sentí nervios. No tenía las llaves.

—Ah, cierto —Connor sacó un juego de su bolsillo—. Nat me las dio mientras te cambiabas.

Me las entregó, y abrí con cuidado. Lo que vi me dejó sin palabras.

Fotografías por todas partes, materiales de trabajo, cámaras, luces, notas... Era como entrar en el estudio de alguien que ama lo que hace. No reconocía muchas de las fotos, pero sí las sensaciones. Esa era yo. Mi esencia estaba en esas paredes.

—Creo que no es necesario que te dé un tour —bromeó Connor desde la entrada.

—Es tal como lo imaginaba —sonreí, y una parte de mí se sintió en casa.

—Te vas a adaptar. Ya lo estás haciendo.

Lo miré. Había algo en su expresión que me daba tranquilidad. Me acerqué, agradecida.

—Gracias, Connor —dije, y le di un beso en la mejilla.

Antes de irse, me besó la frente y salió del departamento, dejándome sola.

Me quedé en medio del salón, rodeada de pedazos de una vida que aún no recordaba del todo... pero que, poco a poco, empezaba a reconstruir.



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En el texto hay: amnesia, amor, chicagomed

Editado: 27.07.2025

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